domingo, 5 de diciembre de 2010

Caídas Memorables

En realidad el título de la entrada debería llamarse "caídas vergonzosas" si me atengo al contexto de cada una. Y eso que no recuerdo todas pero una búsqueda minuciosa en mi memoria me hizo recordar dos de cuando era niño que me hicieron llorar a moco tendido pero no por el dolor de alguna parte de mi cuerpo si por el dolor de mi orgullo.

Para la primera de ellas no logro situar el año pero sí recuerdo que estaba bastante pequeño y que habíamos ido a visitar a una tía mía por parte de mi papá. No estoy seguro si era una casa con piscina o si la casa quedaba cerca al club que tenía una. Lo que sí recuerdo claramente es la advertencia de mi madre diciéndome que tuviera cuidado al andar al borde de la piscina, no fuera a ser que me resbale y me cayera dentro porque no había mucho piso y menos aún tenía ropa de baño pues estaba con ropa de calle ya que se suponía era una visita familiar. Como desde pequeño siempre fui curioso empecé a caminar alrededor de la piscina teniendo cuidado de no acercarme al borde. Como había sido utilizada hace poco tenía varios pequeños charcos al parecer de agua salpicada cuando mis primos lejanos se lanzaban a la gran masa de agua (debido a lo inmensa que me parecía debe haber sido una piscina olímpica).
En el último de los charcos y ya a un paso de terminar mi investigación de los alrededores de la piscina uno de mis pies patinó en el agua y terminé cayendo sobre el agua, pero no de la piscina sino del charco mismo causando tal explosión de gotas que terminé empapado. Cuando me llevaron al cuarto de uno de mis primos para que me prestaran ropa seca, la empleada que me ayudó no podía creer que no me hubiera caído dentro de la piscina debido a la cantidad de agua que exprimieron de mi ropa. En esa ocasión la empapada disimulo mis lágrimas: una mezcla de susto, vergüenza y humillación por lo torpe que fui. ¿A quién se le ocurriría poner un charco traicionero en mi camino?


Otra caída que recordé fue peor que la anterior pues esta vez tuve público masivo y fui el hazmerreir de la tarde... Acabábamos de llegar de un largo paseo en el carro verde palta (ver entrada "Largos Paseos, Terribles Canciones") y mi hermano y yo decidimos ir al parque que quedaba a una cuadra y donde jugábamos partidos de fulbito. Como los que jugaban eran los grandes yo sólo iba a ver y mi hermano a jugar. Él llegó antes y yo que lo había seguido me encontré con que el parque había sido regado hacía poco y que estaba con barro por todos lados. Por ello empecé a caminar con mucho cuidado buscando partes que no fueran muy resbalosas. Lastimosamente me topé con la parte más deslizante de mi vida y aterricé de costado sobre el barro.
No sé cómo se me habrá visto pero las risas de todos los que me vieron caer fue lo que más me dolió y con lágrimas en los ojos y realmente molesto me regresé a mi casa. Como estando tan embarrado no era prudente entrar a la misma opté por irme a un bañito que había en el patio no sin antes tener que aguantar la risa de mi hermana a la que le pareció que podía hacerle competencia al monstruo del pantano... Afortunadamente pude dejar de reírse luego de un rato y me alcanzó ropa limpia pero ya no quise volver a salir de la casa y menos acercarme a ningún jardín o parque durante una semana como mínimo.

Las otras dos caídas vergonzosas fueron en bicicleta, una con la primera que compré y que fue producto del exceso de velocidad. Había salido ya casi de noche y me dirigía hacia el distrito de Miraflores por la ciclovía de la avenida Arequipa. Teniendo tantos años usando una bicicleta me había vuelto muy rápido aunque siempre cuidadoso. Pero esta vez aparecieron unos niños, serían cuatro o cinco en sus bicicletas y aparentemente haciendo carrera entre ellos. Cuando los vi acercarse decidí acelerar pensando en que quizá podían chocarse conmigo pero sospechando que en realidad lo que movía más rápido a mis piernas era mi orgullo. Como me conocía de memoria todos los huecos de la ciclovía, recordaba que por el distrito de Lince había uno bastante grande que después de pasarlo daba a una especie de grieta en la vereda por lo que normalmente bajaba la velocidad para poder pasarlo. Esta vez decidí aprovechar el impulso del hueco (era un desnivel) para pasar este y la zanja sin tener que reducir la velocidad. Y lo logré solo que al parecer la llanta trasera no salió a tiempo de la grieta y cuando seguí avanzando vi como mi timón se movía de lado a lado sin que pudiera controlarlo. Acto seguido me estampé en el piso. Todo pasó en pocos segundos y en unos segundos más pasaron los chiquillos que venían más atrás. Uno de ellos me miró burlón y preguntó socarronamente: "¿Te caíste?". Literalmente mi orgullo estaba por los suelos y el resultado fue mi mano izquierda vendada un par de semanas ya que la bicicleta y yo mismo caímos sobre ella.

La última caída que recuerdo fue hace poco más de un año. Tenía ya la bicicleta que la universidad me había reemplazado por la que me robaron y estaba acostumbrado a ir a trabajar a mi taller de tenis de mesa en Miraflores ida y vuelta en ella. El trayecto lo hacía en unos cuarenta minutos en promedio. Aquel día apenas salí del colegio empezó a llover y ya no podía regresarme y como estaba en short y con una casaca delgada e impermeable preferí seguir camino.

