lunes, 27 de abril de 2009

Tenis de Mesa. Los Inicios (Parte 2)

Cuando estuve en la Federación tuve un amigo con el que jugaba muy seguido. Mis padres me decían que no lo hiciera porque seguro que "me estaba estudiando el juego". No hice mucho caso porque siempre ganaba cualquiera de los dos, y era con quien más confianza tenía (teniendo en cuenta que yo no hablaba mucho). Cuando jugué mi primer ranking llegué con las justas. Aún recuerdo a mi padre acelerando el lanchón verde palta por toda la vía expresa para que yo pueda llegar a tiempo a competir. Sólo tengo dos recuerdos muy claros de ese campeonato: el primero es que cuando me tocó jugar con mi amigo, en uno de los puntos me caí y estando en el piso veía caer la bolita y la respondía desde allí hasta lograr pararme. No sé cuántas veces lo hice, pero cuando logré pararme quise matar y así perdí el punto. Es decir, hice lo más difícil y fallé la bola más fácil, algo que me sucede hasta el día de hoy... El otro recuerdo es que mientras jugaba el último partido que decidía mi clasificación habían llegado mis hermanos y mi mamá y toda la familia de unos amigos con quienes jugábamos tenis de mesa en el club El Bosque. Aún puedo verlos aplaudiendo y dándome aliento, pero contrariamente a lo que pretendían, no me ayudó mucho, más bien me sentí tan presionado que me desconcentré y terminé perdiendo el partido por "goleada". El regreso por la vía expresa fue acompáñado de un llanto mudo mezcla de vergüenza e impotencia, la primera por haber perdido delante de todos mis "hinchas". La segunda por no saber como manejar esa sensación de presión y jugar como sabía hacerlo entonces.

Años más tarde, cuando el profesor de Educación Física pretendió hacerme jugar por el colegio en primero de secundaria tuve una especie de revancha: me presenté a los entrenamientos y el profesor de ese entonces (su nombre era Ricardo Pérez si mal no recuerdo, quien tenía un taller de mecánica y un par de hijas que destacaban en el mismo deporte) hizo un ranking interno. Yo perdí todos los partidos que me podían dar un cupo en la selección de menores del colegio. Pero el último que debía jugar por cumplir era contra Eduardo Leverone, primera raqueta de la categoría (menores). Para el padre Beto, mi profesor de religión y asesor de deportes parecía impensable que yo ganara, pero al parecer jugué un super partido ya que logré vencer por una categórico 2 - 0. El mismo Eduardo me felicitó (me sorprendió que se alegrara de perder, pero inmediatamente supe que era por haber jugado un tan buen partido) y vi como el padre Beto hablaba con el entrenador el cual me informaba después que se me aceptaba como invitado al entrenamiento de la selección. Parecía que mi último partido le hizo cambiar de opinión a mi futuro "director técnico".

De esta forma empecé a entrenar en el colegio y a quedarme hasta tarde. Esto sí influyó en mis estudios. De lo bien que comencé, mis notas empezaron a decrecer, no como para desaprobar cursos pero sí como para preocuparse. Había un niño apellidado Muller que me odiaba (nunca sabré por qué) pero era mi compañero de equipo. Era el que más me molestaba y más le molestaba a él que yo nunca respondiera. A pesar de ello con el entrenamiento me gané un lugar en el equipo de tenis de mesa y no lo hice mal ya que cuando llegaron las competencias de ADECORE fui titular. Lo que sí fue un desastre para mí fue mi último partido: de mi dependía la clasificación a la siguiente fase (los seis equipos que pasaban a la final). Nos tocaba jugar contra el colegio Juan XXIII que era difícil (aunque aún no era la "potencia" en que se convertiría años después) y jugué contra un alumno un año menor que yo llamado J.P.L. Gané el primer set sin mucho problema, y el segundo lo iba ganando 18 a 12. Fue entonces que empecé a perder punto tras punto hasta perder por 21 a 18. El tercero no pude hacer nada, no recuerdo cuánto acabó, sólo que perdí y salí llorando del campo de juego, (mientras Muller me repetía "llorón" una y otra vez hasta que salió de mi campo de visión) y no pude parar de llorar hasta el viaje de regreso a casa. Lo del estadio se había repetido años después. La presión de tener que ganar me desconcentró y perdí un partido que tenía casi ganado.

El siguiente año mis padres me prohibieron jugar tenis de mesa. No querían que fallara en los cursos y menos que se repitiera mi fracaso, no por perder si no porque no me sintiera mal. Sin embargo, mis notas fueron peores que el año anterior. Estuve a punto de desaprobar un curso, aunque lo aprobé finalmente pero de todas maneras lo lleve como curso vacacional voluntario (de matemáticas, jamás he sido bueno para los números). En tercer año de secundaria me dejaron volver a hacer deporte, sin él igual casi me jalaban así que ya no importaba. A pesar de ello mis notas mejoraron considerablemente y mi producción también en cuanto a mi deporte. Nuestra competencia no fue tan buena, el equipo no era fuerte y yo tampoco, pero esta vez pude ganar o perder sin sentirme agobiado por la presión que había sentido antes. No hicimos un buen papel ya que no conseguimos resultados relevantes pero tampoco jugamos mal. En mi caso particular, al menos, me sentí mucho mejor.