martes, 10 de julio de 2012

Mi Primer Dentista

No recuerdo con exactitud la primera vez que me llevaron al dentista. Recuerdo sólo a uno y no como muy buena experiencia. Cuando escucho la palabra "dentista" lo primero que viene a mi mente es el taladro (que me costó colgar en esta entrada debido a mis malos recuerdos sobre él) y el dolor, o mejor dicho dolores que me causaron los pocos dentistas que debo haber tenido en mi vida.
Estoy seguro que a más de uno le recordará pesadillas. El solo recuerdo del sonido del motorsito diabólico cerca a mi cara ya me espanta. La sensación de que me destruían un diente o muela de a poquitos me aterraba y el sabor del agua que debía escupir de rato en rato me daba asco. Sólo esa parte de tooooda la visita al dentista, me era ya super traumática. Alguna vez me tuvieron que sacar una muela con raíz y todo. "No te preocupes, te pondremos anestesia" me dijeron. Y pobre niño confiado, yo creía que por eso ya no iba a doler nada. Lo que no me aclararon es que iba a necesitar anestesia para que no me duela la clavada de la tremenda aguja que me clavarían dentro de la boca para ponerme la bendita anestesia "para que nada me duela."
Cuando fue insertado semejante monstruo dentro de mi pobre boca recordé a toda la parentela femenina de mi dentista hasta llegar a la misma Eva. Así de insoportable me pareció el dolor en una zona por demás bastante sensible. Esa fue uno de los inicios de mi fobia a los dentistas en general.

Tiempo después mi papá me convenció de volver a ir al dentista. Se me había picado una muela y supuestamente había que cambiarla. El primer día fui acompañado de mi señor padre quien me presentó a su amigo. Le decían "pitufo" porque era algo chato y me cayó bien. Pensé que no lo odiaría como al que me clavó la inyección terrible descrita en el párrafo anterior pero no, era muy buena gente y muy agradable. También me explicó que no debía preocuparme tanto porque mis dientes no fueran tan blancos como se veía en los comerciales de pasta dental: "que sean blancos no quiere decir que sean sanos, tus dientes son bastante duros y a pesar de no ser tan blancos son de mejor calidad que muchos otros". Nunca supe si era el preámbulo para que lo odie también a él o si era verdad lo que me decía.

Al que sí odié fue a su ayudante. Resultó que necesitaba una ortodoncia y para ello era necesario que me saquen una radiografía de la muela. "No duele", me dijo y dada la experiencia anterior no lo creí. Entonces el ayudante me enseñó una plaquita negra y me explicó que ello se acomodaba al lado de mi muela y que el proceso era muy rápido. Y otra vez caí en la farsa. Lo que no me dijo es que la plaquita de marras debía ir clavada entre dos dientes y hasta el fondo de la encía que me dolía como los mil diablos. Y obviamente no me atreví a pedir que me pusieran anestesia. Al final, salí casi llorando pero con un lindo primer plano de mi muela picada. El esfuerzo valió la pena, unas dos semanas después de algunas dolorosas sesiones de con taladro y demás instrumentos de tortura tenía mi nueva muela hecha de amalgama, si es que no recuerdo mal el nombre. Y la llevé orgulloso por casi medio año en que la reluciente pieza dental decidió irse a en libertad ya que se salió sola. Y desde entonces nunca más fui engañado ni torturado por dentista alguno.

1 comentario:

  1. Recuerde que uno nunca queda tan inofensivo como cuando cumple el rol de paciente de un dentista; así que no sea chúcaro y esboze su mejor sonrisa falsa o hasta carcajada en cuanto le cuente algo que en su mente debiera ser gracioso.

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