miércoles, 4 de noviembre de 2009

El Arquero (2da parte)

Como dice en "El Arquero" (primera parte) esa fue la historia en mi propio barrio, el que describo al final fue uno de los últimos partidos que recuerdo ya que pronto dejaría de frecuentar a esos amigos. En el colegio la historia fue muy diferente: era malísimo y nadie me escogía nunca para jugar. Y era un alivio, tampoco quería yo hacer el ridículo. El problema era educación física, todos tenían que jugar cuando tocaba fulbito, así tuvieran dos pies izquierdos como yo. Recuerdo que el profesor hacía los equipos y así me encontré jugando uno de mis primeros partidos. En algún momento, en que jugaba en no se qué posición, pateé la pelota no sé en qué forma y la pasé a no sé quien. Resultó que el balón pasó entre uno y otro rival y uno de nuestros delanteros metió un golaso. Una jugada maestra, un pase gol, una revelación. El único que no sabía que había pasado era el autor de semejante pase "magistral" según el más emocionado de mis compañeros de equipo.

La escena se volvió a repetir en el partido siguiente, por lo que el profesor me empezó a decir "el capitán", en otro momento me decía que daba pases como Chumpitaz. Yo estaba totalmente seguro de que se burlaba de mi. Mi expresión de desconcierto en el rostro debía ser muy elocuente para que nadie se diera cuenta que todo era pura cuestión de suerte. Poco después empecé a jugar como siempre: mal. No le daba a la pelota, fallaba los pases, me daba miedo marcar y que me marquen. Es decir, una nulidad. A pesar de todo, el año siguiente terminaría participando en los juegos intersecciones del colegio. En realidad yo fui a jugar tenis de mesa, pero los de mi salón estaban incompletos para el fulbito y me pidieron que los completara. Les expliqué que yo era muy malo para jugar y que si algo podía hacer, quizá podría ser como arquero. Total, en mi barrio jugaba y no lo hacía mal en esa posición. Pensé que era un sabia decisión probarme pateando al arco, y la tapé con el muslo, o mejor dicho la pelota me rebotó allí. Creo que la decisión no fue tan sabia, porque después de ello fui "aprobado" como arquero del improvisado equipo. Me comí la primera goleada de mi vida arquerística... Lo único que abona en mi favor es que teníamos un jugador menos, así que la vergüenza no fue tan fatal. Otro detalle en el que reparé poco después es que los arcos con los que jugaba en el parque de mi casa constaban del poste del aro de basket y una piedra. En el colegio teníamos arcos de fierro, es decir, normales. No estaba preparado a tapar por alto. Entonces cada disparo por allí se convertía en gol.

Los otros partidos ni me asomé por la cancha, me daba mucho miedo que pusieran de nuevo a tapar, asi que me dediqué al único deporte que según yo dominaba. Pero el orgullo quedó herido, quería reinvindicarme. Me sentía mal de no poder tapar como en mi barrio, pero no sabía lanzarme o volar, como veía hacerlo a los arqueros en los mundiales de fútbol ni tenía cómo. Como soñaba con volar como arquero y mi cuarto (que compartía con mi hermano) era muy grande, lanzaba una media por encima de la cama y me tiraba a desviarla como si fuera la pelota. Mi hermano, que sí era muy bueno con el balón empezó a jugar conmigo en el garage de mi casa, el pateaba y yo debía lanzarme como sea a atajar el balón. Pero el mejos golpe de suerte fue que un buen día, nunca sabremos porqué, vinieron un montón de jóvenes y pusieron en la cancha de nuestro parque dos arcos de fulbito. Y fue allí donde empecé a tapar mejor. Fue con esos arcos que jugamos el último partido que jugué con los amigos del barrio y fueron esos arcos los que me ayudaron a saber donde pararme y qué lado era el más fácil para lanzarme con la mano extendida o estirar el pie hacia el otro lado.
Ya me consideraba preparado para jugar mi último intersecciones del colegio en quinto de media y hacerlo de manera más digna que la última goleada. Y cuando el gran y esperado dia llegó terminé jugando el campeonato intersecciones de voley masculino... Pero esa es otra historia...

sábado, 31 de octubre de 2009

Mi Primera Mascota

Si bien la primera mascota de mi propiedad fue un "pihuicho" (periquito verde del Amazonas), hubo varias mascotas en casa cuando yo era pequeño. Al primero que recuerdo es a "Yin Yin", un cocker que parece era demasiado travieso. Recuerdo cómo lo castigaban para que aprenda a hacer sus necesidades donde debía... y no en la alfombra de una las salas de la casa de San Isidro... O donde debía dormir, pero siempre me daba miedo y pena pues a veces los castigos lo hacían llorar. Siendo tan sensible también me ponía a llorar yo (de pena ajena quizá). No pasó mucho tiempo hasta que lo llevaron a casa de mi abuela en Jesus María. Se suponía que allí sería mejor cuidado y estaría feliz. Al parecer la felicidad duró pocos meses, porque en la siguiente visita ya no estaba y yo nunca más lo vi.

En el jardín de mi abuela en (la que vivía con nosotros en San Isidro), vivía una tortuga más o menos grande. Quizá por ello le tenía algo de miedo. La vi comer lechuga algunas veces y si no me equivoco también camote. Las pocas veces que jugaba en el jardín trataba de mantenerme alejado de ella. Quizá haya sido el único niño con ataque de pánico por ser perseguido por una tortuga en su propia casa. Afortunadamente nunca me pudo alcanzar... Me di cuenta que aquel tormento con caparazón no estaba, cuando por fin ya podía jugar en paz en el jardín y nunca sospeché que pudiera haberse muerto o que mi abuela la mandara mudar al parque de la esquina, por haber encontrado a la tortuga culpable de comerse y malograr sus flores. Así que la sentencia parece haber sido fue "destierro perpetuo" a un campo más grande.

Poco tiempo después, una de mis primas me regaló un sapito (tenia varios). Después de haber salido de una tortuga parece que mi abuela no estaba dspuesta a tolerar un sapo en su jardín, menos aún si el nuevo huésped tenía el atrevimiento de subirse a la terraza y estacionarse debajo de su baúl preferido. Por lo tanto, supe con acertada intuición que al pobre anfibio le quedaba poco tiempo de vida en su nuevo jardín. Aún sospecho que corrió la misma suerte que la tortuga cuando nunca más lo vi aparecer por el jardín (y menos dentro de la casa, por suerte para su propia integridad).



Luego de esas dos experiencias fallidas, poco antes de una Navidad, no recuerdo a quien se le ocurrió regalarnos dos "pihuichos". Como ya mencioné eran dos pericos verdes de la amazonía, con una coqueta raya amarilla y una línea blanca a lo largo de las alas. Uno fue adoptado por mi hermana y el otro por mí. Según mis padres ambos reflejaban la personalidad de nosotros dos: el mío era bastante tranquilo y pausado para moverse. El de mi hermana era más inquieto y solía agarrar a picotasos al otro cuando algo le molestaba... No nos agradaba mucho verlos encerrados dentro de su jaula así que la primera vez que los dejamos salir de su jaula les amarramos una pata a la misma. El verlos caminar y caerse por la tensión de la pita nos partió el corazón. No estábamos dispuestos a tener dos mascotas que parecieran presos políticos... así que la solución fue cortarles un poco las alas. Así podría saltar pero no irse volando y podían vivir fuera de su jaula. Se acostumbraron tanto que pasaban todo el día parados encima de la jaula y cuando ya se hacía de noche, ellos mismos se metían dentro de la misma y chillaban para que cerremos la puerta y los tapemos.

Un día mi hermana se encontraba cortándoles las alas a su pichuicho, pero al parecer este se retorció y la punta de tijera cortó algo más que plumas. Afortunadamente fue un cortesito pequeño, pero entre el susto, los chillidos del loro y la gran mancha roja (producto del aseptil) todo el cuadro parecía una intervención quirúrgica. Muy pronto el ave se recuperó ya que empezó a volar por toda la casa. Eran vuelos bajos aunque rápidos que terminaban cuando quería atravesar alguna puerta de vidrio que se encontraba cerrada. Nos dimos cuenta que debíamos cortarle un poco más las alas cuando este mismo se escapó con dirección hacia el parque y nunca más lo vimos. Por ello al poco tiempo compramos otro, para que mi perico no se sintiera solo. Al comienzo no lo aceptaba mucho. Nos dimos cuenta porque agarraba a picotasos al intruso. Parece que lo estaba haciendo pagar derecho de piso, porque al par de semanas ya se estaba rascando mutuamente y rara vez hubo una nueva "bronca" entre los dos.

Al menos las peleas entre ellos eran más normales que cuando estaba el que se escapó: este último a la hora que se peleaban por algo le ponía la pata en el pecho a su rival. Pero el nuevo inquilino era más pequeño que mi "protegido", así que era difícil que hiciera algo semejante. Felizmemte la fiesta se llevó en paz por muchos años. Falta espacio, memoria y tiempo para relatar todo lo que vivimos con ellos, pero en la siguiente entrada trataré de resumir los momentos más memorables.

lunes, 19 de octubre de 2009

El Silencio

Quien haya leído alguna de las anteriores entradas podría confundirse y pensar que como me decían "el mudo", esta entrada trate de los largos años de silencio de mis épocas de colegio. Tampoco es que nunca hablara, pero lo hacía muy poco (a veces más vale calidad que cantidad). Pero esta entrada no trata de ello si no de la playa "El Silencio", la cual conocí por primera vez allá por los años ochenta cuando yo todavía era bastante pequeño. Me falla la memoria, pero por la foto calculo haber tenido entre 8 y 11 años aquella primera vez.

Cuanod niño, con mi familia solíamos ir a la playa "La Herradura" de Chorrillos los días de semana. En esos años la playa era muy presentable y el mar estaba limpio, así que era uno de los puntos obligados en verano. Los fines de semana, domingos principalmente nos íbamos hasta el balneario de Santa María, varios kilómetros al sur. Mis principales recuerdos de veranos infantiles evocan ambas playas. Santa María me gustaba bastante porque aprendí a impulsarme con las mismas olas y si el mar no estaba muy movido, podía meterme bien al fondo sin mucho peligro. Sabía nadar pero no era un experto como para meterme cuando había bandera roja. Santa María fue mi campo de juegos de fines de semana, iba con mis primos, con mis amigos. Hacíamos castillos, jugábamos con camiones y carros de juguete, recoletábamos machas cuando era temporada, nos entérrabamos en la arena y todas las otras cosas que nos permitiera inventar la imaginación.

Me gustaba tanto estar en el agua, que mi papá o mamá tenían que venir a buscarme y exigirme que salga del mar. Como no me gustaba salir, la señal convenida era que apenas tuviera las manos arrugadas era hora de salir. En otras palabras, si mi madre quería que salga del agua y yo quería un ratito más, me pedía que le enseñe las manos. Y al verlas yo mismo tan arrugadas, no me quedaba lugar a discusión: era hora de salir. Lo que más odiaba eran las malaguas que aparecían por febrero. Siempre me decían que me aleje porque picaban. No le veía la lógica, al ser una especie de gelatina no lograba entender como lo picaban a uno, sospechaba que tendrían una especie de pico debajo que no se podía ver así no más. Años después me enteré que botaban cierto líquido o sustancia que causaba escozor al entrar en contacto con un cuerpo extraño, es decir, un brazo, una pierna, etcétera. Tuve la suerte de que nunca me "picó" una. Quizá fue porque cuando era época de malaguas no entraba al mar así no más. Otra cosa que odiaba eran los revolcones, al estar mal parado ante una ola que venía con más o menos fuerza, era atropellado por esta. Y terminaba siendo llevado cual saco de papas, hacia la orilla por la ola hasta que se hacía más peuqeña, mientras yo me convertía en una mezcla de arena (la que se me metía en la ropa de baño y otros lares) y de agua que tragaba y se me metía hasta por las orejas.

Llegó el día en que las playas de Lima se volvieron inutilizables y sólo íbamos a Santa María. Y llegó el día en que Santa María no estaba tan utilizable. Parecía como si hubieran rastrillado toda la playa y nos repelía un olor extraño algo desagradable. Era como si hubieran echado masilla a la arena. Y al querer quitársela se habúa vuelto pegajosa. Y lo otro es que nuestra economía bajaba y la entrada a la playa subía. Llegamos a pagar 10 soles por entrar con nuestro viejo carro, pero cuando subieron la entrada a 20 soles ya nos parecía un exceso así que empezamos a buscar nmuevos horizontes.