Consideraba peligroso manejar bicicleta bajo la lluvia pero afortunadamente la mayoría de las pistas son porosas y absorben el agua. De todas formas manejé más lento y con mucho cuidado ya que los carros también patinan con la humedad. Demoré casi una hora y entré por la puerta grande de mi universidad sin contratiempo. Recorrí la avenida principal lentamente, di vuelta hacia la derecha y en el último recodo al voltear hacia la izquierda ya para llegar a mi oficina olvidé que no debía presionar el freno al girar el timón. La bicicleta patinó, se fue de costado y la gravedad hizo lo suyo causando que cayera sobre mi brazo izquierdo. Antes de moverme repasé mentalmente todo mi cuerpo para estar seguro que no tenía nada serio mientras pasaba una secretaria de la universidad (suelen estar uniformadas) y cuando la miré me dijo "disculpe joven, yo no puedo levantarlo" y siguió su camino con paso aún más rápido. Un "¿estás bien?" habría sido suficiente. Cuando logré levantarme me di cuenta que estaba lleno de barro debido a la lluvia en el piso que acababa de visitar de muy cerca. Mi mano izquierda me dolía así que llegué a la puerta de la oficina, despeinado, embarrado y con el brazo izquierdo sujeto por el derecho. Los ojos de la chica que trabajaba conmigo entonces se abrieron a su máximo expresión y preguntó: "¿te han atropellado"?? Creo que esa era la mejor descripción de cómo me veía en ese momento después chocado directo y sin escalas con el cemento del piso. Me acompañó al servicio médico donde me vendaron el brazo y me dieron pastillas para el dolor. Cuando alcancé a mi amiga en la oficina que compartíamos me confesó que después de ayudarme a que me atiendan y cuando ya estuvo segura de que no tenía nada grave no pudo evitar reírse...

lunes, 8 de noviembre de 2010

Mi Primera Mascota (2da parte)

Mi primera mascota fue en cuanto a propiedad mi pihuicho (perico verde del Amazonas). Nos regalaron dos, uno para mi hermana y uno para mí. Mi loro como lo llamábamos era el más grande y de hecho algo más viejo, aunque nunca tuvimos idea de que edad podría tener. Como el loro de mi hermana se escapó al poco tiempo compramos otro que era también algo pequeño parecido al que se fugó. Los dos primeros días recibió una pequeña paliza de parte del loro antiguo, "derecho de piso" supongo. Cuando al tercer día ya sospechábamos que no sería muy prudente mantenerlos juntos en la misma jaula los encontramos rascándose mutuamente lo cual era señal inequívoca de que habían firmado la paz (o la rendición en el caso del loro más pequeño).

Fue poco tiempo después cuando empezaron a revelar su verdadera personalidad: llegamos a la conclusión de que no eran pericos normales. Es difícil de explicar, quizá baste el siguiente ejemplo: un tiempo se empezaron a arrancar ellos mismos las plumas del cuello y como paraban pelados de esa parte cual cóndores, decidimos llevarlos al veterinario. Una de las teorías del cándido doctor es que estaban mudando de plumas, pero cuatro meses seguidos era demasiado para que siguieran com disfrazados de buitre. Su otra teoría es que quizá debíamos darles una alimentación más variada y no solamente alpiste. Nuestra carcajada debido escucharse en tres distritos a la redonda lo que hizo preguntar al sorprendido doctor: ¿qué comen? Cuando mi hermana y yo pudimos dejar de reírnos le explicamos que el alpiste lo escupían al igual que la quinua, comían fruta como buenas aves y también choclo... y arroz sancochado y crema huancaína y helado de lúcuma (no les gustó el de fresa) y galletas de vainilla (desde las probaron nunca más le hicieron caso a las galletas de soda). Algo similar ocurría con el pan francés y el pan de yema, siempre optaban por lo más dulce. Claro que su dieta básica esa arroz y fruta, pero cuando veían algo diferente que comíamos se desesperaban por probarlo. Los chillidos y aleteos eran bastante elocuentes.



También se portaban así cuando querían que los acuesten. Ya he contado que pasaban el día encima de su jaula y rara vez se bajaban de ella, a no ser que quisieran que los lleven a dormir. Cuando vivíamos en San Isidro los poníamos en un patio sobre una banca larga y cuando ya estaba oscureciendo el loro mayor se bajaba de la jaula corría hasta el borde de la banca, chillaba y aleteaba y cuando veía a alguien a través de los ventanales regresaba a la jaula y levantaba el trapo con que la cubríamos con el pico. Era su forma de decir que ya tenían sueño y querían irse a dormir. Cuando estábamos ya en Jesús María bastaba que cogiéramos su trapo para que entren corriendo a su jaula. Su dormitorio era la lavandería donde pasaban la noche con la jaula tapada y la puerta amarrada.

¿Puerta amarrada? se preguntará el buen lector. Así es, era para que no se escapen: después de dos semanas de encontrar a los dos loros chillando desde las 6 de la mañana sobre los cordeles de ropa recién lavada (ensuciándola de paso) llegué a la conclusión de que debía convertirme en una especie de centinela para averiguar cómo rayos podían salirse de la jaula si los acostábamos con la puerta cerrada y cuando los encontrábamos fuera de ella la puerta seguía así. Si hubiera tenido una cámara hubiéramos ganado un concurso de videos hechos en casa. Al apostarme una mañana muy temprano desde un rincón de la lavandería tapado con ropa y habiendo dejado un poco levantado el trapo que cubría la jaula a la altura de la puerta me di con la mayor sorpresa de mi vida: el loro grande, es decir, el más viejo (y aquí cabe perfecto lo de que el diablo sabe más por viejo...) se paraba delante, giraba su cuello y encajaba su pico con el borde inferior de la puerta, dejaba que el otro loro salga y manteniendo la puerta levantada este emplumado sucesor de Houdini giraba su cuerpo hasta quedar fuera de la jaula y la bajaba lentamente hasta volver a cerrarla.

