sábado, 9 de julio de 2011

Deportes Caseros

No recuerdo por qué fue que me molesté mucho con los amigos con los que solía jugar cerca de mi casa pero hubo un tiempo en que decidí no salir de ella. Es decir, no quería salir a jugar ni fulbito ni basket ni nada. Esto, si mal no recuerdo, fue poco tiempo antes de que se presentaran en grupo en la puerta de mi casa pidiéndome que tapara para el equipo del barrio. Nunca fui un gran arquero pero al menos alguna idea tenía y la destreza que no tenía con los pies la tenía en las manos. Y el ser ágil me ayudaba a lanzarme muy rápido en pos de la pelota. Pero la descripción de esta habilidad está en entradas más antiguas.

Como nunca quise dejar de hacer deporte traté de crear alguno en que pudiera competir contra alguien a pesar de no contar con ningún amigo para hacerlo por el momento. Lo lógico hubiera sido que tratara de establecer una marca propia y cada vez me superara un poco más. Pero no, eso era lo que todo el mundo haría. Yo creé dos jugadores muy parecidos: uno era yo y el otro también era yo. De esta forma podía competir contra mí mismo. El siguiente paso era idear los deportes en que íbamos a competir. La solución estaba en el amplio garaje de mi casa y dio como resultado tres distintos deportes: tenis de mesa, basket (lanzamientos a la canasta en realidad) y golfito, todos en versión "domicilio".



El tenis de mesa era muy sencillo: bajaba sólo la mitad de la mesa, la apoyaba en la pared y debía rebotar la pelota en ella contando cuántas veces podía hacerlo sin fallar. Con el entrenamiento que ya tenía en este deporte, pronto me di cuenta que cuando erraba era porque se me había cansado el brazo, aparte que contar el número de botes en la pared resultaba muy aburrido. Así que decidí hacerlo más difícil: ya no pegaba la bola en la pared, la estrellaba de tal forma que la pelota regresara muy rápido y me obligara a hacer efectos o a lanzarme cual arquero para evitar que la bola caiga al suelo o dé más de un bote en la mesa. Sin saberlo y sin quererlo este juego potenció la agilidad y los reflejos que ya tenía.

El basket fue otra historia: siempre tuve buena puntería para encestar pero era muy malo para jugar. Creo que salvo el fulbito o futsal (que actualmente he abandonado debido a una lesión en el pie) no me agradan mucho los deportes de mucho contacto (muchas veces contacto significa golpe, y ello no me agrada). Necesitaba una canasta que no tenía y un lugar dónde colgarla.

Adicionalmente necesitaba una pelota de basket. En casa teníamos una pero muy vieja, tanto que ya ni daba bote. La solución fue fácil. Como me daba un poco de vergüenza la canastilla que llevaba en la bicicleta (ver entradas anteriores), ésta estaba tirada en un rincón del garaje, después de haberla desinstalado para que la bici que usaba pareciera de hombre. De esta forma la canastilla se convirtió en canasta. Y como necesitaba una pelota más pequeña, mi pelota de básket se volvió verde: una pelota de tenis de campo bastante vieja que funcionó muy bien. Y lo mejor era que nunca perdía en las pequeñas competencias que se llevaron en mi garage entre yo... y yo.



El último deporte fue golfito. Aquí debe haber empezado el proceso de desarrollo de la creatividad. La barra con la que trancábamos el garage era delgada y de fierro y en el extremo tenía un pequeño saliente. El suelo de nuestra cochera tenía algunas depresiones y pequeños hoyos los cuales se convirtieron en mis objetivos. Y nada mejor que una pelotita de tenis de mesa para que reemplace a una de golf. Fue un ejercicio de precisión bastante difícil, sobre todo cuando el hoyo era muy poco profundo y la bolita más grande que él. En resumen, potencié mi agilidad, mejoré mi precisión, obtuve más fuerza en las piernas y me divertí conmigo mismo sin necesidad de nadie más. Fue entonces cuando me di cuenta de lo difícil que es aburrirse cuando uno echa a volar aunque sea un poquito la imaginación.