Y por datos de amigos dimos con la playa "El Silencio". Algunas cosas me llamaron mucho la atención: la arena era mucho más gruesa que en otras playas, lo que faclitaba el poder sacársela del cuerpo. Era mucho menos incómodo que en las otras playas. Y en toda la playa había montones de conchitas de todos los colores y tamaños, lo que se convirtió en un hobbie: coleccionar conchitas enteras de todos los colores y todos los tamaños. Podía pasar horas buscando alguna nueva en toda la playa. La arena era blanca y el mar parecía ser azul, en contraste con la misma. Habían poquísimos carros, la entrada era una rampa de afirmado (medio peligrosa pensaba ya pues en ese tiempo no había siquiera una barrera de contención para los autos). Hablando del mar, la orilla era bastante empinada y la única ola que podía verse era en la misma. Parecía una gran taza de agua, si uno superaba la ola de la orilla y sabia al menos flotar, ya que detras de la ola no había piso. Como yo ya sabía nadar, podía pasar buen rato balanceándome con los tumbitos de la ola que iría a morir en la orilla lo cual era muy relajante.




En esos años habrían dos o tres quioscos donde vendían comida marina. Y la playa era blanca, grande y limpia. Al no ser muy conocida no iba mucha gente. He sido testigo de cómo con los años y la cantidad de gente que empezó a ir, la playa ya no es la misma. Al menos, desde las últimas veces que fui hace muchos años, siempre la encontraba con restos de muchas cosas, era imposible encontrar un sitio los domingos y eran conocidos los robos a granel de objetos personales. Me da pena que una playa que marcó parte de mi niñez se haya vuelto "inhabitable" por llamarlo de alguna manera. Puede que esté siendo injusto y que ya la hayan limpiado y arreglado y sea la misma que yo conocí hace más de veinte años (creo que un poquito se aprecia en la foto). Deseo mucho estarme equivocando...

viernes, 18 de septiembre de 2009

El Arquero

Ya he mencionado que de pequeño era una calamidad en la mayoría de deportes que practiqué, salvo el tenis de mesa que era lo único en lo cual destacaba en el colegio, aún sin ser muy bueno. Dónde peor me iba era en fulbito: veía como mis amigos del barrio sabían llevar, hacer amagues, dominar el balón... yo ni siquiera sabía darle dirección con el pie. No tenía mucha idea del juego en equipo, ni la fuerza con la que debía patear la pelota. A veces pensaba que debí decirle a mi papá que perdía el tiempo llevándome a jugar al parque... ¡nunca aprendí nada! A pesar de ello igual jugaba con mis amigos del barrio, supongo que no se molestaban mucho porque ya estaban advertidos de como jugaba yo. Al poco tiempo aparecieron los chicos "del otro barrio" con los que aprendí lo que se denominaba rivalidad. Empezamos a jugar partidos de fulbito contra ellos, pero nunca nos juntábamos: eran los enemigos, los rivales, los contrarios, sólo nos reuníamos en la cancha. Pronto mis amigos se dieron cuenta de que si me mantenían en la cancha, perderíamos las batallas futbolísticas... así que la única solución para lograr el ansiado triunfo era que yo no jugara. Como todo contratiempo, este vino acompañado de una oportunidad: nadie quería estar en el arco, para todos era el puesto monse, una ofensa que lo manden a la última línea. Los que jugaban bien no debían tapar, por lo tanto era evidente que el arco sería mío.

La cancha del parque se convirtió en mi nuevo centro de prática. Esta vez no sería crudamente lanzado por los aires en un tatami sino que sería yo quien me lanzaría hacia el balón. Debía tener reflejos muy rápidos para poder interceptar el esférico. Si podía darle a una pequeña bolita que venía a veces a más de 70 kilómetros por hora con una pequeña raqueta, sería mucho más fácil interceptar un balón mucho más grande. El tenis de mesa, el judo y el basket (de pequeño tenía muy buena puntería) me ayudaron mucho y al poco tiempo me convertí en el dueño del arco. Nadie más quería tapar, y como yo era medianamente eficaz, y obviamente quería hacerlo, me convertí en el arquero del equipo. Antes que ser un peligro para mi propio equipo si salía a jugar, era mejor que estuviera en la línea final. El último recurso para evitar la caída... claro que también a quien poder echar la culpa de alguna derrota final... ante eso y no jugar, elegí lo último.

Poco a poco se fue sumando más gente al barrio, nosotros crecíamos y crecía el grupo. Sin embargo no todo fue felicidad, hubo momentos difíciles y algunos muy desagradables. El que más recuerdo fue uno en especial, debido a que me pareció abuso y cobardía casi al mismo tiempo: algunos de los que se unieron al grupo habían sido antes "del otro barrio", por lo que quizá habría quedado cierta rivalidad. Entre ellos se encontraba F.M. que decían había sido campeón de tae kwon do y que era cumplidor en la cancha de fulbito. Me tocó jugar contra su equipo una tarde de semana. En una de las tantas jugadasm me lancé y corté uno de sus disparos, al levantarme y lanzar la bola a uno de mis defensas quedé a la espalda de F.M. quien me aplicó un artero codazo a la mandíbula. Más que el dolor sentí cólera, no le había hecho nada, ni dirigido la palabra para que me agreda. Mi indignación se trasladó a mi pierna derecha que se estiró casi automáticamente y se instaló en su cuarto trasero (que por poco no cayó en la parte más dolorosa de cualquier hombre). Ante esto el volteó furibundo, mientras yo retrocedía medio asustado. Se me acercaba diciendo algo así como "te voy a..." y no pude escuchar lo siguiente pues me aplicó un golpe en la cabeza (nunca supe si fue un puñetazo, una cachetada o fue mi imaginación). Lo cierto es que mientras esos eternos segundos se sucedían sentía como me iba llenando de cólera y poco a poco se empezaba a ir el miedo. Sentí mi mano como un puño y cuando dejé de retroceder, se acercó G.F. a "separarnos". Mi única reacción fue retirarme. Pocos se dieron cuenta de qué sucedió, y les pareció muy extraño que me fuera con los ojos rojos (de importencia y sobre todo de cólera).

Ese mismo día jugaba el JAO (equipo de los mayores del barrio) en el campeonato de fulbito del Carmelitas y como siempre, los menores íbamos a verlos jugar y a hacerles barra. No quería ir aquel día porque sabía que irían todos mis amigos, sobre todo con los que jugué más temprano. Mi padre me convenció de ir, me dije a mí mismo: por un tonto abusivo no iba a perderme el ver los partidos así que decidí ir. Cuando llegué me llamaron varios de mis amigos, estaban sentados en un gran grupo en las tribunas de cemento. Cuando me acerqué y quise irme hasta arriba todos se movieron de tal forma que el único sitio para sentarse era al lado de F. M. el golpeador, quien se disculpó, aunque me pareció poco sincero. He de reconocer que al menos hizo el esfuerzo. Al medio tiempo aproveché para ir a comprar bocaditos y cambiarme de sitio. Uno de mis amigos más cercanos me contó que su hermano mayor (que era una mole) se extrañó de que me fuera y de que F.M. le había dicho que yo lo agredí primero. Ante esto se molestó, pues cualquiera que me conozca bien sabría que soy incapaz de agredir a alguien, y menos sin razón alguna. Por eso F.M. fue obligado a ir al partido de ese día y a disculparse. Ante alguien que le doblaba el tamaño era difícil negarse. A la semana siguiente, gracias mi sensible oído me enteré de algo que no me gustó nada: G.F. le comentaba a otro chico que había llegado a tiempo de detener la "casi bronca" porque se dio cuenta que mi mano se estaba convirtiendo en un puño y que ver mi expresíón en ese momento hasta le había dado miedo. Me pareció de lo más cobarde, yo era flaco, chato y por lo tanto bastante débil. ¿Acaso un ex campeón de tae kwon do, más grande y más fuerte que yo, necesitaba que lo protejan de mí? ¿Y qué expresión me habrían visto? Me quedé con la duda, pero resolví no juntarme más con ellos por lo que dejé de salir a jugar al parque.

Pasaron cerca de tres semanas en que mis amigos más cercanos me visitaban en casa y jugábamos tenis de mesa o a cualquier otra cosa. Sabían porque no quería salir a jugar, pero también sabían que no me molestaba que ellos lo hicieran. Ellos me avisaron que se había pactado un partido con la gente "del otro barrio" que tenía ahora refuerzos. Y necesitaban un arquero. Mi expresión fue elocuente, no taparía, no pensaba jugar con personas que consideraba desleales. Durante una semana no me dijeron nada sobre el tema. Pero el día del partido, en la mañana tocaron el timbre y mi madre me fue a buscar con una sonrisa pidiéndome que salga a la puerta. Mi sorpresa fue grande: ¡estaba todo el equipo, con suplentes incluidos! No podían jugar sin arquero y a pesar de que sabían que yo no era infalible harían todo lo posible por evitar que pateen a mi arco, pero sin un arquero (sin mi) no podían intentar ganar. Me necesitaban. Y me sentí necesitado, ante semejante muestra de confianza cedí. Les pedí que no me critiquen si no lo hacía bien, ante lo cual prometieron "blindar" mi arco y que tan solo me esforzara al máximo.

No recuerdo si me metieron goles o no, recuerdo que ante la primera barrida, algunas de las chicas (hermanas de mis amigos) empezaron a corear mi nombre, lo cual me sorprendió y agradó a la vez. Era un estímulo adicional al de sentirme necesitado por ser un arquero regularón. Lo que sí recuerdo es que ganamos y salí de la cancha con una sonrisa de oreja a oreja, con la vieja satisfacción del deber cumplido.

viernes, 14 de agosto de 2009

Esos Ojos Verdes...

Cuando estaba ya en cuarto de media empecé a regresar a casa en bus. Siempre había tenido movilidad escolar, sin embargo el presupuesto doméstico parecía no tolerar semejante gasto en alguien que ya tenía quince años y que sólo necesitaba tomar la 2 o la 53 (buses de ENATRU largos y amarillos) desde San Isidro a Miraflores, es decir, un viaje de sólo quince minutos. Me acostumbré a pararme al fondo durante el corto viaje pues eran raras las veces en que no estaba lleno. Cuando regresaba del colegio, solía hacerlo con mi amigo M.S, quien se bajaba poco después en la avenida Javier Prado (yo me bajaba en la Aramburú a cuatro cuadras de mi casa). Él sabía lo tímido que era yo y siempre me ponía retos que quizá ahora parezcan tontos, pero en ese tiempo yo no me atrevía a realizarlos.

Como el bus lo usaban muchos escolares (chicos y chicas) también regresaban alumnas del carmelitas que tomaban doble bus para llegar a casa. M.S. a veces me decía señalando a alguna escolar muy simpática asida del pasamanos: "a que no pones tu mano encima de la suya como de manera casual y luego te disculpas". Y yo no me atrevía, lo rojo que me pondría delataría inmediatamente la intención. Y también tenía miedo, no sé a qué pero recuerdo bien la sensación. "Salúdala con cualquier nombre y luego le dices, disculpa me confundí". Obviamente jamás pude hacerlo en ese entonces. Uno de aquellos días en que fui retado, no me atreví, pero el objetivo era una chica de cabello rubio lasio, de un perfil muy bonito. En lugar de tomar su mano, me empecé a imaginar cómo sería si de todo eso se entablara una conversación. Me ensimismé tanto que mi amigo me tuvo que "depertar" para que no me pase de mi paradero. La chica en mención pareció darse cuenta y vi como me siguió con una linda verde mirada mientras bajé del bus. Y una vez abajo vi como se agachó para poder seguir mirándome mientras el vehículo se marchaba. Mi corazón dio un salto, de susto y alegría a la vez. Era la primera vez que una chica se fijaba de esa forma en mi. O al menos la primera vez que me daba cuenta.

De tanto en tanto recordaba los ojos verdes, pero a la chica no la volví a ver en el bus. Mi amigo se burlaba adivinando mis pensamientos: "te dije que le cogieras la mano, te chupaste". Nunca entendí que habría logrado exactamente con ello, pero ya había sucedido. Pocos años después, estando de compras en una panadería junto a mis padres vi pasar por la avenida colindante un auto algo antiguo con una chica de ojos verdes en la parte de atras que me siguio con la mirada mientras su auto desaparecía mientras se alejaba. Sospechaba que podría ser la chica del bus, sería demasiada coincidencia que precisamente dos ojos verdes tan notorios se me quedaran mirando como si yo fuera un galán de cine. Me quedé días pensando en ello hasta que me olvidé del asunto.

Hasta que una vez más, me cruzó con otros dos ojos verdes. ¿O serían los mismos? Estando en una combi en una avenida, esta sobreparó lo mismo que hizo la combi que venía en sentido contrario y quedamos cara a cara, mirada contra mirada y sospechó que la expresión de sorpresa que vi en su rostro debe haber sido similar a la mía. Y cuando pasaron los cinco segundos que parecían dos horas, la despiadada combi se llevó mi visión. Y me pregunté ¿Algún día la podré conocer? ¿Será siempre la misma chica? Dos cosas bastante improbables, pero no imposibles. Pasó un tiempo más y mi memoria dio paso a otros recuerdos y mi mente a otras preocupaciones más relevantes.

Y volvió a pasar de la manera más fortuita: iba por la avenida Arequipa en una Coaster (combi grande) cuando antes de cruzar la avenida Angamos vi que delante del mío había un vehículo similar que se había quedado parado teniendo la luz del semáforo en verde obstaculizando el tráfico. Y vi subir una chica alta, rubia de cabello liso con terminaciones onduladas. Deseé tanto que hubiera subido a mi carro y no al de adelante que el de arriba pareció compadecerse de mi. La vi pararse dentro la Coaster que estorbaba, decirle algo al chofer, bajarse y subirse a la unidad que yo ocupaba sentado al lado de la puerta delante del cobrador, razón por la cual podía ver a todos los pasajeros cara a cara. En un momento decidí mirarla y me di con la primera sorpresa de que ella, en el mismo momento decidió lo mismo. Y la otra sorpresa fue que nos quedamos mirándonos varios segundos. Literalmente me perdí en sus ojos verdes y ella no dejaba de mirar a su vez los míos. Fui yo mismo quien tuvo que cortar esa especie de "enlace" porque ya tenía que bajar. Y lo hice odiándome por ser tan responsable de tener que cumplir con un horario de trabajo y no quedarme viendo dónde iba y ver cómo poder conversar con ella, o tan sólo mirarla y admirarla.

A dos de mis mejores amigos les conté este último episodio sobre esa especie de "click" con una desconocida (que ellos no tenían como saber que podía ser una vieja conocida mía). A.P. me devolvío a la tierra haciéndome ver que era difícil que alguno de los dos se animara a hablarle al otro ya que ni siquiera nos conocíamos. En mi caso era por timidez, en el de ella no lo sé. Pero A.P. terminó su gran frase diciéndome: "¿De qué te lamentas? Si ya nunca más la vas a volver a ver." Lo sentí como una baldazo de agua helada, pero su sentencia se cumplió. Nunca más la vi, ni a esta chica ni a los recurrentes ojos verdes que conocí desde el colegio.

jueves, 16 de julio de 2009

Mi Debut en el Teatro

Mil disculpas a las personas que me preguntaban cuándo volvería a escribir. Estaba en exámenes finales y con bastantes actividades paralelas que no me dejaban tiempo de dedicarme a hacerlo nuevamente. Hoy, estando ya en pseudo vacaciones puedo volver a perpetrar una entrada más del blog. Por el título, a quienes me conocen les podrá sonar extraño que yo haya estado en una obra teatral alguna vez, teniendo en cuenta que mi voz no es alta, que sufrí durante años pánico escénico (aún me cuesta dar exámenes orales) y que aún mantengo cierta timidez. Sin embargo, sí estuve alguna vez en una de ellas.

No recuerdo si fue en sexto grado o primero de secundaria. Por la única foto que tengo de recuerdo y en la cual casi no se me ve, parece ser que fue en primaria, dada la talla de los participantes. Fuimos seleccionados los que mejor nos portábamos del salón, en mi caso mi nota de conducta solía variar entre 18 y 20. Y era porque nunca me portaba mal, claro que si ni siquiera hablaba era difícil que lo hiciera. Sin embargo, fui incluido dentro de los que deberían ensayar para un número que figuraría como parte de aquel programa teatral previsto para alguna celebración obligatoria del calendario escolar. Nos sacaron del salón en lugar de asistir a alguna clase y nos llevaron al teatrín del colegio. La primera y única prueba que mejor recuerdo fue la del para mi fatídico bambú:

Nos pusieron uno al lado de otro y el primero de la izquierda debía decir la palabra "bambú" de manera normal, el siguiente debía repetirla con un poco más de volumen y así sucesivamente. Yo estaba a un poco más de la mitad, lo que significaba que para cuando me tocara pronunciar la bendita palabra, debía ser muy alto, casi como un gran grito. Me preparé para gritar ya que intuía que mi voz no era tan alta como yo creía hasta hace no mucho. No sé como describir la secuencia de volúmenes de voz hasta que llegó mi turno así que trataré de graficarla: comenzó con un "bambú", para seguir con "bambú" , "bambú", "bambú", "bambú", y un inocente "bambú" donde obviamente se cortó debido a la carcajada general que originó en mis compañeros el que rebajara el volumen a su mínima expresión. El profesor creyó que había hecho una broma y sonrió, pero su sonrisa tornó hacia una expresión de tristeza cuando se dio cuenta de que yo no sonreía sino que trataba de saber qué había sucedido. Luego me trató de hacer que dijera la ya odiada palabra lo más fuerte posible, logrando un "bambú" de mi parte, que fue lo más alto que pude.

Ya veía frustrada el comienzo de mi carrera teatral, cuando el profesor encargado encontró una solución. Como parte de la obra habían tres personas que debían hacer una especie de coro al fondo del escenario, en realidad eran como ángeles con un papel secundario, razón por la cual no importaría que mi voz no se escuche. A parte que los otros dos compañeros sí tenían cuerdas vocales... Era la única forma de mantenerme en el equipo así que no había más que se pueda hacer. Así que hubieron varios ensayos anteriores al gran día, donde lo más importante era que memorizara el recorrido que se haría, ya que eran dos filas que harían una especie de dos grandes círculos para salir por un costado del escenario. Mi voz... no importaba. Así que llegó la fecha tan esperada por todos con una sola excepción que está de más mencionar. Aún recuerdo los focos que me cegaban y evitaban que pueda ver al público asistente. Creo que fue una suerte porque podría haberme paralizado de nervios, así que caminé como debía, hablé lo más fuerte que pude en la parte que le tocaba mencionar a los ángeles, hasta que salimos del escenario y fuimos felicitados por la "buena" actuación. En realidad, todos los números salieron bien ese día.

Nunca más volví a pisar el escenario de un teatro. No tuve ni las ganas ni la oportunidad así no la quisiera. Con el tiempo me enseñaron a darme cuenta del verdadero volumen de mi voz. No sabía hacerla salir desde el estómago, así se me indicó que saldría más alta, ya que yo sólo hacía el esfuerzo desde la garganta, O serían las cuerdas vocales?. Lo cierto es que hoy en día, cuando estoy molesto, tengo que exponer o quiero hablar muy fuerte, mi voz puede llegar a ser bastante alta. La timidez ha cedido mucho y siempre me quedaron las ganas de revancha con el teatro. Teniendo varios amigos actores, cuando tenga más tiempo alguna vez me animaré a entrar a algún taller de actuación y me cercioraré si mi "carrera teatral" debe seguir enterrada y si quizá algún futuro podría haber tenido.

P.D.: la promoción saliente del colegio donde trabajo nos dejó una frase muy bonita que es precisa para muchas situaciones (sobre todo a la actual mía): "No llores porque terminó, sonríe porque sucedió."

domingo, 21 de junio de 2009

Razones Varias

Conversando con amigos cercanos y no tan cercanos me di cuenta de algo: lee este blog mucha más gente de la que yo mismo pensaba. "Está chévere, sigue escribiendo" dicen algunos oralmente, o por MSN o por correo. La verdad es que nunca antes pensé en compartir lo que escribía, más por una mal entendida vergüenza que por egoísmo. Una amiga de mucha confianza me dijo hace tiempo: "¿Nunca has pensado en publicar?". Jamás me había pasado ello por la cabeza. Nunca había pensado que escribiera bien, ni siquiera que pudiera ser interesante y/o divertido para otros. Pero también soy consciente ahora que no siempre el resultado de mi escritura causa el mismo efecto en todos los lectores. Cuando escribo nunca pienso en quién o quiénes leerán. Suele aparecer la "inspiración" de un tirón y en cuestión de minutos. No es planeado ni pauteado, simplemente un recuerdo llama a otro similar y así sucesivamente. Por eso en mi perfil dice textualmente: "...escribo por escapar de la realidad. Escribo por que siento la necesidad de hacerlo. Escribo porque quiero y escribo para mí mismo..."

Ahora que veo que hay más gente que le agrada leer esta especie de bitácora, me veo obligado a exponer algunas razones por las que ésta existe: si bien ya muchos saben que cuando estaba en el colegio hablaba muy poco, sí me comunicaba, pero más de manera escrita. Casi todos los años de secundaria escribí muchas vivencias y muchos cuentos, algunos de los cuales ya ni siquiera recuerdo. Pero sí me fue difícil olvidar las cosas más saltantes que me pasaron. Pero como mi memoria es buena pero no tanto como quisiera, los nombres, apellidos y/o iniciales que pongo casi nunca son los verdaderos. Esto por dos razones: la primera es porque no siempre recuerdo quién era el co-protagonista del suceso, la segunda por proteger la privacidad de las personas. No siempre que el apellido se repita significa que es la misma persona. Esta es una influencia combinada tanto de Sofocleto (Luis Felipe Angell) y de Renato Cisneros (http://blogs.elcomercio.com.pe/busconovia/) y algunos otros autores de mi infancia también ayudan a que pueda escribir con cierta lógica.

Como se habrá hecho evidente, en muchas de las entradas la cronología prácticamente no existe. Están mezcladas vivencias similares de diferentes años, aunque trato de llevar cierta secuencia lógica. Sin embargo, es inevitable que confunda ciertos datos o ciertos recuerdos. Aunque esas son licencias que me permito ya que no es fácil ordenar tantos y tan variadas memorias.

Me preguntaron hace no mucho, cuál es mi motivación para escribir. Es una respuesta difícil. Cuando empecé hace muchísimos años, era una catarsis. Cuando no podía expresar muchas cosas oralmente, me limitaba a escribir cuentos y vivencias reales e inventadas, siendo una forma de desahogarme. Actualmente me sirve mucho como relajo, suelo escribir en el blog cuando estoy estresado o me siento algo nostálgico. Muchas veces pensaba lo ideal que sería para mi poder retroceder el tiempo. Extraño mucho mi colegio (así como mi infancia) y creo que podría haberle sacado mucho más provecho en cuanto a relaciones con mis compañeros y también en cuanto a conocimientos. La única forma de retroceder el tiempo es en mi mente, mediante los recuerdos. Y de paso, el evocar estas vivencias me ayudan a entenderme a mí mismo.

Agradezco infinitamente al de arriba por todas las personas que pasaron por mi vida hasta el momento, ya que de todos siempre hubo algo que aprender. Agradezco también a quienes me piden que no deje de escribir, agradezco las críticas buenas y malas que hacen que uno trate de perfeccionarse en algo en lo que no se considera nada experto. Y agradezco el tener cierta facilidad para hacerlo, lo cual significa que a pesar de todo... lo seguiré haciendo =)

FIEK.

miércoles, 27 de mayo de 2009

¿Violencia? en Tercero de Secundaria

Quizá el título de la entrada pueda parecer un poco exagerado pero fue el primer año en que sentí peligrar mi integridad física en el colegio. Esto fue por varios hechos, que recordándolos hoy, parecen graciosos, pero en su momento no fueron nada agradables para mi. Como decía en la entrada anterior, en tercero de media ya pude entrenar sin problema y mejoró mi desempeño en el tenis de mesa así como en rendimiento académico. Pero no todo fue color de rosa, tuve algunos problemas personales que el de arriba me ayudó a solucionar de una u otra forma.

Lo primero que recuerdo fueron las pequeños conatos de pelea con H. quien se sentaba en la carpeta detrás de mi. El problema siempre fue que él era bastante grande para la edad que teníamos y no le era cómoda la carpeta (en la que prácticamente a mi me sobraba espacio ya que era mucho más pequeño) y a veces él estiraba las piernas olvidándose que yo me sentaba delante. Muchas veces lo hacía de casualidad y otras por divertirse a costa mía. El problema era cuando yo me picaba y le golpeaba las piernas, pero como tenía poca fuerza, no daba mucho resultado. A veces optaba por retroceder la carpeta de golpe y sin aviso, lo que tenía como objetivo lograr de vez en cuando un sonoro ¡au!. Pero no tenía en cuenta que estando él detrás, yo llevaba las de perder. Nunca ataques al "enemigo" cuando el tiene la ventaja de la sorpresa. Una vez en que me molesté más de la cuenta, lo golpeé bastante fuerte con la carpeta y él también se molestó amenazándome con pegarme a la salida del recreo. Cuando salimos yo tenía algo de miedo pero también estaba molesto. En eso se acercó B. (quien siempre quiso probar de pelear conmigo desde el primer año de colegio) y cuando H. vio que este quería empezar a acosarme como lo hacía usualmente le dijo algo así como: "a él solo lo maltrato yo". Considerando que H. nos llevaba a ambos más de una cabeza, a B. debe de haberle funcionado el instinto de conservación y se hizo humo. H. me miró, se rió (más que probable que de mi cara de susto) y se fue. Me hizo un gran favor ese día, y él lo sabía. Pero igual seguimos peleando por el espacio entre carpetas, pero ya nunca llegó a mayores. Desde ese entonces nunca me molesté tanto y la solución después de un tiempo fue intercambiar nuestros sitios. Lo que bno evitó que alguna vez lo molestara yo a él de la misma forma...

El otro episodio fue con R. A él lo conocía desde primaria aunque nunca tuvimos mucha confianza. En este año nos sentábamos cerca pero igual hablábamos poco. Uno de esos días, otros compañeros lo estaban molestando con el apodo que le decían en casa. Aparentemente le decián algo como "p...". Y le gritaban el nombre repitiéndoselo una y otra vez, mientras él los amenazaba con pegarles porque le disgustaba ese título. "Sólo permito que me lo digan en casa" decía amenazante. Cuando ya más o menos cedió el acoso, él parecía estar más tranquilo. Yo me distraje del asunto y empecé a escribir en mi cuaderno. De pronto sentí un dolor fuerte al lado de al cintura. Grande fue mi sorpresa el ver que era R. hincándome con su lapicero lo cual me molestó y se me salió decirle: "¡pachón!". Y todos los chicos de alrededor se rieron sonoramente y él se puso rojo de cólera. "Pensé que eras mi amigo" me dijo, "pero ya te fregaste. Cuando salgamos al recreo te voy a pegar." Traté de explicarle lo que pasó pero fue inútil. Semejante ofensa mortal debía tener castigo y no había forma de hacerle caer en cuenta que pensé que me estaba molestando con el lapicero, cuando en realidad sólo quería hacerme una pregunta, pero me pasó la voz de una manera poco menos que tosca. Mientras se acercaba la hora del recreo, más me temblaban las piernas y más me sudaban las manos. Él debe haberse divertido con mi expresión de miedo ya que cada cierto rato repetía: "voy a empezar así y luego...", o murmuraba "empezaré lentamente..." como si fuera a tratar de cocinarme. Ello me daba aún más miedo pues él parecía disfrutar el cuadro de violencia venidero. Cuando tocó el timbre traté de demorarme en salir. "Igual tendrás que salir aunque sea para la formación", pareció adivinarme el pensamiento R. Así que me armé del poco valor que tenía y me dirigí a la puerta seguido por él. Justo cuando salimos se acercó Z., un amigo mucho más grande que yo que quería que le preste un trabajo. Al ver R. que alguien me hablaba, pareció dudar y de pronto me lanzó una suave patada en el trasero. "Ya te he hecho sufrir bastante. La próxima vez sí te pego." Z. nunca supo por qué le di las gracias ese día. De hecho R. no me volvió a dirigir la palabra en casi todo el año.

El episodio más grave, según mi experiencia personal, era con el famoso B, quien me acosaba desde primaria. Tuve la mala suerte que le tocara sentarse en una carpeta cercana a la mía lo que aprovechaba para molestarme de todas las formas posibles. Quizá su plan era lograr sacarme de mis casillas para dar lugar a una buena bronca. Algo que yo evitaría a toda costa pues nunca me gustó la violencia, aparte que era evidente que yo la perdería en caso se diera. No recuerdo todo lo que hizo esa mañana, pero sí recuerdo que llegó al extremo de jalar mi cuaderno cada vez que intentaba escribir. Y eso me terminó de exasperar lo que dio lugar a un sonoro ¡carajo! que me sorprendió a mí mismo. "Ay, su papito le enseñó a decir carajo" dijo él. Eso me enfureció aún más y empecé a descontrolarme, tanto que en lugar del lapicero tomé un lápiz y la siguiente vez que B. estiró el brazo para hacerme rayar mi propio cuaderno, se lo clavé en el brazo. Cuando me di cuenta de lo que había hecho, me asusté sobremanera. Jamás había soñado siquiera con reacccionar alguna vez así. Afortunadamente como yo no tenía mucha fuerza no le hice casi daño, pero si le hice un pequeño huequito en el brazo donde salió una sola gotita roja. "Me sacaste sangre", me dijo, y se chupó la herida. Debe de haberse reído de mi cara de estupor al verlo tan tranquilo después del incidente, mientras yo estaba asustado tanto de su probable reacción después de semejante agresión como de mí mismo. Al menos sirvió para darme cuenta de que mi vasta paciencia tiene un límite y que más allá es difícil controlarme. Y también sirvió para que me dejara en paz el resto del año.

lunes, 27 de abril de 2009

Tenis de Mesa. Los Inicios (Parte 2)

Cuando estuve en la Federación tuve un amigo con el que jugaba muy seguido. Mis padres me decían que no lo hiciera porque seguro que "me estaba estudiando el juego". No hice mucho caso porque siempre ganaba cualquiera de los dos, y era con quien más confianza tenía (teniendo en cuenta que yo no hablaba mucho). Cuando jugué mi primer ranking llegué con las justas. Aún recuerdo a mi padre acelerando el lanchón verde palta por toda la vía expresa para que yo pueda llegar a tiempo a competir. Sólo tengo dos recuerdos muy claros de ese campeonato: el primero es que cuando me tocó jugar con mi amigo, en uno de los puntos me caí y estando en el piso veía caer la bolita y la respondía desde allí hasta lograr pararme. No sé cuántas veces lo hice, pero cuando logré pararme quise matar y así perdí el punto. Es decir, hice lo más difícil y fallé la bola más fácil, algo que me sucede hasta el día de hoy... El otro recuerdo es que mientras jugaba el último partido que decidía mi clasificación habían llegado mis hermanos y mi mamá y toda la familia de unos amigos con quienes jugábamos tenis de mesa en el club El Bosque. Aún puedo verlos aplaudiendo y dándome aliento, pero contrariamente a lo que pretendían, no me ayudó mucho, más bien me sentí tan presionado que me desconcentré y terminé perdiendo el partido por "goleada". El regreso por la vía expresa fue acompáñado de un llanto mudo mezcla de vergüenza e impotencia, la primera por haber perdido delante de todos mis "hinchas". La segunda por no saber como manejar esa sensación de presión y jugar como sabía hacerlo entonces.

Años más tarde, cuando el profesor de Educación Física pretendió hacerme jugar por el colegio en primero de secundaria tuve una especie de revancha: me presenté a los entrenamientos y el profesor de ese entonces (su nombre era Ricardo Pérez si mal no recuerdo, quien tenía un taller de mecánica y un par de hijas que destacaban en el mismo deporte) hizo un ranking interno. Yo perdí todos los partidos que me podían dar un cupo en la selección de menores del colegio. Pero el último que debía jugar por cumplir era contra Eduardo Leverone, primera raqueta de la categoría (menores). Para el padre Beto, mi profesor de religión y asesor de deportes parecía impensable que yo ganara, pero al parecer jugué un super partido ya que logré vencer por una categórico 2 - 0. El mismo Eduardo me felicitó (me sorprendió que se alegrara de perder, pero inmediatamente supe que era por haber jugado un tan buen partido) y vi como el padre Beto hablaba con el entrenador el cual me informaba después que se me aceptaba como invitado al entrenamiento de la selección. Parecía que mi último partido le hizo cambiar de opinión a mi futuro "director técnico".

De esta forma empecé a entrenar en el colegio y a quedarme hasta tarde. Esto sí influyó en mis estudios. De lo bien que comencé, mis notas empezaron a decrecer, no como para desaprobar cursos pero sí como para preocuparse. Había un niño apellidado Muller que me odiaba (nunca sabré por qué) pero era mi compañero de equipo. Era el que más me molestaba y más le molestaba a él que yo nunca respondiera. A pesar de ello con el entrenamiento me gané un lugar en el equipo de tenis de mesa y no lo hice mal ya que cuando llegaron las competencias de ADECORE fui titular. Lo que sí fue un desastre para mí fue mi último partido: de mi dependía la clasificación a la siguiente fase (los seis equipos que pasaban a la final). Nos tocaba jugar contra el colegio Juan XXIII que era difícil (aunque aún no era la "potencia" en que se convertiría años después) y jugué contra un alumno un año menor que yo llamado J.P.L. Gané el primer set sin mucho problema, y el segundo lo iba ganando 18 a 12. Fue entonces que empecé a perder punto tras punto hasta perder por 21 a 18. El tercero no pude hacer nada, no recuerdo cuánto acabó, sólo que perdí y salí llorando del campo de juego, (mientras Muller me repetía "llorón" una y otra vez hasta que salió de mi campo de visión) y no pude parar de llorar hasta el viaje de regreso a casa. Lo del estadio se había repetido años después. La presión de tener que ganar me desconcentró y perdí un partido que tenía casi ganado.

El siguiente año mis padres me prohibieron jugar tenis de mesa. No querían que fallara en los cursos y menos que se repitiera mi fracaso, no por perder si no porque no me sintiera mal. Sin embargo, mis notas fueron peores que el año anterior. Estuve a punto de desaprobar un curso, aunque lo aprobé finalmente pero de todas maneras lo lleve como curso vacacional voluntario (de matemáticas, jamás he sido bueno para los números). En tercer año de secundaria me dejaron volver a hacer deporte, sin él igual casi me jalaban así que ya no importaba. A pesar de ello mis notas mejoraron considerablemente y mi producción también en cuanto a mi deporte. Nuestra competencia no fue tan buena, el equipo no era fuerte y yo tampoco, pero esta vez pude ganar o perder sin sentirme agobiado por la presión que había sentido antes. No hicimos un buen papel ya que no conseguimos resultados relevantes pero tampoco jugamos mal. En mi caso particular, al menos, me sentí mucho mejor.

viernes, 20 de marzo de 2009

Tenis de Mesa: Los Inicios

El cambio de primaria a secundaria no fue tan chocante como me lo habían pintado. Me decían que mucha gente desaprobaba los cursos porque el nivel era distinto. Que como ya éramos mayores los profesores eran más exigentes. Nunca pude comprobar ello, la única diferencia, al menos para mi, era que el recreo se desarrollaba en un patio infinitamente más grande y que en ese mismo lugar vería más broncas de las que había visto en toda mi etapa primariosa. Se dice que esto se debe al cambio de edades, que uno empieza a pasar de la infancia a la pubertad y entonces experimenta un ansia de rebelión que se revela mediante algunas manifestaciones tales como el portarse mal o pelear con otros compañeros. En mi caso, no sentí nada de ello ni lo necesité para sentirme algo mayor.

En realidad me sentía menor, debido a mi tamaño no muy auspicioso. Seguía siendo uno de los primeros de la fila (la que se ordenaba por tamaño, del más pequeño al más alto) y seguía pareciendo de primaria. Sin embargo comencé bien los cursos. El recreo fue mejor ya que había mucho más espacio para jugar a lo que fuera. Pocas semanas después de iniciadas las clases, se nos explicó que podíamos "postular" a diferentes selecciones deportivas del colegio y que ello haría que tuviéramos mejores notas en educación física. Era una gran oportunidad para mí ya que parecía evidente que reprobaría ese curso. Me cansaba muy rápido, no tenía fuerza y era un poco descoordinado. Pero todo ello desaparecía cuando jugaba tenis de mesa. Quizá porque aprendí desde pequeño con muy buenos entrenadores en la que fue la Federación Peruana de Tenis de Mesa. Yo nunca lo supe pero me decían que estuve en la pre selección nacional. Yo aún tengo mis dudas ya que era mi hermano quien me llevaba y entrenaba al lado de él. Los dos profesores que me enseñaron fueron el Profesor Vega, hoy apodado el "Teacher" y el desaparecido Profesor Montoya. Éste último era flaco y renegón y me daba algo de miedo, pero era reconocido como muy buen entrenador. Una vez se asustó porque me hizo llorar: en un descanso se acercó donde yo estaba de espaldas y quiso hacerme cosquillas con tan mal tacto que me hizo doler las axilas hasta el llanto. El esperaba que me riera, por eso recuerdo su expresión de desconcierto al ver mi reacción. Quizá por ello nunca usó su famoso "chocolate" conmigo. Este era una barra larga de metal, de color marrón que apoyaba debajo de la net. Cuando alguien se portaba mal o fallaba demasiado un golpe o un efecto o lo que fuera, la sacaba y le pegaba en el trasero. No de forma que hiciera llorar o quedara marcada esa parte. Pero sí de forma que uno no quisiera volver a fallar nunca más.