La solución fue empezar a amarrar la puerta de la jaula con un pedazo de alambre para que no se salieran. La solución fue buena, pero duró más o menos un par de meses en que empezaron a escaparse nuevamente. Esta vez parecía no haber lógica. La puerta seguía cerrada y amarrada y no se veía por dónde podrían salirse. Uno de los días que se me ocurrió entrar a la lavandería muy tarde en la noche encontré la respuesta. El sonido repetitivo de pequeños golpesitos metálicos me llamó la atención y al destapar la jaula sorprendí a mi loro trabajando cual preso limando su barrote: estaba trabajando con su pico el barrote de la jaula hasta romperlo. Era así como se salían, empujaban el barrote, previamente zafado de la jaula por la parte superior (y que no se notaba) y se salían por ahí. Ello nos obligó a comprar otra jaula ya que al parecer sí era Houdini en versión ornitológica.

Desde ese descubrimiento tuvimos que comprar unas tres jaulas más durante el tiempo que los tuvimos. Resta contar muchas más experiencias con esos pericos increíbles que formaron parte importante de nuestras vidas.

sábado, 23 de octubre de 2010

Tenis de Mesa (aprendiendo más)

Después de haber superado con creces el año en que se me prohibió entrenar tenis de mesa debido a mis bajas notas en el colegio, se me hizo costumbre quedarme dos horas después de las clases tratando de mejorar mi técnica. No era fácil pues las condiciones que teníamos no eran muy buenas en ese entonces. Yo no lo sabía, pero el entrenar en mesas verdes que más parecían pizarras sobre dos taburetes no nos aseguraba el tener una muy buena performance. Y en ese tiempo no existía el sistema "multibolas", al menos en mi colegio. Lo más similar que hacíamos era que nos rebote la bola el profesor o alguno de los miembros mayores del equipo.

Cuando llegué a quinto de media, tuve un nuevo entrenador (mi hermano fue contratado por otro colegio Marista). No sentí mucho la diferencia de estilos, pero lo que sí era notorio era que del último año de secundaria yo era el único seleccionado de mi deporte. Todo el resto eran de un año anterior, es decir, de cuarto de secundaria y un año menores que yo. Parecía que teníamos un buen equipo, se suponía que dos de ellos y yo eramos titulares fijos en el equipo que competiría en Adecore. El cuarto jugaba un poco menos que nosotros pero entrenaba con el mismo afán que el resto. Recuerdo que entrenábamos en una especie de gimnasio pequeño con un techo que parecía de paja y que cuando tocaban el timbre del recreo muchos salían del salón corriendo con su raqueta en la mano para ser el primero en ocupar una mesa (sólo habían cinco). Nunca faltó quien decidiera cerrar la puerta de metal con seguro por dentro para esperar que lleguen sus amigos sin hacer caso a los golpes y puñetazos que le daban los otros alumnos que también querían entrar a jugar hasta que llegara el coordinador de deportes a poner orden.



De lo que era mi equipo de Adecore estaba G.F. al que llamaban el "sorrero". Un "sorry" le llamaban (aún) a quien hacía que la pelotita choque en el borde de la mesa saliendo disparada lo que hacía casi imposible responderla, o en todo caso, pasaba la bola chocando en la parte superior de la ned, lo que podia aguantar la velocidad de esta o cambiarle de improviso la trayectoria. Ambas cosas eran super difíciles de responder y si uno las hacía seguido... se convertía en alguien odioso para tener como rival y G.F. era un especialista en ello al punto que el tercero del equipo que era bastante fortachón siempre terminaba persiguiéndolo alrededor de la mesa para pegarle por... "sorrero". (Extrañamente con los años, de alguna forma heredé esa habilidad tanto que ahora algunos dicen que es insoportable jugar contra mí, aunque siempre he sido superado en ello por mi hermano).

Como no sabía mucho de técnica y usaba una raqueta muy común, mi juego se le hacía complicado a algunos que jugaban con mucho efecto o con bastante nivel. Quizá podía haberlo aprovechado si en ese tiempo lo hubiera sabido. El partido que más llamó la atención de algunos entrenadores fue uno que jugué contra W.A. quien en ese tiempo usaba un jebe (o goma) de cocos (puntos o pimples se les llama también según el país) en el revés. El era uno de los primeros de su categoría en el Perú, no sé si en ese tiempo ya había sido campeón sudamericano, pero con el tiempo tuvo muchos títulos más, lo cual me enteré después de terminar de jugar con él. Lo cierto, es que me ganó dos a cero, pero los parciales fueron 21-19 y 21-19. Cuando terminó el partido y me dirigía a donde estaba el resto de mi equipo noté que casi todos me miraban y no sabía porqué. Fue mi hermano quien me explicó que no todos los días un total desconocido le complicaba la vida a semejante jugador que estaba acostumbrado a hacer puntos con el revés de cocos. Al no tener idea yo de la diferencia (sin técnica jugaba con golpes y muy poco efecto) entre un jebe normal y los cocos, jugué sin problema pero era una de las pocas veces que W.A. miraba a su entrenador como preguntando por qué yo podía pasarla la bola tan fácilmente. Estando 19 - 19 en ambos sets me hizo dos saques que nunca pude responder (asumo que con efecto lateral). A pesar de perder ese partido ganamos el encuentro, ya que mis otros dos compañeros ganaron sus partidos y pudimos clasificar a la final de 6 equipos de ADECORE donde se jugaba todos contra todos. Sin embargo esa es otra larga historia...

