lunes, 10 de noviembre de 2008

Cuando todavía podía dormir...

Nunca le llegué a hacer caso a las voces, nunca lo comenté tampoco así que jamás sabré si me estaba volviendo loco o si alguien realmente me llamaba... desde donde no podía verlo. Más me gustaba mirar hacia el resto de mi cuarto, el cual era muy grande. De hecho cabían la cama de mi hermano y mi cuna. Quizá suene extraño pero dormí en una cuna hasta más o menos los 7 u 8 años. Ésta era muy grande y yo no crecí mucho hasta los 17 lo cual explica que haya podido utilizarla tanto tiempo. Nunca me traumaticé ni avergoncé por ello, más me parecía divertido aunque algo contraproducente: cuando me compraron una cama (en realidad fueron dos camas gemelas, una para mi hermano y una para mí) no podía evitar caerme de vez en cuando de ella, en la noche. La cuna demostró haber sido una gran seguridad por que no había como salirse. Yo tenía el sueño tan pesado que a pesar de caerme de las caídas, continuaba durmiendo en la pequeña alfombrita azul que teníamos cada hermano al lado de la misma.

Antes de dormir mi padre me acompañana a rezar, y luego me amarraba con las sábanas y frazadas. Sí, literalmente me amarraba para que no me destapara dormido ya que sabían que me movía mucho cuando dormía. Indefectiblemente todas las mañanas me despertaba destapado y con toda la ropa de cama en el piso. Lo único que siempre mantenía sobre ella eran las almohadas y a mí mismo... a veces. Como tenía el sueño tan pesado y era muy olvidadizo, cuando tenía que tomar pastillas, mi madre entraba con un vaso con agua y me hacían sentarme en la cama. Según me cuentan, me preguntaban si había tomado o no mi remedio y yo respondía sí o no. Dependiendo de ello me hacían tomarlo y luego me derrumbaba para seguir durmiendo y al día siguiente no recordaba nada. El problema era que las respuestas que daba estando semi-dormido no podían ser tan exactas. Un día me levanté a la una de la tarde. No podía despertar y dormí y dormí hasta esa hora en que por fin abrí los ojos sintiéndome algo mareado. Y cuando se me ocurrió preguntar acerca de la pastilla que me tocaba tomar la noche anterior, la cual sí había tomado y causaba somnolencia, resultó que dormido había dicho que no... y terminé dopado.

De pequeño era bien difícil que se me despierte. El sueño profundo hacía que tuvieran que zamaquearme para al menos abriera los ojos. Lo que podían tener éxito en la dura empresa de despertarme eran los temblores, a los cuales les tenía pánico, aunque más de una vez pensé que era un avión volando bajo y proseguí durmiendo. Solía dormir entre ocho y nueve horas por día y era raro que pudiera mantenerme despierto más allá de la medianoche. Lejos estaba de sospechar que años más tarde me costaría tanto quedarme dormido o al menos el sentir que había descansado después de dormir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario