sábado, 3 de enero de 2009

Negado para el Deporte

En los primeros años de colegio no me llamaba la atención el fútbol o fulbito. Yo sabía que era muy malo pateando una pelota y mi físico, bajo de estatura y flaco hasta más no poder, no me ayudaba. Cuando en los recreos los compañeros de salón jugaban fulbito, todos se amontonaban tras la pelota en lo que para mí parecía ser una masa de piernas, brazos y zapatos o zapatillas que se aglutinaban alrededor de un balón. Mi instinto de conservación me llamaba a alejarme de semejante revoltijo.

Voley en ese tiempo no era una opción, eso sólo lo jugaban las niñas (jamás imaginaría que años más tarde hasta jugaría campeonatos de voley). Me quedaba el básket en el cual no destacaba mucho. Estuve en la academia del colegio y el profesor opinaba que yo no era malo, aunque yo creía que lo único que hacía bien era encestar, tenía bastante buena puntería (que aún mantengo pero en un inexplicable estilo propio y totalmente anti técnico). La prueba de fuego llegó en el famoso campeonato de intersecciones, ahí pude demostrar... lo malo que era. Así que no me quedaron muchas ganas de seguir con el basket. Para correr era muy lento, para los ejercicios de fuerza... yo no tenía fuerza. Las clases de educación física fueron para mí un suplicio durante toda la época escolar. Era mi más bajo promedio hasta que llegué a un acuerdo (¿o chantaje?) con el profesor de educación física que a la vez era el coordinador de deportes: "o juegas tenis de mesa por el colegio o te jalo en el curso". Y merecía estar jalado, y como nada me llenaría de más orgullo que competir por un equipo, acepté el trato.

Poga gente sabe que aprendí a jugar tenis de mesa en la Federación, y en casa donde tenìamos una mesa que armábamos en el garage y jugábamos con mi hermano hasta la madrugada o hasta que el vecino nos mande a la mismísima, porque el ruidito de la pelotita le era desesperante, más si era cerca de las 2 de la mañana. Mejoré bastante rápido para mi edad, pero era muy malo para competir. Cuando mi hermano enfermó, dejé de entrenar por años, hasta que llegó el trato en el colegio y volví a mi deporte preferido. También pasé por una academia de judo, en la cual aprendí a caer, a tumbar al contrincante, pero sobre todo, a no pelear. Nunca he estado envuelto a una bronca y hasta ahora siempre he podido solucionar las cosas hablando. Claro, a veces mi tamaño actual y mi expresión de super asado pueden ser elementos disuasivos muy convenientes. El judo acabó cuando perdimos una clase y mi hermano y yo no entramos a la siguiente porque practicaban cosas que no sabíamos y dejamos de ir.

Estuve también en la academia de natación del colegio donde me enseñaron a flotar, a nadar, a bucear, etcétera. Lo único que no aprendí fue a lanzarme al agua. Pero eso tiene su explicación: en la clase en que tocaba lanzarse del podio hacíamos fila y delante de mí había una chica algo mayor, de las más experimentadas. Cuando se lanzó y demoraba en salir del agua el profesor se tiró al agua con ropa y todo, lo que hizo que mirara al agua y observara como esta chica empezaba a salir a flote con los brazos estirados, debido a que estaba inconsciente. Se había golpeado la cabeza contra el piso de la piscina. La clase fue suspendida y mis clases fueron suspendidas debido a que no volví a ir. Así que si alguien me ve dándome un panzazo en una piscina, ya saben a que se debe.

En la siguiente entrada explicaré como es posible que hoy juegue futsal, voley, tenis de mesa y use la bicicleta, todas las semanas o casi todo el tiempo. Después de recordar todo lo anterior ¡hasta yo mismo me sorprendo!

1 comentario:

  1. Hola! que chistoso, esto parece escrito por mi!!! (intercambiando voley con futbol y viceversa - ahora las chicas juegan futbol, no?). A mi me encanta el ping pong pero no tuve tanta suerte como tu para poder practicarlo con frecuencia. Hoy en dia, solo puedo montar bici y caminar al perrito.

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