Parte de mi infancia se convirtió en ir a entrenar al estadio. Lo único que odiaba era tener que correr la vuelta al mismo ya que nunca podía completarla sin caminar la última parte. Lo que más me gustaba era el famoso "té helado" del Señor Uribe. No eran pocos los que optaban por este refresco sobre todo en verano. En ese tiempo entrenaban también Yahir y Walter Nathan y Eliana Gonzales del Riego entre otros. Obviamente yo no entrenaba con ellos, pero siempre era un placer verlos jugar. Mi hermano sí pertenecía a la selección, o al menos eso creía yo. Sabía que había ganado un ranking importante y que se iría de viaje (si mal no recuerdo a Brasil) cuando se enfermó de hepatitis. Como era él quien me llevaba a entrenar (es bastante mayor que yo), todo el mes que duró el mal, no pude ir más. Cuando él quiso volver, ya no le dejaron entrenar como antes. No sé que sucedió pues yo era aún muy pequeño. Lo que sí recuerdo es que la última vez que fui a la Federación siendo un niño habían llevado a un entrenador chino que nos había visto jugar antes. Este nos obsequió a mi hermano y a mí un pin a cada uno. Tenían forma de rombo y mostraban una raqueta sobre una mesa al lado de una bolita. Hasta hoy conservo el mío en una cajita. Luego de ello dejé de jugar por varios años hasta que pasé a secundaria.

martes, 3 de marzo de 2009

Mi Primera Metida de Pata

Siempre he sido desconfiado, quizá por eso también era tan callado y rara vez hablaba de mi o de mis cosas. Y menos aún acerca de mis gustos. Y obviamente, nadie se enteraría jamás de qué chicas me agradaban cuando era adolescente. "Cualquiera de las chicas del barrio estaría contigo" me decía un amigo y yo no le creía. En ese tiempo no tenía como saber si tenía lo que llaman "jale" con las mujeres. Y siendo tan callado era difícil conocer a alguna de las pocas chicas que me gustaban o que ellas me conocieran más a mí. Y sí habían varias chicas que me gustaban, pero no sentía ese interés por conocerlas aún más.

Hasta que conocí a P. Ella era vecina de un amigo mío que vivía en el segundo piso de un edificio en mi misma cuadra. Ella me parecía muy agradable, muy educada, siempre nos saludaba con una sonrisa cuando nos cruzábamos. Muchas veces la veía sacar a pasear a su perro: un pekinés muy gracioso que siempre andaba con un moño en la cabeza. También me llamaba la atención lo bien que se llevaban sus padres. Para haber pasado la base cuatro como mínimo, ellos siempre salían a pasear abrazados o de la mano. Daban la impresión de ser más una pareja de enamorados adolescentes que dos esposos con una hija adolescente. Ellos fueron un ejemplo para mí de lo que me gustaría lograr en el futuro: una pareja estable y duradera con quien la pasión no se desgaste con el tiempo. Es decir, me gustaba toda la familia, pero eso nadie más lo sabía ni lo sabría.

Un día mi amigo me preguntó a quemarropa: "¿a ti te gusta P.?". Como jamás lo iba a admitir debido a mi proverbial timidez y oportuna reserva dije lo primero que se me vino a la cabeza: "es igualita a su mascota". Mi amigo sonrió y no dijo nada, pero dentro de mi sentí que había metido las cuatro patas. Se me había venido a la cabeza la frase que dice que las mascotas se parecen mucho a sus dueños, y esta mascota me parecia muy linda. Era la única forma en que se me ocurrió disfrazar semejante secreto. Temí que mi amigo se le contara mi respuesta a ella, pero siendo mi amigo, dudaba que lo hiciera. Mi duda quedó despejada cuando me invitaron a su fiesta de cumpleaños. Para no tener mucha confianza, me pareció más que agradable que me invitaran. El día de su fiesta fue muy divertido hasta que conocí a su amiga C. mejor dicho, ella me conoció a mi. Aquella noche fue el primer día en que me sentí como un juguete o como una propiedad de alguien. A pesar de que no sabía bailar ella me sacó a bailar... y prácticamente no me dejo sentarme el resto de lo que duró la fiesta. Cuando ya estaba extenuado, ella seguía jalándome y diciéndome que solo bailaría con ella. Debo ser justo y decir que era muy bonita, pero después de todo el zamaqueo, sólo pensaba en estrangularla. Pero como obviamente no lo podía hacer, salió a mi rescate la abuelita de P. con una frase algo así como "ya déjalo tranquilo", que significó mi liberación y prácticamente mi huida hacia mi casa dejando atrás a P. con una sonrisa enigmática.

Algún tiempo después otro amigo del barrio hizo una fiesta de disfraces en su casa, no recuerdo si era por carnavales o por Halloween. Llegue un poco tarde y me agradó mucho cómo habían decorado la casa donde era la fiesta. Y había bastante gente. Me di cuenta que había una chica disfrazada de payasita que no dejaba de mirarme. Y la verdad es que me gustaba mucho y me sorprendía que alguien me mirara tanto. Como nunca me acercaba mucho a una chica que no conociera, me costó una guerra interior el convencerme de acercarme y hablarle. Así que armado de valor me acerqué y le pregunté si deseaba salir, a lo que accedió inmediatamente. Lo primero que se me ocurrió fue pregntarle su nombre... y me respondió mirándome entre divertida y con cierta pena: "Christian, pero si soy P." En ese momento me sentí como el ser más idiota del mundo y no dije una sola palabra más. Solo seguimos bailando hasta que acabó la canción y me fui a buscar algo helado que tomar. De ahí vi que la sacaron a bailar y ya no me atreví a hacerlo más. "Debe creer que soy un tarado", pensé. Y poco rato después me fui a casa.

La última vez que vi a P. fue años después en el matrimonio de la hermana de un amigo común. A primera vista no la reconocí: había crecido mucho y se había convertido en toda una señorita y muy atractiva por cierto. Cuando la saludé comenté: "cómo has crecido...vyo te dejé así" haciendo una seña con la mano de cuando era más pequeña, a lo que ella respondió: "y yo también te dejé así" haciendo la misma seña; lo que me pareció una forma de hacerme entender o lo ridídulo de mi comentario o que realmente ambos habíamos crecido mucho. Esa fue la última vez que la vi. Y quizá haya sido mejor porque según me doy cuenta después de escribir todo esto, las pocas veces que hablamos, fui un desastre, así que no sé que impresión se habrá llevado de mi en el largo tiempo en que nos conocimos tan poco.

P.D.: a veces es mejor que te hablen y te pregunten sobre ti, que empezar a hacer preguntas uno mismo. A veces ello te puede traer muy gratas sorpresas...

viernes, 27 de febrero de 2009

Toreros en Primaria

Estando ya en cuarto año de primaria y siendo de los mayores del colegio (el resto de años se cursaban en el ya famoso local de Miraflores) yo seguía pareciendo menor que los del año anterior. Mi constitución física no ayudaba mucho. Comenzaba a ver broncas más seguido, entre compañeros de diferentes secciones y era consciente que yo nunca podría aguantar semejantes peleas. Pero sabía también que era difícil que alguien discutiera o peleara conmigo pues yo hablaba muy poco. La violencia siempre me ha atemorizado, siempre he preferido alejarme o tratar de prevenirla. Durante este último año, el tal Bustamante que quería pelear conmigo desde el primer grado, había prácticamente desparecido, para alivio mío.

En este año, se hizo amigo mío A. A. quien era tildado de "maricón" por varios compañeros, sobre todo los que yo catalogaba como "matones": aquellos que sostenían broncas y que eran los que mandaban (o eso creían), eran los más grandes, rudos y los que más abusaban del resto. Afortunadamente nunca tuve problema con alguno de ellos, es más, con el tiempo me hice amigo de varios dándome cuenta que mi primera impresión, en ese tiempo, no necesariamente había sido la correcta. A mi amigo A. A. le gustaba mucho llamar la atención, razón por la cual era castigado frecuentemente. Uno de estos castigos consistía en sacar a estos "muchachos malcriados" y pararlos delante de toda la clase (éramos más de 40 por salón). Y A. A. era infaltable en estas ocasiones donde se divertía volteándose los ojos delante de todos o haciendo diferentes muecas. Cuando el profesor de turno se daba cuenta, el jalón de patillas era inevitable (mientras más lo levantaban de la patilla más se reía él). Un día A. A. me rogó que le preste un cuaderno de alguno de los cursos, pues como de costumbre, no estaba al día. Después de pensarlo bastante, se lo di, ante lo cual me dio unas efusivas gracias y prometió traerlo al día siguiente. Cuando me lo devolvió me dijo: "tú sí eres un buen amigo". Al abrir mi cuaderno me turbó el ver que las páginas estaban rayadas con tinta negra y algunas tenían palabras bastante ofensivas. En la última habían cuatro iniciales. Me miró sorprendido y asustado, explicándome casi llorando que él no había hecho eso. Y tenía lógica: siendo yo el único del salón que lo ayudara, hubiera sido más que tonto malograr lo que le prestara. Entonces recordé que no le había puesto mi nombre al cuaderno y que éste había estado en su mochila. Era evidente: el culpable creyó que el cuaderno era de él y terminó rayando el mío. Fuimos ambos donde el profesor, el que astutamente buscó en la lista del salón el nombre que coincidiera con las iniciales. ¡Bingo! Había sólo uno, así que llamó al alumno respectivo y le preguntó si él había rayado ese cuaderno. Él dijo que no... y ahí quedó el asunto. A. A. nunca más me pidió un cuaderno prestado. Al año siguiente me enteré que lo cambiaron de colegio, aunque algunos decían que lo habían botado... por mala conducta.

Cuando nos tocaba clase de arte, muchas veces teníamos que construir cajas con palitos de helados, hacer dibujos, o confeccionar tarjetas de saludo, entre las pocas cosas que recuerdo. Pero si sé que lo que más odiaba tenía que ver con lo que constara en cortar, pegar, o doblar cosas (es decir, todo lo que hacíamos en esa hora). No es que no me gustara realemente, si no que mi inhabilidad terminaba colmándome la paciencia. Nunca pude pegar los palitos de helado para formar una caja ni forma alguna. Siempre fui un desastre dibujando, salvo que se tratara de figuras geométricas (una regla puede hacer maravillas) y ni que decir del origami. Siempre me gustó el olor de la goma y del terocal, pero no podía evitar que se me quedaran pegados en los dedos durante horas en que me los lograba sacar de a poquitos. En resumen: terminé odiando todo el rubro de manualidades y mi propia torpeza a la vez. Lo único que me salió estupendo una vez fue un dibujo de un pirata que copié de un libro de Emilio Salgari. Ahí me di cuenta que era malísimo dibujando pero muy bueno copiando dibujos (el pirata suena bastante sugestivo).

El profesor de este curso de Arte fue el único que me cayó muy mal en primaria ya que me pareció alguien muy injusto: cada cierto tiempo debíamos presentar nuestros cuadernos del curso, ya que eso nos daba una nota adicional si es que estábamos al día. Yo hacía poco había comprado uno nuevo (aún recuerdo la figura de torero de la portada) y había estado pasando allí los apuntes del curso que tenía en borrador. El profesor decía que si no estábamos al día mejor no presentemos nada. Como yo escribía rápido, el día anterior había pasado en limpio todo lo de su curso, razón por la cual aparecía todo con el mismo tono de tinta y en un cuaderno completamente nuevo (lo había comprado el día anterior). Al ir a presentar mi flamante cuaderno, el profesor me dijo: "acabas de pasarlo, ese no es tu cuaderno" y asumió que estaba haciendo trampa por lo que me puso me puso una linda anotación: "desaprobado por mentiroso". Regresé a mi carpeta furioso por lo injusto y por que no había podido reaccionar para reclamarle nada. Pero me prometí que ello no se quedaría así, había malogrado mi cuaderno y encima difamándome. En la siguiente presentación de cuadernos presenté el mismo, con todo lo del curso hasta entonces. Me miró entre molesto y sorprendido y yo le devolví la mirada. No sé si habría llegado a ver la furia en lo profundo de mis ojos, pero lo cierto es que me puso más nota de la que yo creía merecer. El siguiente año volví a tenerlo como profesor, y en la primera presentación de cuadernos fui con uno que tenía una portada de torero... Ese fue uno de los cursos que pasé con mayor nota ese año.

P.D.: cuando dos personas que se quieren, se comprenden, e incluso comparten la visión de un bello paisaje, ni la fuerza de un gran viento muy frío podrá hacerlos retroceder. Y ambos saben que ésta es sólo la primera vez de muchas...

sábado, 21 de febrero de 2009

"Tú Eres Diferente"

No recuerdo con exactitud cuándo fue que nos volvimos muchos en el barrio, debe haber sido entre los 12 y los 14 años. Éramos un grupo grande de amigos los cuales vivíamos en la calle Juan del Carpio en San Isidro y alrededores. Sólo recuerdo que mi primer amigo de allí fue el hermano de una amiga de mi hermana y así empezamos a jugar juntos y frecuentar nuestras respectivas casas. Y desde allí fue creciendo el círculo de amigos. Nos veíamos sobre todo en los veranos, cuando jugábamos fulbito (y yo todavía creía que jugaba bien) o a las escondidas o a lo que se nos ocurriera.

Como coincidíamos en verano, también aparecieron los carnavales en febrero y los famosos globos de agua. Al comienzo sólo nos mojábamos entre nosotros. Yo tuve la suerte de que jamás me cayera un globaso. Tenía buenos reflejos y un sexto sentido aún no muy bien desarrollado pero que me permitía defenderme de globos caídos del cielo: de algunos edificios dejaban caer éstos a quienes pasaran por la vereda colindante. La primera vez, caminaba con un amigo que era charapa (de la selva) y de improviso ambos nos lanzamos al piso hacia un costado, para sorpresa del resto de nuestro grupo. Creo que en parte, la preparación de ambos en artes marciales (tae kown do y judo respectivamente), nos permitió anticipar el estallido de los proyectiles de agua que nos habían lanzado desde una azotea. La sorpresa de nuestros amigos no fue porque nos tirarámos al piso si no por que nunca vimos los globos hasta que se estrellaron en él, prueba de que aquel extraño "sexto sentido" comenzaba a funcionar.

Cuando éramos más grandes algunos del grupo tomaron la costumbre de ir hacia las avenidas con baldes cargados de globos para lanzarnos a los buses. A mí nunca me gustó ello. Odiaba que me mojen, razón por la cual no concebía que mis amigos mojaran a quien no lo quería. Más de una vez trataron de hacérmelo a mí sin lograrlo. Una tarde en que trataba de no acercarme por donde estaban me crucé con G. C. que era un poco menor que el resto pero más travieso que todos juntos. Cargaba un balde con algunos globos e hizo ademán de querer lanzarme alguno. Le hablé, lo convencí de que me dejaría mojar pero de cerca porque el estallido del globo me haría doler. Mientras tanto me acercaba poco a poco a él hasta que le volteé el balde, derramando el agua y haciendo reventar los globos en el piso. Se rió y me dijo "me la hiciste, pero la próxima no te salvas". La siguiente vez pasó exactamente lo mismo. "No puedo creer que hayas podido hacerlo otra vez". Se sentía humillado porque lo había podido engañar dos veces ¡con el mismo discurso!

En la misma cuadra, pero cerca al colegio Alfonso Ugarte, tenía una vecina que no se juntaba con nosotros. Yo asumía que era porque ninguno la conocía ni la habían presentado. Y mis amigos, cada vez que pasaban en sus bicicletas delante de su casa (solía jugar en el jardín exterior) siempre le lanzaban globos. A mí esto no me agradaba ya que era evidente que no le gustaba. No recuerdo como me enteré que se llamaba Ofelia, y cuando pasaba en bicicleta delante de su casa no podía evitar a veces, quedarme mirándola. Me preguntaba por qué nunca había sido parte de nuestro grupo. Un día en que mis amigos se prepararon para otra excursión carnavalística, me les adelanté y le avisé: "Ofelia", le dije y su asombro se hizo evidente al abrir grandes sus ojos de por sí ya grandes y muy negros. Y es que se suponía que yo no tenía como saber su nombre. "Mejor entra a tu casa porque mis amigos ahorita vienen con globos." Se me quedó mirando y me dijo: "¡Gracias! Tú no eres como los demás, se nota. ¿Por qué te juntas con ellos?". No supe qué decirle, ya que eran los chicos con los que jugaba. "Si quieres ven a jugar un´día conmigo y mis amigas".

Un par de días después, salí con precaución de casa y no vi por el camino a ninguno de mis amigos. Pronto me crucé con G. C. que ante mi puesta en guardia me dijo: "Hoy no te voy a tratar de mojar". Y levantó ambas manos mostrándome que estaba "desarmado". Caminé entonces algo más confiado hacia la esquina de la calle, casi llegando a la avenida donde ya sabía que estaba el resto de mis amigos. Al llegar a ella G. C. se hizo rápidamente a un lado y un gran chorro de agua me cayó encima. Por el volumen, fue imposible esquivarlo como hice con los globos tantas veces. Todos los chicos se habían puesto de acuerdo para esperarme en esa esquina y B. G. uno de los mayores esperaba con el balde. Inteligentemente, decidió por un baldaso en lugar de los globos, él sabía que ante tanta agua no había escape posible, así que todos celebraron el haberme por fin atrapado. No me molestó si no que me divirtió el saber que habían tenido que ponerse todos de acuerdo para poder mojarme. Y no me molestó quedarme así el resto de la tarde.

Mientras tanto pensaba en cuánto me agradó aquella invitación de Ofelia, pero siendo tan tímido, sabía que me costaría mucho acercarme. Más aún, sabiendo que mis amigos buscarían mojarla a ella y a sus amigas. Y si me veían con ellas, lo tomarían como una especie de traición. Tras un par de semanas de indecisión, resolví acercarme pero nunca la encontré. Poco después me enteré que su familia había decidido mudarse a un distrito muy lejano. En ese entonces Surco era algo así como otro país para mi corta edad. Nunca más supe de ella. Aunque la recuerdo siempre que alguien me dice: "Tú eres diferente". Y no han sido pocas las veces que me lo han dicho. Y no siempre sé por qué. Lo bueno es que esa frase no ha venido nunca más acompañada de baldasos de agua fría... de ninguna clase.

P.D.: un abrazo inesperado de una chica muy dulce puede ser el mejor regalo para alguien que aún a veces se siente algo solo. Llegué a casa a pie a las doce, cual cenicienta, pero sin perder ninguna de mis zapatillas nuevas...

miércoles, 18 de febrero de 2009

Mis Primeros Cumpleaños

Hace un par de semanas o algo más C.Q. me preguntó: "¿por qué no escribes sobre tus cumpleaños, ya que se viene el tuyo?". Le tuve que explicar que no me es fácil escribir sobre un determinado tema si no tengo muchos recuerdos sobre él. Y eso me pasaba con mis cumpleaños, y me dio curiosidad el no recordar casi ninguno de cuando era niño. Por eso no escribí acerca de ello, pero me quedé con la espinita clavada. Y me di cuenta que sí recuerdo mis primeros cumpleaños, pero no los míos, si no a los que me invitaron cuando niño.

Tengo un vago recuerdo de un cumpleaños en un gran parque donde estaban Yola Polastri y sus burbujitas. Obviamente yo estaba parado muy lejos del escenario, evitando la posibilidad de que me hagan participar en lo que fuera. Mi miedo escénico era más poderoso que cualquier ofrecimiento de premio. Y recuerdo haberme retirado de la manera más sigilosa posible para mis 7 u 8 años. Otro cumpleaños memorable no recuerdo donde fue, si en una casa o en club o de quién, pero lo que jamás olvidaré fue la presentación de un mago. Y no me refiero a alguno de los trucos en sí, si no a lo que pasó durante uno de ellos: después de haberlo visto aparecer palomas y pañuelos de colores de la nada, cogió una olla con su tapa y con su varita empezó a preguntar qué queríamos que metiera en ella. Las sugerencias iban desde leche y mantequilla, hasta agua de mar y colonia, hasta que una voz de niño gritó ¡"P.B.C."! logrando enmudecer a todos los presentes que voltearon a mirar de dónde salió semejante sugerencia. Deben haber sido los cinco segundos más largos en la vida de aquel mago, que inteligentemente ignoró la propuesta y siguió con su truco, aunque ya no tardó mucho en retirarse. En casa me explicaron que rayos significaba P.B.C. y que era preocupante que un niño de 10 u 11 años sugiriera echarle eso a una olla...

Otro cumpleaños memorable fue el dos amigos del colegio que eran mellizos. De entrada me crucé con una gato morado que pasaba a mi lado como una flecha. Estaba de ese color porque a alguien se le había caído un vaso de chicha cerca de él y según la confusa explicación que recibí, algunos chicos más pensaron que debían terminar el decorado, así que me crucé con un gato espantado que debe haberlo temido mucho a ese color. La otra parte graciosa del cumpleaños fue a la hora de cantar el acostumbrado happy birthday: se suponía que nadie debía comer bocaditos antes de cantar. Pero mientras empezaban los preparativos, por debajo de varios sectores del mantel aparecían manos que se apoderaban raudamente de lo que encontraran en su camino. También fue el primer happy birthday que vi apagarse literalmente: "cumpleaños feli..." mientras todos bajaban el volumen a la vez hasta que quedaba inconclusa la canción, y ello pasó más de una vez lo que creó que obligó a adelantar la soplada de velitas y la partición de la torta.

Muy vago recuerdo tengo de los cumpleaños que se celebraron en el Rancho. Pero sé que fui a varios. Sobre los míos recuerdo muy poco: las tortas, pues me encantaba las de chocolate siendo la mejor la Selva Negra. Las velitas que se volvían a prender eran todo un reto, aunque el agua siempre funciona... Siendo ya mayor, no quise celebrar mi cumpleaños por mucho tiempo, no me sentía bien conmigo mismo y consideraba que no había nada que celebrar... hasta este año en que las cosas van mucho mejor. Pero esos temas ya los contaré mucho más adelante.

P.D.: Gracias M. M. por la motivación. Cuando alguien te pregunta ¿cuándo vas a poner algo en tu blog?, significa que por lo menos una persona lo lee y eso es un empuje adicional. Y las largas conversaciones también ayudan a recordar, habrá que sentarnos a tomar un helado un día y seguir conversando. Por cierto, escribí esta entrada escuchando a Andrea Bocceli, siguiendo las instrucciones que me diste... lo máximo!!!

lunes, 9 de febrero de 2009

Mi Primera Desilusión

A los 13 o 14 años, cuando ya jugaba fulbito con los amigos del barrio, empezaron a aparecer algunas chicas; la mayoría del grupo eran las hermanas de amigos, de edades cercanas a las nuestras. A veces nos acompañaban a montar bicicleta o simplemente a conversar. También había algunas que se limitaban a vernos jugar desde sus ventanas en los edificios que rodeaban el parque de la esquina de mi casa. Uno de mis amigos vivía en un edificio de cuatro pisos a mitad de la cuadra. En el segundo piso vivía una niña que me agradaba mucho, aunque nunca estuve seguro de su nombre: Paloma o Pamela o Paula... De lo que estaba seguro era de que a ella le gustaba vernos jugar a Alvaro y a mi cuando decidíamos hacerlo en el primer piso del edificio. De tanto en tanto, yo levantaba la mirada y allí estaba ella sonriéndome y mostrando unos grandes ojos negros que era lo que más me llamaba la atención.

Nunca me atreví a hablarle, ni siquiera a preguntarle su nombre. Era como si ambos hubiéramos acordado que esa sería la política entre los dos: yo jugaría y ella me miraría jugar. No le comenté a nadie que era la única chica del barrio que me gustaba (al menos en ese momento). El resto si bien eran bonitas "y cualquiera de ellas estaría contigo" decía alguno de mis amigos, no me interesaban mucho. Ya en ese tiempo pensaba que para poder tener enamorada, debía conocerla bien. No era cuestión de que sólo me gustara... pero en este caso la chica me gustaba demasiado y sin embargo, no encontraba ocasión o excusa para conocerla mejor o por lo menos, estar seguro de cuál era su nombre.

Hasta que llegó la oportunidad ideal: uno de nuestros amigos comunes haría una fiesta. Alvaro se encargó de avisarme que la "chica que me gustaba" (a pesar de que yo no le había dicho nada) también iría y que entonces podría conocerla mejor. Pasé días imaginándome el sacarla a bailar, preguntarle su nombre y que seguro bailaríamos mucho más. También recordé que no sabía bailar muy bien (hasta ahora), pero no importaba, ya se vería en el momento. Pensaba que ropa debía ponerme, qué colonia usar, hasta a qué hora llegar. Y por fin el gran día llegó. Antes de entrar a la fiesta me acomodé la ropa lo mejor que pude, saludé a mis amigos y vi cómo todos comenzaban a bailar. Entonces divisé dónde estaba la chica que me interesaba: en medio de un grupo de amigas, luciendo un vestido celeste de cuerpo entero que le llegaba a las rodillas. Me pareció que estaba más linda que nunca, por lo que tuve que luchar contra mi propia timidez para acercarme. Me armé de valor y logré preguntarle: ¿quieres bailar? Y la respuesta me cayó como un mazazo. "No". Así, a secas... No sé si me dolió más el gran rompimiento de la ilusión de conocer mejor a la chica que me sonreía desde su ventana o la humillación que sentí al darme la vuelta, buscando a quién más sacar a bailar, y escuchar a sus amigas y a ella misma reírse de mi. No la volví a ver en su ventana y a las pocas semanas supe que se mudó y nunca más la vi, ni supe tampoco su nombre.

Puedo decir que esa fue la primera de muchas desilusiones en mi vida. A veces creo que yo me hago ideas y que después me desilusiono de la ilusión que yo mismo he creado. Hasta que vuelvo a darme cuenta de que las más de las veces no es así. Desde pequeño siempre preferí conocer bien a una chica antes de estar con ella. Y no es fácil conocer a una persona. Menos para alguien tan curioso como yo. Puede que sea esa la explicación de porqué llevo tanto tiempo solo. El tiempo lo dirá.

jueves, 29 de enero de 2009

Mis Peores Accidentes

En mi vida tuve tres accidentes que podrían llamarse "fuertes", el primero y el último pudieron tener consecuencias muy graves. El otro solamente fue algo doloroso. Cuando tenía 5 o 6 años, en el cuarto de mi abuela había una mecedora que me gustaba mucho utilizar, me agradaba la sensación de vacío que me producía el mecerme cada vez más rápido mientras miraba la televisión. Precisamente uno de los puntos de reunión para ver películas en familia, era muchas veces este cuarto debido a su estratégica situación. Mi abuela tenía dos mesas de noche, en una de ellas tenía un radio antiguo el cual se encontraba detrás de la mecedora.

Una noche en que mis padres nos dejaron solos a mis dos hermanos y a mí, nos juntamos a ver una película en el cuarto de la abuela. El tema central ésta era el posible choque de dos trenes, que era lo que llamaba la atención en ese tiempo y al parecer el suspenso nos había atrapado a mis hermanos y sobre todo a mí ya que mi movimiento en la mecedora se hacía cada vez más veloz. Y cuando se acercaba la colisión de los trenes... colisioné yo: me mecí tan fuerte que la mecedora en lugar de regresar, se volteó para atrás, lanzándome contra el vidrio de la mesa de noche que había detrás y haciéndome un pequeño forado en la frente. Mis hermanos fueron muy rápidos, me llevaron al baño a tratar de curarme, llamaron al papá de uno de mis vecinos quien se encargó de llamar a mis padres. Pero cuando ya casi habían limpiado la herida de la frente y no sabían porqué no paraba la sangre, se dieron cuenta que tenía otro pequeño huequito al lado del ojo izquierdo. Cuando llegaron mis padres me llevaron a la clínica a emergencia a que me cosieran. Nunca supe si me pusieron o no anestesia, pero si recuerdo la especie de tela que me pusieron en la frente y el dolor de la aguja entrando y saliendo mientras me cosían la cabeza. Y de pronto no tengo más recuerdo, mis padres dicen que me desmayé. El resultado: dos pequeños huecos, uno en la frente y uno al lado del ojo. Son imperceptibles para quien no sepa que los tengo pero son mi recuerdo de que las mecedoras son peligrosas...

Cerca de los 12 o 13 años ya sabía montar bicicleta, me costó mucho pero lo logré. Lo que no sabía era usar las que eran muy altas. Siempre necesitaba que mis pies llegaran al piso para sentirme seguro. Un día, estando con los amigos del barrio, alguien me pidió prestada mi bicicleta y como me dio ganas de usar una, pedí prestada la que vi apoyada en una pared, que era de un chico un poco más alto que yo. El utilizar una bicicleta de carrera me llamaba la atención, tenía un forma diferente y parecía muy liviana. Pensé que por ello, para bajarme podría ladearme un poco y poner un pie en el piso, y estar a salvo en tierra firme, así que no dudé en treparme en ella. Anduve un par de cuadras y me regresé, llegando a la esquina quise bajarme así que frené, esperé que la bicicleta se ladeara, pero con el peso se me soltó de las manos y al tratar de esquivarla dejé que cayera sola al piso, quedando yo de pie. Cuando miré hacia abajo me dí cuenta que la bici tenía pedales dentados y uno de ellos estaba ligeramente teñido de rojo. Cuando subí algo la vista me di cuenta que mi rodilla tenía una especie de boca, de la cual no salía sangre pero si se veía rojo y algo de blanco por dentro. Automáticamente caí al piso y me arrastré a la vereda mientras uno de mis amigos corría a casa a avisar del accidente y otros dos me cargaban hacia un sitio más cómodo y más seguro. En la clínica el doctor se divirtió cosiéndome, yo vi toda la operación sin sentir nada pues esta vez si me pusieron anestesia (local). Durante los días que pasé sin salir de casa (eran vacaciones de verano) se inició mi vicio por los crucigramas hasta que lo único que quedó fue una gran cicatriz sobre la rodilla izquierda, que con el paso de los años no se nota tanto ya.

El último accidente fue más reciente y más grave, así que me adelantaré varios años hasta situarme en 1998. Como eran vacaciones, se me ocurrió jugar un partido de fulbito en la universidad. Nunca he sido bueno en este deporte, sólo he tenido chispazos y mi mejor puesto es el de arquero, donde algo me defiendo. Durante este partido jugué de delantero, sin mucha suerte. En una de las jugadas sirvieron un corner contra el arco de mi equipo y dos personas saltaron a cabecear. Como yo seguía la trayectoria de la pelota con la mirada (y seguramente ellos también) no me salí del camino, siendo empujado por ellos y cayendo hacia atrás. Fue tan rápido que caí con mi casi 1.80 de espaldas directamente al piso. Según un amigo que fue testigo, mi cabeza rebotó en la loza de cemento. Luego sentí una corriente por toda la columna vertebral, la misma que uno siente en el brazo cuando se golpea la punta del codo. En mi caso, vi como mis brazos y piernas se movían sin control hasta quedarme tieso. Poco después de ello (deben haber sigo segundos) mis amigos se dieron cuenta de que no me levantaba y pararon el juego. A mí me corrían las lágrimas lentamente pensando en que me había quedado vegetal, ya que mis brazos se quedaron abiertos y ligeramente en el aire. Y me dije: "no puedo quedar así" y traté de mover los dedos de todas mis extremidades, hasta que algo debe de haberse soltado en algún lado, porque mis brazos cedieron y pude mover las manos y pies nuevamente. Podría decir ahora que esos fueron los 10 segundos más terribles de mi vida. Mis amigos trataron de levantarme ya que no podía mover la cabeza y el único resultado fue que me mareara.

Cuando llegaron con la camilla y me llevaron al Servicio Médico, me sentía como en un cortejo fúnebre, muchos amigos preguntaban quien era al que llevaban y seguían a la camilla. Me sacaron radiografías de todos lados y ángulos posibles de mi pobre cabeza para que la doctora diera su diagnóstico: "tienes la cabeza bien dura, no tienes una fractura, fisura, ni siquiera un rasguño". Pero si hubiera habido un desnivel, una piedra o cualquier cosa similar donde caí... yo ya no existiría, fue su macabra explicación acerca de mi gran suerte. El resultado: un fuerte golpe en la nuca que me obligó a usar un collarín por un mes. Eso fue todo, la única secuela es que no puedo mirar muy hacia arriba por mucho rato... aunque algunos "amigos" están seguros que sí hubo algo de daño cerebral...

miércoles, 21 de enero de 2009

Mi ¿Primera? Religión

En la entrada anterior quedó flotando la inquietud acerca de cómo entiendo la religión o como la entendía de niño. El estar en un colegio católico me marcó bastante en ese sentido: el saber de que tratan las religiones incluyendo la mía, aunque no sé si aún deba llamarla así. Aprendí los mandamientos y los pecados, aprendí de oraciones y de santos. Desde que entré al colegio y todos los años siguientes tanto en primaria como en secundaria, en el estrado que presidía el gran patio se rezaba antes de ingresar a los salones. En éstos, todas las mañanas antes de la primera clase del día se rezaba estando de pie. En el local de San Isidro estaba la gran (y ahora extrañada por muchos) capilla donde hice la Primera Comunión. En el local de Miraflores (donde está ahora la Universidad de Piura) teníamos una capilla muy pequeñita pero también muy acogedora. A ambas íbamos al menos una vez al mes si mal no recuerdo.

Pero de toda esta preparación católica, por llamarla de alguna manera, me quedaron muchas dudas, incompresiones y algunos sinsabores. Recuerdo que antes de comulgar por primera vez debía confesarme. Y debido a mi excelente conducta (siendo tan tímido era obvio que me portaba muy bien) era difícil que tuviera algún pecado que confesar. Pero mi prima me acusó una vez de jurar en vano, debido a que le dije ¡te lo juro! no recuerdo porqué y a pesar de que era cierto lo que yo decía, me convenció de que era un pecado. A los 8 años es difícil saber cuándo has cometido un pecado capital salvo que la sabiduría de alguien mayor (3 más que yo en este caso) te lo diga. Ese era mi único pecado y cuando fui a confesarme no me sentía tan culpable, y cuando el padre me preguntó "¿nada más?" pareció sorprendido así que me envió a rezar dos padrenuestros y dos avemarías. Y no sentí mucho descargo o alivio, difícil sentirlo si tampoco sentía culpa alguna. Mucho se nos repitió que al recibir la ostia nos sentiríamos diferentes, mucho mejor que antes ya que era todo un acontecimiento, pero no lo llegué a entender pues yo me sentí exactamente igual. Más adelaante no llegué a hacer la confirmación en parte por desidia, en parte porque tampoco entendía bien en qué consistía.

Cuando iba a misa con mis padres éramos asiduos concurrentes de la Iglesia de María Reina en el Ovalo Gutiérrez. Íbamos en la mañana o en la tarde, pero hubo un tiempo en que íbamos sólo en la noche y mi mamá calculaba el tiempo para llegar después del sermón, y de paso asegurarnos la bendición (los sermones en ese tiempo eran larguísimos y aburridos). A mi abuela le molestaba mucho ello, se iba antes que nosotros para sentarse adelante y no perderse un segundo de misa. "Incompleta, no vale" solía decir. Yo, siendo algo sarcástico y metepata desde pequeño se me ocurrió, siguiendo una lógica matemática católica, que si la misa incompleta no valía, la completa debía valer algo. Y así se lo pregunté a mi abuela: "¿y acumulas puntaje o algo así por cada misa completa?"... lo que ocasionó que dejara de hablarme cerca de una semana, supongo que hasta la siguiente misa.

Hoy en día, no recuerdo cuando fue la última vez que fui, es más, no recuerdo cuál fue el último matrimonio al que asistí, por lo que estuve obligado a entrar a una iglesia. Pero ello no significa que no agradezca a Dios por las maravillosas oportunidades que me ha brindado y por ayudarme en algunas cosas que quizá, ni siquiera merecía. ¿Por qué no voy a misa todos los domingos? Las razones son varias, siendo una de las más poderosas la siguiente: me parece bastante hipócrita ver a un montón de gente que en su vida es una m... con los demás, ir a golpearse el pecho y confesarse compungidos todos los domingos para en la semana volver a ser unas m... con el prójimo o peor y volver a ir a confesarse el siguiente domingo, en un círculo vicioso (y falso) de nunca acabar. No son todos, pero son muchos y me niego a compartir ese momento de reflexión, alivio y oración con semejantes joyitas.

Por otro lado, lo que viene a ser la iglesia en el mundo me parece bastante incoherente (salvo honrosas excepciones como los maristas o los jesuitas aunque en todos lados se cuecen habas). La posición de la iglesia en cuanto a los métodos anticonceptivos me parece primitiva y cínica. Por otro lado, desde pequeño me enseñaron que Jesús dijo que una iglesia y la misa se podían hacer hasta en el tronco de un árbol (dando un mensaje de austeridad según creo entender) y la iglesia actual no me parece que de ese mensaje sino todo lo contrario. Al fin y al cabo es mi opinión personal. A pesar de tener amigos de todas las religiones y hasta ateos, no hay una que me parezca "La Religión", porque no en todas se predica con el ejemplo.

Sin embargo sí voy a la iglesia, desde hace años y muy de vez en cuando, para dar gracias por seguir vivo (han habido varios episodios en mi vida que me han asegurado que o tengo pellejo de gato o que me necesitan acá abajo aún) pero asisto callado, cuando no hay gente, cuando nadie me ve (con mi característico perfil bajo). Y no siento la necesidad de tocar el agua bendita o mirar la cruz o una imagen. Sé que Dios existe así se llame Yavhé, Bhuda, Alá o lo que sea. Y siento, en los momentos que voy, que me ayuda aún cuando creo que no lo necesito o no lo merezco. Desde hace años no ha habido una noche en que deje de rezar antes de dormir pensando en todas las personas que necesitan cuidado o ayuda, tampoco he dejado de persignarme cada vez que veo pasar un camión de bomberos o una ambulancia, deseando que lleguen a tiempo. Mi manera de entender la relación con quien esté allá muy arriba, es tratando de ayudar a los demás y tener en cuenta la existencia del prójimo para evitar hacer daño a nadie. Lastimosamente por sus actos, pareciera que son muy pocas las personas que piensan y actúan como yo.

domingo, 18 de enero de 2009

Primaria

Los recreos no me eran muy gratos los primeros años porque como no tenía con quien jugar, y como no conocía a nadie (y mi timidez también estorbaba para ello) me dedicaba a pasear por todo el patio. En tercer año conoci a los dos hermanos V. quienes tenían todo un grupo con el que jugaban a las escondidas, y como me veían solo, me invitaron a jugar con ellos. Ese fue el primer grupo que tuve en el colegio, y con los que sí hablaba y fui invitado a varios cumpleaños de varios compañeros del grupo de juego.

En tercer grado fue mi primera comunión. Hubo muchos días en que se nos tuvo ensayando para hacer todo bien y no equivocarnos en cuándo ir, hacia dónde y por dónde. Se nos explicó como debíamos recibir la hostia y qué decir antes de que nos la dé el padre. "No deben masticarla" nos dijeron, y yo me pregunté días de días cómo haría para pasarla sin masticarla. Hasta que llegó el gran día. Sufrí mucho escuchando el sermón (fue uno de los más largos que creí escuchar o quizá sería la ansiedad de acabar con la ceremonia), que me concentré en cada una de las estatuas de la vieja capilla (hoy desaparecida para dar paso a... nada). Juraría que alguna hasta sonrío lo cual me hizo asustar en el primer momento. Pero luego pensé que debía ser una ilusión óptica por mirarlas tanto rato. Hace no mucho leí (en el facebook creo) un comentario sobre las estatuas que sonreían en esa capilla. Terminada la misa, vino el desayuno y el intercambio de estampitas para ya por fin poder regresar a casa.

En cuanto a clases, en cuarto de primaria ya no obtuve alguno de los primeros puestos del salón, pero tampoco era malo en los estudios. Hice algunos amigos más. Recuerdo a C., un niño que se sentaba a mi lado. Era alguien tranquilo, pero era víctima de múltiples y diarios apuntes en su Libreta de Control (que debían firmar los padres) debido a que nunca hacía las tareas. Lo extraño era que las hiciera. Una vez le pregunté porqué no las hacía, si no era mucho lo que nos dejaban para hacer. Su respuesta me dio curiosidad: "me da flojera y además como en mi casa hay muchas cosas para hacer, prefiero eso a hacer las tareas". A veces se las hacía su hermano mayor, a veces vi a algún amigo común del salón hacérsela. No recuerdo si alguna vez lo ayudé con ello. Un día me invitó a almorzar a su casa, el motivo fue que era su cumpleaños y había invitado a varios amigos. No recuerdo ni en qué distrito vivía pero si recuerdo que su casa era inmensa, que tenía piscina, y que sus padres no estaban. Sólo estaban sus empleados, ya que los papás trabajaban todo el día. Tenía muchas comodidades en casa, con lo que entendí a que se refería cuando me decía que prefería hacer otras cosas a perder tiempo con las tareas. Me preguntaba a mí mismo si estando en su lugar, me pasaría a mi lo mismo.

Estando en cuarto grado también me tocó ser uno de los que cargaran el anda de la Virgen María. En el local de San Isidro teníamos sólo los primeros 4 años de colegio. Y al ser los mayores, entonces nos correspondía ese transporte que era algo de suma importancia para los Maristas. El problema para mí fue que pese a ser ya de los "más grandes" yo no tenía el físico de alguien de mi edad. Siempre aparenté menos años y cuando llevamos el anda, yo era el más pequeño por lo cual debía hacer un esfuerzo mayor para evitar que la virgen se inclinara hacia mi lado. Podría decir que fue la primera vez que sentí el "peso de la religión". Cada vez que sentía un hincón en el hombro el anda se inclinaba y ante el pánico de terminar haciendo que se cayera, hacía más fuerza, con el resultado de un dolor de hombro que demoró cerca de dos semanas en aliviarse. Cuando acabamos el año tocaba pasar al local de Miraflores en el cual tendríamos aún más oportunidad de reafirmar nuestra fe. Pero a pesar de la importancia de la religión, de Jesús y de la Virgen María en todos los años escolares, algo había que no llegaba a entender o que quizá entendía muy bien, y por ello la religión no cobraba tanta importancia en mi vida, al menos no aún.

jueves, 8 de enero de 2009

Los Primeros Males

Cuando estaba en primer año de colegio, me dio sarampión. No recuerdo mucho de ello, sólo que algún día amanecí rascándome y me decían que no debía hacerlo so pena de empeorar mis detestables ronchas. Así que fui fuerte y me aguanté, pensando que nunca más tendría semejantes granos y tal picazón por todo el cuerpo. Efectivamente, nunca tuve ronchas iguales sino peores que vinieron con la varisela que me atacó cuando estaba en el siguiente año de primaria. Recuerdo que me vi casi todos los capítulos de Marco, rascándome todo el cuerpo, aunque nunca vi el capítulo donde dicen que por fin encuentra a su mamá. La tercera enfermedad clásica infantil, las paperas, me dieron cuando tenía ya 30 años, lo cual fue motivo de burla de muchos de mis amigos.

El siguiente año de primaria, ya en tercer grado, me diagnosticaron comienzos de anemia. Aparentemente comía muy poco y asimilaba menos, lo cual explicaría mi poco desarrollo físico. El doctor me recetó entre otras cosas, un jarabe para abrir el apetito. Jamás olvidaré el nombre: se llamaba Rarical y sabía a rayos. Y no me abrió el apetito, me lo agigantó. Empecé a comer como por cuatro, y no engordaba nunca. Seguí siendo chato y flaco, pero no me cansaba así no más. Podía jugar tenis de mesa o fulbito horas de horas y me cansaba después de mucho rato. Comía de todo y a todas horas, todo lo que hoy me engorda, en ese tiempo podía combinarlo y mezclarlo. Hoy subiría 10 kilos en una semana si comiera como en ese entonces. El fin de esos días llegó un verano, ya a los ventitantos años cuando me dio gastroenterocolitis severa, lo que originó los tres días más aburridos de mi vida, conectado a suero intravenoso y un selecciones como única cmpañía en mi cama de la clínica. Bajé 7 kilos en 3 días y a partir de entonces recuperé peso, mucho más del que ya tenía.

Cuando estaba ya en la adolescencia, mi hermano y yo fuimos atacados por el Botulismo, una infección con síntomas similares a los del cólera o la salmonella: náuseas, diarrea, fiebre, dolor de cabeza, deshidratación. No podíamos salir de casa y no podiamos hacer mucho pues nos agotábamos rápido. Lo único ¿bueno? es que fue un verano mientras estábamos de vacaciones, así que no perdimos clases. Tomábamos agua mezclada con un polvo extraño similar al milo, pero que sabía como tierra. Eso nos mantenía en el día, mientras no teníamos fiebre. Llegó un día en que ésta empezó a subir, de 37 en la mañana subió hasta 39.5 en la noche. Mis padres asustados llamaron a la enfermera de mi abuela quien nos puso una inyección de antalgina, pues la fiebre estaba por llegar a 41 (debo confesar que es lo único que me baja la fiebre alta hasta hoy en día a pesar de que creo que está prohibida). Ello según dicen las malas lenguas nos salvó de que "se nos queme el cerebro".

Lo último serio que tuve fue un cuadro de stress severo, aunque eso fue alrededor de los 20 años en que trabajaba ya como entrenador de tenis de mesa de mi colegio, en una sociedad agente de bolsa como asistente del Gerente de Operaciones, llevaba clases de programación en Cibertec, entrenaba como parte del equipo de Tenis de Mesa del Lawn Tennis y dictaba clases particulares de inglés, todo a la vez. Siempre estuve acostumbrado a hacer varias cosas, pero nunca había sufrido antes de stress. El doctor fue determinante: o dejas de hacer una o dos de tus actividades o te dará un "surmenage" en una o dos semanas.

No sabía que significaba esa palabrita pero me dio algo de miedo así que dejé de dar las clases de inglés. Aún así, uno de los días que regresaba a casa en una combi por la arequipa, realmente me asusté. Por unos 30 segundos no recordaba donde estaba ni donde era que estaba yendo. No era amnesia, simplemente no estaba seguro hacia donde me dirigía. Eso es el comienzo del "surmenage" me dijeron, "se te van a revolver las ideas", me amenazaron. Cuando empecé a olvidar donde ponía cosas o buscar algún objeto por todos lados hasta darme cuenta que lo tenía en la mano, me dio pánico. Fue entonces que decidí recortar mis actividades o al menos estar preparado para semejante horario. Siendo deportista, debía ser capaz de organizarme, lo cual hace que algunas personas se sorprendan cuando se ven mi horario de trabajo... digo, de trabajos...

sábado, 3 de enero de 2009

Negado para el Deporte

En los primeros años de colegio no me llamaba la atención el fútbol o fulbito. Yo sabía que era muy malo pateando una pelota y mi físico, bajo de estatura y flaco hasta más no poder, no me ayudaba. Cuando en los recreos los compañeros de salón jugaban fulbito, todos se amontonaban tras la pelota en lo que para mí parecía ser una masa de piernas, brazos y zapatos o zapatillas que se aglutinaban alrededor de un balón. Mi instinto de conservación me llamaba a alejarme de semejante revoltijo.

Voley en ese tiempo no era una opción, eso sólo lo jugaban las niñas (jamás imaginaría que años más tarde hasta jugaría campeonatos de voley). Me quedaba el básket en el cual no destacaba mucho. Estuve en la academia del colegio y el profesor opinaba que yo no era malo, aunque yo creía que lo único que hacía bien era encestar, tenía bastante buena puntería (que aún mantengo pero en un inexplicable estilo propio y totalmente anti técnico). La prueba de fuego llegó en el famoso campeonato de intersecciones, ahí pude demostrar... lo malo que era. Así que no me quedaron muchas ganas de seguir con el basket. Para correr era muy lento, para los ejercicios de fuerza... yo no tenía fuerza. Las clases de educación física fueron para mí un suplicio durante toda la época escolar. Era mi más bajo promedio hasta que llegué a un acuerdo (¿o chantaje?) con el profesor de educación física que a la vez era el coordinador de deportes: "o juegas tenis de mesa por el colegio o te jalo en el curso". Y merecía estar jalado, y como nada me llenaría de más orgullo que competir por un equipo, acepté el trato.

Poga gente sabe que aprendí a jugar tenis de mesa en la Federación, y en casa donde tenìamos una mesa que armábamos en el garage y jugábamos con mi hermano hasta la madrugada o hasta que el vecino nos mande a la mismísima, porque el ruidito de la pelotita le era desesperante, más si era cerca de las 2 de la mañana. Mejoré bastante rápido para mi edad, pero era muy malo para competir. Cuando mi hermano enfermó, dejé de entrenar por años, hasta que llegó el trato en el colegio y volví a mi deporte preferido. También pasé por una academia de judo, en la cual aprendí a caer, a tumbar al contrincante, pero sobre todo, a no pelear. Nunca he estado envuelto a una bronca y hasta ahora siempre he podido solucionar las cosas hablando. Claro, a veces mi tamaño actual y mi expresión de super asado pueden ser elementos disuasivos muy convenientes. El judo acabó cuando perdimos una clase y mi hermano y yo no entramos a la siguiente porque practicaban cosas que no sabíamos y dejamos de ir.

Estuve también en la academia de natación del colegio donde me enseñaron a flotar, a nadar, a bucear, etcétera. Lo único que no aprendí fue a lanzarme al agua. Pero eso tiene su explicación: en la clase en que tocaba lanzarse del podio hacíamos fila y delante de mí había una chica algo mayor, de las más experimentadas. Cuando se lanzó y demoraba en salir del agua el profesor se tiró al agua con ropa y todo, lo que hizo que mirara al agua y observara como esta chica empezaba a salir a flote con los brazos estirados, debido a que estaba inconsciente. Se había golpeado la cabeza contra el piso de la piscina. La clase fue suspendida y mis clases fueron suspendidas debido a que no volví a ir. Así que si alguien me ve dándome un panzazo en una piscina, ya saben a que se debe.

En la siguiente entrada explicaré como es posible que hoy juegue futsal, voley, tenis de mesa y use la bicicleta, todas las semanas o casi todo el tiempo. Después de recordar todo lo anterior ¡hasta yo mismo me sorprendo!