jueves, 9 de septiembre de 2010

El Cocinero

Cuando tenía aproximadamente unos 11 años y ya me había empezado el ataque de hambre causado por el jarabe Rarical (ver entrada "Los Primeros Males"), me vi obligado a aprender a prepararme cosas que comer. Ya no podía vivir solamente de las galletas que vivían en las 4 latas del respostero del comedor. Además siempre me era complicado tener que subirme a una silla para alcanzar una lata llena de galletas que era casi de la cuarta parte de mi tamaña y tenia un peso similar. Entonces decidí sacar provecho de mis dotes de observador y empecé a investigar qué cosa me sería más fácil preparar por primera vez. Después de un mediodía de husmear en la cocina lo que hacían mi abuela y la empleada de entonces, ya había establecido mi primer objetivo: haría un huevo frito.

Había visto que utilizaban dos modalidades: a la sartén le echaban aceite o margarina para que se derrita y evitar que el huevo se pegue. Como a mí nunca me gustó la yema entera veía que el huevo lo abrían y metían en una taza para batirlo antes de meterlo al fuego. Como la primera vez que quise abrir uno; golpeándolo contra una mesa como había visto que hacía mi abuela; se convirtió en un desastre pegajoso de color amarillo y blanco, opté por utilizar una técnica diferente. Con el abrelatas abría un pequeño orificio para sacar la clara dentro de una taza y con el huevo ya semivacío no importaba si no lo rompía bien, además el huequito servía para debilitar la cáscara y llevar la yema a puerto seguro. Una vez derretida la mantequilla en la sartén y el huevo batido en la taza, lo que restaba era muy simple: echar el huevo batido en la sartén. Teniendo en cuenta mi tamaño, el de la sartén, el vaivén del huevo dentro de la taza y ser mi primera vez, el poder freírlo yo solo constituyó toda una hazaña. Fue el primer huevo más agradable que comí en mi vida. Lo había logrado yo solo.



Latimosamente comprobé que la cocina no estaba en los genes de toda la familia. Cuando mi hermano mayor se dio cuenta que podía realizar mi propio autoservicio y que también había ampliado mi gama a tortilla de huevo con hotdog, se empezó a antojar de lo mismo como lonche y me pidió varias veces que le preparara lo mismo a él también. No tenía problema pues me gustaba preparar cosas, pero decidí que llegó un momento en que él también debía aprender. No por nada era mayor que yo. Le expliqué detenidamente paso por paso cómo freir un simple huevo y cometí el error de retirarme de la cocina a atender otros asuntos más urgentes (como jugar con mis legos).

Cuando llegó a mis oídos una voz de auxilio bajé corriendo a la cocina y mi hermano se empezó a reir de la expresión de desconcierto que debo haber puesto. Parado en medio de la cocina, con la sartén en una mano y la espátula en la otra me preguntó: ¿Y ahora qué paso sigue? mirando al batido de huevo esparcido por todo el piso de la cocina... Desde entonces me vi obligado a ayudarlo con los lonches en lo sucesivo ya que representaba un peligro su presencia en la cocina. Para ser justo puedo decir que hoy cocina mil veces mejor que yo, pero al menos no le salen los mismos postres que aún hago de vez en cuando.

domingo, 15 de agosto de 2010

Fracasos Sentimentales

En "Mi Primera Desilusión" he contado ya como fue mi suerte con la primera chica que me gustó cuando era niño y en "Mi Primera Metida de Pata" he revelado lo torpe que era con las chicas que me gustaban cuando ya era algo más grande. No sé si se trate de una especie de castigo a través del tiempo, pero casi siempre que una chica me gustaba, algo malo me pasaba en relación con ella. Guardo algunos buenos recuerdos y otros que pueden parecer muy tristes, pero cuando se miran hacia atrás no se puede evitar dibujar una sonrisa.

VV una chica que vivía por mi barrio me gustaba mucho, era de las chicas que podía quedarme mirando durante largo rato. Sin embargo casi no la conocía como persona. Con mi proverbial timidez era difícil que yo iniciara una conversación con una chica, menos si me gustaba. Pensaba que sólo podría tartamudear y/o decir cosas ininteligibles. MA era uno de mis mejores amigos del barrio y el típico conquistador, el que sabía "meter letra", el que bailaba muy bien, y que obviamente tenía un montón de amigas. Y VV era una amiga común así que lo lógico era que terminaran estando juntos. No sería la primera vez que vería a alguna chica que me gustaba terminar de enamorada de alguno de mis amigos y de algunos no tan amigos que digamos. En algún momento pensé que sin saber cómo terminaba uniendo parejas ya que una vez que me fijaba en alguna chica que me gustara, pasaba poco tiempo antes de que estuviera con alguien.



Cuando ya empezaron a invitarme a fiestas, yo no sabía bailar, razón por la cual me pasaba sentado la mayor parte del tiempo. En una de ellas que fue justamente en casa de VV, ella y mi amigo MA me enseñaron a bailar. Es uno de los más gratos recuerdos que aún conservo, me decían que cualquier chica aceptaría bailar conmigo y que debía aprender a hacerlo. Yo estaba seguro de que ninguna chica aceptaría ni siquiera hablar conmigo. Sin embargo, me enseñaron lo que pudieron y en las siguientes fiestas ya asistí sabiendo bailar algo, pero como me demoraba en decidirme a sacar a alguien, ya no quedaban chicas disponibles como pareja de baile. Poco tiempo después empezarían a ir las hermanas de algunos de mis amigas, las cuales eran 3 o 4 años menores que nosotros. Y como me seguía quedando sin pareja y a ellas nadie las sacaba porque eran las "niñas" (todos éramos niños en ese entonces), empecé a sacarlas de tanto en tanto. Un par de años más tarde, una de ellas me empezó a parecer muy atractiva, sus ojos eran lo que más me llamaba la atención. Bailaba con VG pero no hablábamos, no se me ocurría que decirle.

A una de las últimas fiestas a las que asistí fue también HF, quien después de supuestamente haber sido muy amigo mío, me odiaba. Nunca supe porqué pero siempre me molestaba y trataba de humillarme delante de mis otros amigos. Fue el único que logró que perdiera el control de mí mismo por primera vez: cuando ya me hizo perder la paciencia mis manos se convirtieron en platillos aplastando sus cachetes al mismo tiempo. Y entonces cuando le dije que si quería pelear, que de una vez empezara no se atrevió y todos los que estaban se burlaron de él llamándolo cobarde. Su venganza fue decirle a VG que yo estaba "templado de ella". Aún recuerdo que él me preguntó porqué la había sacado varias veces a bailar. Le dije que no me había dado cuenta, lo que era en parte cierto. Cada vez que había una canción que me gustaba la sacaba a ella, pero es que nos parábamos cerca también (¿o yo me acercaba sin darme cuenta?). Lo cierto es que recuerdo que HF se acercó a ella y pude prácticamente leerle los labios mientras le decía que yo le había dicho a él que me gustaba mucho y que si quería estar conmigo, para leer en los labios de ella un muy entendible "no". Mientras veía todo como en cámara lenta sentí dentro de mí sentí una emoción muy grande e indefinible, no estaba seguro si era odio por HF, tristeza por VG o vergüenza por quien pudiera haber escuchado lo que dijeron. Lo único que atiné a hacer fue a sentarme en un rincón y no volver a bailar con nadie más por el resto de la noche mientras trataba de evitar que cayeran lágrimas (de cólera, de tristeza o de ambas).

En la siguiente fiesta a la que acepté ir, estaba VG junto a otras amigas. Mi tristeza fue más que grande al constatar que todas me miraban con cólera. Hasta hoy en día me pregunto si era porque pensaban que no me atreví yo a decir nada directamente, o era porque sabían que una de ellas me gustaba. Preferí mantenerme alejado y dejar que el tiempo borre ese triste episodio. Lo que dejó como secuela es que optara por no revelar jamás a nadie, ni que se note siquiera, cuándo una chica me gustaba o no. Y cuándo alguien me gustaba tendía a alejarme, quizá por ello nunca tuve enamorada durante todo el tiempo que viví en la casa de San Isidro.

domingo, 18 de julio de 2010

Juegos Peligrosos (II)

Quien haya leído la primera parte de Juegos Peligrosos habrá deducido que si bien era bastante creativo con los legos de ese entonces, también era bastante desordenado. Mi mamá aseguraba haber encontrado piezas de legos hasta en alguna olla de la cocina. Y siendo la casa de San Isidro donde vivíamos, tan grande, aún me pregunto cómo pudo haber llegado alguna allí. Lo cierto es que no era algo desordenado con los legos sino con casi todos mis juguetes. Tenía muchos que eran herencia de mis hermanos: siendo yo el menor heredé soldados, carros, legos, y todo tipo de juguetes aparte de los que me regalaban en las navidades. A pesar de tener un closet con varios pisos para guardarlos, más de una noche durmieron en el piso de mi cuarto. La razón era muy sencilla: los soldados debían cuidar el fuerte que había armado con los legos, los autos debían estar en la cochera que se les construyó con los bloques del dominó de madera, los muñecos grandes como "Blaster" (un transformer que se convertía en radio) o "Beastman" (fiel escudero de "Skeletor", de la serie "He-Man") debían estar al tanto de las naves espaciales que podían aparecer, todas construidas con el "Mecano". Era lógico que no era posible guardar los juguetes, ninguno podía darse el lujo de dormir.

Por cierto, el "Mecano" era un juego de piezas de metal con huequillos y venia con una cajita de tornillos y tuercas. Me fue otorgado con un sermón previo acerca de mantener las piezas cerca (de preferencia dentro) de su caja. Venía con un manual de cómo construir barcos, carros, camiones, puentes, molinos... era como para derretir el gusto de alguien acostumbrado a unos simples legos. La importancia de cuidar este juego no era solo porque era como entrar a un nivel más alto, sino porque era uno que había pasado de generación en generación, y había el temor de que lo pierda dados mis antecedentes con los juguetes en general. Y me esmeré tanto que hasta ahora tengo el juego guardado en una caja, con la mayoría de piezas intacta y esperando a ver si mi sobrino se vuelve el candidato a siguiente heredero.



En cuanto a autos, heredé muchos de mi hermano: de fierro, de plástico, autos, camiones, carros de carrera. Lo único que nunca tuve fue una pista de aquellas con autos eléctricos donde estos realizaban acrobacias pues resultaba muy caro para la economía familiar. Sobre soldados había de todas las nacionalidades: árabes, norteamericanos, beduinos, europeos, vaqueros, todos mezclados con muchas réplicas en amarillo plástico de los personajes de Mafalda. Nunca supe cómo fue que llegaron, sólo que los teníamos a montones. Aparte de los soldados teníamos muñequitos de extraterrestres, presumiblemente personajes de Ultrasiete que venían en el chocolate "Juguete" de Motta. Esos eran mis preferidos de niño, no sólo porque me parecían deliciosos sino porque traían pequeños juguetes, de ahí el nombre. Hace no mucho vi que aún los vendían... pero no me llaman mucho la atención hoy en día, por alguna razón prefiero los chocolate "sublime".

Como tenía muchos carros. muchos legos y muchos soldados necesitaba un campo de juego bastante grande y si bien nuestros cuartos en la casa de San Isidro lo eran, el jardín de mi abuela ganaba por goleada. Aparte que para mis soldados parecería una gran selva donde podían perderse, enterrarse, o subirse a los árboles. Se podía utilizar catapultas con pequeños bloques de tierra, hacer caer a los soldados desde alto sin que corran riesgo de romperse. Los únicos riesgos eran que se mojen o que se pierdan en la improvisada selva. Lo bueno es que de hecho sobrevivirían así no se les encontrara de nuevo. Las nuevas aventuras duraban lo que duran el verano o la primavera. Durante las otras estaciones hacía mucho frío como para jugar así no más en el jardín y menos con la manguera. Con las mudanzas que tuvimos años después muchos juguetes se perdieron y muchos tuvieron que ser regalados. Pero aunque suene a frase trillada, muchos de ellos siempre quedarán en mi memoria como mis más fieles compañeros de juego durante esos primeros años.

sábado, 1 de mayo de 2010

Lindos Paseos, Terribles Canciones

Los fines de semana, de preferencia los domingos solíamos ir al Country Club El Bosque en chaclacayo si era invierno o nos íbamos a la playa si era verano. En este último caso nuestro destino favorito era Santa María, una de las playas del sur (ya que en la semana íbamos a La Herradura, en ese tiempo aún limpia y sin un mar pestilente).

Nuestro vehículo era un Plymouth Valiant del 68, es decir, un lanchón color verde claro en el cual cabíamos los seis integrantes de la familia: mis dos padres, mi hermano, mi hermana (ambos mayores que yo), mi abuela (si no se sentía mal de salud que era lo habitual) y por supuesto yo. Los viajes a la playa los sentía menos largos que al Bosque, quizá porque había menos tráfico o de repente por una errada percepción de tiempo. O de repente porque a Chosica era de subida y a la playa de bajada y nuestro auto (bautizado años después como "La Palta") no era muy veloz que digamos.



En cuanto a la playa, nuestra indicación era un gran pino que había al lado derecho de la carretera. Esa era la entrada a Santa María y siempre sospechábamos que el día en que ese pino no estuviera no sabríamos cuál era nuestra entrada. Varios metros de camino nos llevaban a la pequeña caseta de pago. Recuerdo que no era muy caro y que dejamos de ir cuando el costo de S/.20.00 soles nos parecía un robo tan solo por poder estacionar cerca a la playa y no tener seguridad alguna. Como difícilmente encontrábamos lugar para la "Palta" cerca a la playa, solíamos estacionar el auto arriba, cerca a los edificios en la zona residencial, cuidando de no estorbar ningún estacionamiento y bajábamos unas muy largas escaleras para poder acceder a la playa. Mientras íbamos bajando tratábamos de ver por donde había algún sitio libre, como la playa era bastante grande siempre hallábamos dónde instalarnos con sombrilla, banquito (que alguna vez papá rompió con su peso), toallas y los indispensables cooler y gran termo con los sánguches y el refresco que serían nuestro almuerzo.

El regreso sería algo tortuoso: después de un día de sol y relajo teníamos que regresar al auto. Es decir, subir por la maravillosa escalera que nos llevó a la playa. Una cosa es bajar por ella con ayuda de la gravedad y con un destino apetecible como bañarse en el mar, dormir al sol, y divertirse y algo muy diferente es estar totalmente relajado y mirar un promedio de 80 escalones con 2 descansos, cargando maletines, sombrilla, cooler, etcétera hasta llegar al auto que nos llevaría de vuelta a casa. Claro que más agotador sería para mi padre que debía manejar de regreso hasta Lima. Entonces, para evitar dormise cantaba durante el camino de regreso. Esto ocasionaba sentimientos encontrados en sus nosotros, sus tres hijos. Obviamente no nos convenía que se quedara dormido para poder llegar todos sanos y salvos a casa, pero tampoco nos dejaba dormir a nosotros durante el regreso así que terminamos odiando que cante. Lo más desesperante era que cantara siempre las mismas canciones que estaban bastante pasadas de moda. El solía decir que las canciones de nosotros sólo tenían un compás y que eran muy simples (¿facilistas?) y que eso no era música (¿me escuché a mi mismo decir lo mismo de cierta música actual?) porque la que el cantaba tenía 2 compases o más. Teniendo en cuenta mi edad y mis pobrísimos conocimientos de música (hasta ahora) sus respuestas me sonaban a una especie de spanglish mezclado con esperanto, es decir, no entendía nada.

Igual era cuando regresábamos de chosica: mi padre necesitaba cantar de regreso. Nnca escuché una sola de esas canciones en radio si no años después en algún karaoke cuando alguna persona mayor evocaba canciones "del ayer". Puedo decir que aún hoy me sé de memoria la letra de alguna de esas canciones, no sé si mi memoria privilegiada no me deja olvidarlas o las escuché tantas veces que se quedaran grabadas como cn fuego. Mi hermana y yo urdimos un plan para evitar aquellas canciones que nos parecían tan lastimeras como anticuadas: decidimos cantar nosotros. Siguiendo la máxima "si no puedes contra ellos, úneteles" empezamos a cantar nosotros durante los caminos de regreso. Nuestra canción favorita era "Me pongo a pintarte" de Guillermo Dávila. No estoy si favorita o es que era la única de la que sabíamos la letra ya que era la canción de una novela protagonizada por el mismo Guillermo Dávila. Y hay que ser sinceros, cantábamos demasiado mal. Cuando nos cansábamos era mi padre quien empezaba sus cantos. El objetivo parecía ser siempre el mismo, todos íbamos despiertos durante todo el camino. Los mejores regresos siempre fueron aquellos en que habíamos tenido tanta actividad física que despertábamos en el auto, ya guardado en el garage de la casa, donde nos habían dejado aún sospecho que para que no intentemos volver a cantar o por pena de interrumpir un sueño tan reparador.

martes, 9 de marzo de 2010

Enredos Infantiles

Como ya he contado en alguna de las entradas anteriores, siempre odié ser una especie de "niño modelo". La mayoría de mamás querían que yo fuera amigo de sus hijos, quizá para que les sirva de ejemplo. La verdad es que yo era tan tímido que era incapaz de hacer alguna travesura o portarme mal. Tampoco me nacía hacerlo así no hubiera sido tan obediente de niño. Otra de las "virtudes" que tenía (y la tengo aún) es que me gusta hacer casi de todo. Es decir, son pocas las actividades que no me agradan, así que es difícil que me aburra con algo. Por ello cuando iba a la casa de algún amigo, o este venía a la mía, casi siempre estaba de acuerdo con lo que propusieran. No recuerdo ninguna ocasión en que haya rechazado algún juego o deporte.

Hubo un tiempo en que iba a jugar a casa de uno de mis amigos del barrio. Lo conocí porque era medio-hermano de un amigo de mi hermano mayor. Una de las cosas que más me gustaba era cuando jugábamos con barcos: el tenía dos o tres de esos buques guerra de plástico que vienen para armar, así que convertíamos el parquet de su departamento en nuestro océano para jugar a las batallas navales. Pero lo que nunca me esperé fue que el día de su cumpleaños quisiera jugar a las batallas... con su hermana y sus amigas. Quería que haya dos equipos, uno de chicos y uno de chicas y que ambos pelearan (al estilo lucha libre olímpica). Su hermana era dos o tres años mayor que nosotros al igual que sus amigas, y obviamente le pareceríamos bebes así que ni caso hizo. En mi caso yo no creía lo que estaba escuchando, pero cuando H. F. trató de desalojar a su hermana del sillón me di cuenta de que hablaba en serio. Pero cuando esta última lo sacó a empellones de su cuarto y cerró la puerta con llave respiré aliviado pensando que la "guerra de los sexos infantil" había terminado.



Pero no los eventos de lucha, ya que H. F. decidió que el lucharía contra todos nosotros, pudiendo usar lucha, karate, tae kwon do, judo, y no recuerdo que más. Pero si recuerdo que nosotros (éramos unos 4) sólo box. En ese momento yo pensaba si sabía realmente de que hablaba y si conocía realmente las artes marciales de las que hablaba. Uno de sus amigos le explicó que si hablaba de box, le podían dar un mal golpe, así que ese deporte quedó eliminado de la nueva "competición". Siendo alguien totalmente pacífico solo me limité a ver como peleaban entre ellos, pero como casi termina en una verdadera bronca (totalmente esperable) decidieron que solo fuera lucha en equipos de a dos... lo cual me incluía a mí. Esta vez no me salvaría de tener que pelear con alguien. Se sorprendieron mucho de que rápidamente dominara a mi improvisado rival. De hecho no tenían como saber que poco tiempo antes había practicado judo y que con la agilidad que me daba el tenis de mesa, era difícil atraparme en algún tipo de llave, más si ellos desconocían como hacerlas. Cuando ya se fueron los amigos, quedé yo solo un rato más, pues a pesar de que vivía a la vuelta mis padres me recogerían. H. F. insistía en que me quedara un rato más. Incluso decía que si quería me quedara a dormir. "Podemos bañarnos juntos" recuerdo claramente que dijo. Por dentro me asusté, como que no me parecía muy adecuada la "proposición". Afortunadamente llegaron pronto a recogerme y pude refugiarme de regreso en casa.

Algún tiempo después, mientras jugábamos con bicicletas y skates uno de mis amigos soltó un "uyyy". H. F. había dicho que yo era una especie de autómata de propiedad de M. A. porque este había dicho que yo le hacía caso en caso en casi todo lo que él decía. En otras palabras, decía que yo actuaba de acuerdo a su voluntad. No sabía si decía o no la verdad, pero teniendo en cuenta que H. F. no era nada confiable podía estarlo haciendo sólo para molestarme y hacerme quedar mal con M. A. con quien no se llevaba (y era uno de mis mejores amigos, o así lo creía yo). Así que en cuestión de segundos tenía que pensar que responder para no quedar mal yo también. Al final terminé diciendo "yo sólo le hago caso en lo que me conviene..." Lo cual era cierto, no iba a hacer caso de realizar actividades que no me agraden. Pero casi todos se rieron y dijeron que yo era muy inteligente y a la vez malvado por manipularlo (o algo similar) a mi amigo...

Aparentememte nadie le dijo nada a M. A. después de este evento o simplemente él no le dio mayor importancia pues seguimos jugando y reuniéndonos en alguna de ambas casas de tanto en tanto. O jugando en grupo los partidos de fulbito que ya he mencionado antes. Lastimosamente habrían aún más enredos en el futuro, algunos bastante graves que ya serán materia de una entrada posterior.

viernes, 1 de enero de 2010

Memoria de Elefante

Estando ya en cuarto de secundaria opté por tomar notas de las clases en borrador para después pasarlas a un cuaderno en limpio. La verdad es que casi nunca terminaba de hacerlo. El año acababa y rara vez tenía mis cuadernos al día salvo en los cursos en los que la correcta presentación de éste era una nota extra. Conveniencia que le dicen... El tomar notas en borrador y transcribirlas luego me ayudaba a recordar muy bien lo que había dictado el profesor. Debido a ello no estudiaba mucho, pues las materias se quedaban grabadas en mi mente. Hubiera querido que pase lo mismo con geometría, aritmética, o física y química que terminé odiando porque nunca acababa de entenderlas. Me decían que era más fácil porque eran "ciencias exactas", en mi caso yo tenía la total exactitud de que no las entendía, salvo alguna iluminación celestial para pasarlos con 11. A pesar de mi dificultad con los larguísimos nombres de la química, las fórmulas de la física o el contorsionismo numérico de la aritmética nunca jalé un curso en toda mi etapa escolar. La única vacacional que hice fue voluntaria por que pasé matemática raspando, pero pasé.

Estando en quinto de medio el profesor de historia nos advirtió que nos dictaría clase como se hace en la universidad: él nos hablaría de los temas y nosotros apuntaríamos lo que nos parezca conveniente. Es decir, con él se acabaron los dictados o el copiar de la pizarra. Estábamos en último año de colegio y debíamos ir acostumbrándonos al siguiente nivel: la universidad. Yo había estado tan acostumbrado a que nos dicten que no supe cómo haría, pensé que quizá era mejor copiar todo lo que el profesor hable. Pero jamás sospeché que hablara tan rápido. Tenía que tomar medidas radicales, debía escribir más rápido que antes pero mientras lo hacía iba fluyendo más información por parte del profesor. Así que debía memorizar lo que decía, y mientras lo escribía ir memorizando la siguiente parte y una vez escrita la primera, escribir la segunda mientras memorizaba la siguiente. Era como si partiera mi mente en dos campos, una bandeja de entrada y una de salida. Pronto me di cuenta que cada bandeja podía aumentar de tamaño, es decir, podía memorizar más de una oración o frases más largas. Quizá suene casi imposible pero pude hacerlo. Claro que mi letra se volvió un desastre y a veces al releer lo que había escrito ni yo mismo me entendía. Pero lo que había memorizado seguía en el disco duro de mi mente así que podía presumirlo.

De esta forma, no me era tan necesario estudiar a fondo. Los datos se quedaban dando vueltas en mi mente. Y cuando tenía examen esto era una gran ayuda. Es por ello que en mi tiempo escolar no era considerado un alumno muy destacado, pero tampoco era malo. Mis compañeros de colegio me catalogaban como "chancón", pero yo sabía que estos eran los que aprendían las cosas de memoria sin analizarlas. El tener yo los datos en la mente y poder plasmarlos con diferentes palabras que el profesor me hacía sentir bastante bien.




Parece que ello ayudó a desarrollar bastante mi memoria. Pero atrofió otros compartimentos de la misma. Como por ejemplo lo que hacían mis manos con mis objetos personales. Hasta el día de hoy se me "borran" eventos que han sucedido hace pocos minutos como dónde dejé las llaves de mi casa, qué hice con el polo que me cambié en el camerino de la universidad (y nunca más volví a ver), o buscar mi teléfono celular por toda la casa, para terminar dándome cuenta que nunca lo tomé de mi mesa de noche cuando me levanté. La que más ha gozado de este tipo de olvidos ha sido mi madre, al punto que cuando buscaba algo como lo que he mencionado, me miraba con cierta ternura mezclada con sarcasmo y me lo entregaba en la mano diciéndome donde lo dejó "Olvido Castro". Fue el apodo que me puse por un tiempo, hasta que estos eventos se hicieron menos frecuentes.

Hoy soy capaz de recordar conversaciones de hace mucho tiempo o imágenes de eventos pasados hace años. Ello me permitió encontrar el camino de regreso de una zona desértica hace años, ello me permite también escribir este blog de recuerdos. Esta capacidad me ha ayudado a poder realizar múltiples tareas a la vez, a recordar fechas, números de teléfonos, nombres, etcétera. Y me ha sido muy útil para recordar hasta los colores que más le gusta a algún amigo o que es lo que más detesta. Lo que jamás he logrado recordar así no más han sido los cumpleaños, incluyendo el mío. Por eso no soy de resentirme si alguien se olvida del mío, no sería nada justo. Es por estas razones que algunos amigos dicen que tengo memoria de elefante. Siempre aclaro que es por la capacidad y no por el tamaño del animal...

P.D.: gracias por los regalos a esas dos personas que considero tan especiales para mi =D