sábado, 21 de febrero de 2009

"Tú Eres Diferente"

No recuerdo con exactitud cuándo fue que nos volvimos muchos en el barrio, debe haber sido entre los 12 y los 14 años. Éramos un grupo grande de amigos los cuales vivíamos en la calle Juan del Carpio en San Isidro y alrededores. Sólo recuerdo que mi primer amigo de allí fue el hermano de una amiga de mi hermana y así empezamos a jugar juntos y frecuentar nuestras respectivas casas. Y desde allí fue creciendo el círculo de amigos. Nos veíamos sobre todo en los veranos, cuando jugábamos fulbito (y yo todavía creía que jugaba bien) o a las escondidas o a lo que se nos ocurriera.

Como coincidíamos en verano, también aparecieron los carnavales en febrero y los famosos globos de agua. Al comienzo sólo nos mojábamos entre nosotros. Yo tuve la suerte de que jamás me cayera un globaso. Tenía buenos reflejos y un sexto sentido aún no muy bien desarrollado pero que me permitía defenderme de globos caídos del cielo: de algunos edificios dejaban caer éstos a quienes pasaran por la vereda colindante. La primera vez, caminaba con un amigo que era charapa (de la selva) y de improviso ambos nos lanzamos al piso hacia un costado, para sorpresa del resto de nuestro grupo. Creo que en parte, la preparación de ambos en artes marciales (tae kown do y judo respectivamente), nos permitió anticipar el estallido de los proyectiles de agua que nos habían lanzado desde una azotea. La sorpresa de nuestros amigos no fue porque nos tirarámos al piso si no por que nunca vimos los globos hasta que se estrellaron en él, prueba de que aquel extraño "sexto sentido" comenzaba a funcionar.

Cuando éramos más grandes algunos del grupo tomaron la costumbre de ir hacia las avenidas con baldes cargados de globos para lanzarnos a los buses. A mí nunca me gustó ello. Odiaba que me mojen, razón por la cual no concebía que mis amigos mojaran a quien no lo quería. Más de una vez trataron de hacérmelo a mí sin lograrlo. Una tarde en que trataba de no acercarme por donde estaban me crucé con G. C. que era un poco menor que el resto pero más travieso que todos juntos. Cargaba un balde con algunos globos e hizo ademán de querer lanzarme alguno. Le hablé, lo convencí de que me dejaría mojar pero de cerca porque el estallido del globo me haría doler. Mientras tanto me acercaba poco a poco a él hasta que le volteé el balde, derramando el agua y haciendo reventar los globos en el piso. Se rió y me dijo "me la hiciste, pero la próxima no te salvas". La siguiente vez pasó exactamente lo mismo. "No puedo creer que hayas podido hacerlo otra vez". Se sentía humillado porque lo había podido engañar dos veces ¡con el mismo discurso!

En la misma cuadra, pero cerca al colegio Alfonso Ugarte, tenía una vecina que no se juntaba con nosotros. Yo asumía que era porque ninguno la conocía ni la habían presentado. Y mis amigos, cada vez que pasaban en sus bicicletas delante de su casa (solía jugar en el jardín exterior) siempre le lanzaban globos. A mí esto no me agradaba ya que era evidente que no le gustaba. No recuerdo como me enteré que se llamaba Ofelia, y cuando pasaba en bicicleta delante de su casa no podía evitar a veces, quedarme mirándola. Me preguntaba por qué nunca había sido parte de nuestro grupo. Un día en que mis amigos se prepararon para otra excursión carnavalística, me les adelanté y le avisé: "Ofelia", le dije y su asombro se hizo evidente al abrir grandes sus ojos de por sí ya grandes y muy negros. Y es que se suponía que yo no tenía como saber su nombre. "Mejor entra a tu casa porque mis amigos ahorita vienen con globos." Se me quedó mirando y me dijo: "¡Gracias! Tú no eres como los demás, se nota. ¿Por qué te juntas con ellos?". No supe qué decirle, ya que eran los chicos con los que jugaba. "Si quieres ven a jugar un´día conmigo y mis amigas".

Un par de días después, salí con precaución de casa y no vi por el camino a ninguno de mis amigos. Pronto me crucé con G. C. que ante mi puesta en guardia me dijo: "Hoy no te voy a tratar de mojar". Y levantó ambas manos mostrándome que estaba "desarmado". Caminé entonces algo más confiado hacia la esquina de la calle, casi llegando a la avenida donde ya sabía que estaba el resto de mis amigos. Al llegar a ella G. C. se hizo rápidamente a un lado y un gran chorro de agua me cayó encima. Por el volumen, fue imposible esquivarlo como hice con los globos tantas veces. Todos los chicos se habían puesto de acuerdo para esperarme en esa esquina y B. G. uno de los mayores esperaba con el balde. Inteligentemente, decidió por un baldaso en lugar de los globos, él sabía que ante tanta agua no había escape posible, así que todos celebraron el haberme por fin atrapado. No me molestó si no que me divirtió el saber que habían tenido que ponerse todos de acuerdo para poder mojarme. Y no me molestó quedarme así el resto de la tarde.

Mientras tanto pensaba en cuánto me agradó aquella invitación de Ofelia, pero siendo tan tímido, sabía que me costaría mucho acercarme. Más aún, sabiendo que mis amigos buscarían mojarla a ella y a sus amigas. Y si me veían con ellas, lo tomarían como una especie de traición. Tras un par de semanas de indecisión, resolví acercarme pero nunca la encontré. Poco después me enteré que su familia había decidido mudarse a un distrito muy lejano. En ese entonces Surco era algo así como otro país para mi corta edad. Nunca más supe de ella. Aunque la recuerdo siempre que alguien me dice: "Tú eres diferente". Y no han sido pocas las veces que me lo han dicho. Y no siempre sé por qué. Lo bueno es que esa frase no ha venido nunca más acompañada de baldasos de agua fría... de ninguna clase.

P.D.: un abrazo inesperado de una chica muy dulce puede ser el mejor regalo para alguien que aún a veces se siente algo solo. Llegué a casa a pie a las doce, cual cenicienta, pero sin perder ninguna de mis zapatillas nuevas...

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