lunes, 22 de septiembre de 2008

El Nido de la Tia Lucila

No logro recordar cuándo ni cómo fue el primer día que fui al nido. Sólo sabía que mis dos hermanos mayores habían ya estado en él. Y que la tía Lucila era conocida en todo el barrio porque la mayoría de niños y niñas habían pasado por allí. No recuerdo tampoco su rostro, a lo más puedo recordar unos lentes semioscuros, pero lo que nunca pude olvidar fueron sus palabras dirigidas a mí cuando hice o intenté mi primera y última travesura: un día apenas terminó de hablar yo imité el "cua, cua, cua" de algunos dibujos animados de la época. No sabía ni en qué estaba pensando en ese momento, todos callaron y ella preguntó: ¿por qué lo hiciste? Mi sorpresa y desconcierto ante todos mirándome, fue tan grande que me puse a llorar. Lo siguiente que recuerdo es haber estado en brazos de la tía Lucila calmándome y que esa fue mi primera y última travesura en toda mi etapa infantil.

De las pocas cosas que recuerdo del nido, es que me desesperaba por aprender a leer. Y me frustraba el hecho de ver a niños más grandes (de 5 ya que yo tenía 4) leyendo sin que yo pudiera entender aún más que las figuras de los libros. Y aquí apareció alguien que me ayudó mucho y que recordaré siempre con cariño porque aprendí mucho de ella: Vanessa. Un día, casi cerca de terminar la sesión del nido, yo estaba jugando con plastilina. Para ese entonces no tenía mucha creatividad, así que mi mayor logro fue hacer una serpiente: un palo largo de plastilina. Fue entonces la primera vez que apareció Vanessa y le hizo una boca y colmillos. ¿Cómo no se me ocurrió? pensé. "Es fácil, sólo mira los dibujos de los libros", me dijo. Efectivamente, la serpiente con colmillos estaba dibujada en uno de los libros con los que trabajábamos. Y así fue como empecé a memorizar imágenes y asociarlas con palabras. Claro que en ese momento no tenía consciencia de lo que estaba logrando. Y de esta forma se me hizo más fácil aprender a leer. Y este fue el comienzo de mi primera amistad femenina, ya que desde entonces sólo jugaba con Vanessa a pesar de que era mucho mayor que yo (ella tenía 5 y yo 4).

Uno de nuestros juegos favoritos era armar casitas con unos bloques de madera similares a los legos. Y un día se nos ocurrió hacer un fuerte con murallas que estaba quedando bonito... hasta que a otros niños se les ocurrió jugar a destruir nuestro castillo, tirándole mas bloques. Nos molestamos y les gritamos, pero ellos sólo atinaban a tararear la acostumbrada broma tonta: "son novios... son novios". Nuestra solución fue reconstruir nuestro fuerte más rápido que lo que los otros niños podían destruirlo, hasta que se aburrieron de botar lo que se dieron cuenta que nosotros reconstruiríamos. Creo que así fue como aprendí la perseverancia. Y tuve que tenerla para poder aprender la famosa poesía del nido, que mis hermanos habían aprendido años antes y a lo que yo me vi obligado después. Hoy en día solo puedo recordar la primera estrofa: "hace 300 años que el jardín florecía... y lleno de perfumes, florece todavía..." Sólo recuerdo algo más acerca de un jilguero...

Otro recuerdo bastante vívido es el baile o fiesta que tuvimos. Obviamente bailé con Vanessa y sólo con ella. O debería decir que ella bailó conmigo... En realidad lo único quen hacíamos era cogernos de los brazos y dar vueltas, y cuando sentíamos que podíamos marearnos, cambiámos de dirección. Y estuvimos así todo el baile. Ya podrá uno imaginarse lo que decían todos: el sonsonete de siempre: "son novios, son novios"; pero ya habíamos aprendido a no hacerles caso. Nos convertimos en tolerantes sin saberlo.

Del nido me recogía la señora Angélica, nuestra empleada de entonces. O a veces la tía Juana. Yo no sabía llegar sólo, ya que quedaba muy lejos, a dos cuadras de mi casa. A los 4 años no tenía idea de cómo llegar... o regresar. Y un día se olvidaron de recogerme. En lugar de llorar como otros niños, me sentía extraño. Y estaba acompañado de otros dos niños. La tía Lucila nos dejó a cada uno en su casa, y desde entonces siempre admiré su dedicación a nosotros. No tengo memoria del último día de clases en el nido. Quizá fuera el del día del baile, quizá no. Lo gracioso es que pocos años después, cuando tenía aproximadamente 12 años, me contaron los amigos del barrio que Vanessa había ido a visitar a una amiga común. "Y dice que te conoce, que estuvieron en el mismo nido". Así que no pude evitar sentir cierta emoción por volver a verla después de tanto tiempo. Y cuando la vi, para ser sincero me asusté. Me pareció demasiado grande. Si se sabe que las mujeres se desarrollan más rápido que los hombres y que yo tenía 12 (era flaco y chato) y ella tenía 13 y era alta y desarrollada, mi impresión fue grande. La saludé y me fui. Nunca hablamos. Y siempre me arrepentí de mi impresión y de mi timidez... la cual me acompañaria buena parte de mi vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario