miércoles, 10 de septiembre de 2008

Uso de Razón

Algunos dicen que tengo una muy buena memoria, otros dicen que tengo memoria de pollo... otros dicen que tengo memoria de elefante, pero no precisamente por la memoria... Lo cierto es que soy capaz de recordar muchos detalles, hechos y conversaciones a veces intrascendentes. Ello es a la vez útil e inútil: tiene utilidad cuando sirve para recordar detalles de amigos y amigas y saber qué les gusta cuando se acerca su cumpleaños por ejemplo. Sería genial si yo fuera capaz de recordar los cumpleaños, empezando por el mío. Lo que no sirve es recordar tanta cosa que no tenga utilidad y la que mente se llene de cosas sin mucho sentido, lo cual explicaría el que olvide cosas tan simples como dónde puse mis llaves, o qué hice con el libro que estaba leyendo. Ello me ahorraría varios minutos, y hasta horas diría, de búsqueda en mi vida.

Pero vamos a lo que dice el título: es un recuerdo que en cierta forma me marcó porque no sé si alguien puede recordar cuándo es que empezó a tener uso de razón. Quizá sea lo más común del mundo, pero a mí me hizo en cierta forma empezar a cuestionarme muchas cosas desde entonces. Yo tenía cuatro años y lo recuerdo bien porque esa fue precisamente la razón por la que me di cuenta de que ya existía. Estaba sentado a la mesa roja del comedor de diario de mi antigua casa, almorzando y mirando al reloj de pared, de manecillas. Siempre me ha costado mucho leer la hora en ese tipo de relojes (¡adoro los relojes de cuarzo! aunque no use ninguno), pero vi que eran las 12 y me empecé a preguntar cuántas vueltas debía dar la manecilla de horas para completar un día. Y cuántas habría dado antes, y asi fui imaginándome hacia atrás, en meses y en años hasta que ya no podía retroceder más, pues el descubrimiento me cayó como un mazazo: no podía saber cuántas vueltas habría dado en más de cuatro años porque entonces... yo no existía.

Fue entonces, que me pregunté qué habría sido de mí antes de ello. ¿Era un fantasma? ¿Estaba destinado a nacer, esperando mi turno, cual partido de caballos en el hipódromo? Dentro de lo poco que pude averigüar, resultó que cuando dos persona se casaban, casi siempre tenían hijos. Y de hecho, como mis padres estaban casados, pues tenían hijos y yo era el tercero y último. Y seguía con la curiosidad: ¿Por qué las familias tienen diferentes números de hijos? ¿O no los tienen? La respuesta me parecía obvia, en algún lado había leido: "el milagro del matrimonio". Entonces, en eso consistía el milagro, una vez que un hombre y una mujer se casaban, el milagro del matrimonio hacía que tuvieran hijos, cuántos y si eran hombre o mujer eran decisión del de arriba. Y cuadraba perfecto con la historia de la Virgen María. Así que pasé la mayor parte de mi niñez creyendo firmemente ello, sin preguntar si era o no correcto. Total, ¿qué se le puede exigir a un niño de cuatro años?

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