lunes, 9 de febrero de 2009

Mi Primera Desilusión

A los 13 o 14 años, cuando ya jugaba fulbito con los amigos del barrio, empezaron a aparecer algunas chicas; la mayoría del grupo eran las hermanas de amigos, de edades cercanas a las nuestras. A veces nos acompañaban a montar bicicleta o simplemente a conversar. También había algunas que se limitaban a vernos jugar desde sus ventanas en los edificios que rodeaban el parque de la esquina de mi casa. Uno de mis amigos vivía en un edificio de cuatro pisos a mitad de la cuadra. En el segundo piso vivía una niña que me agradaba mucho, aunque nunca estuve seguro de su nombre: Paloma o Pamela o Paula... De lo que estaba seguro era de que a ella le gustaba vernos jugar a Alvaro y a mi cuando decidíamos hacerlo en el primer piso del edificio. De tanto en tanto, yo levantaba la mirada y allí estaba ella sonriéndome y mostrando unos grandes ojos negros que era lo que más me llamaba la atención.

Nunca me atreví a hablarle, ni siquiera a preguntarle su nombre. Era como si ambos hubiéramos acordado que esa sería la política entre los dos: yo jugaría y ella me miraría jugar. No le comenté a nadie que era la única chica del barrio que me gustaba (al menos en ese momento). El resto si bien eran bonitas "y cualquiera de ellas estaría contigo" decía alguno de mis amigos, no me interesaban mucho. Ya en ese tiempo pensaba que para poder tener enamorada, debía conocerla bien. No era cuestión de que sólo me gustara... pero en este caso la chica me gustaba demasiado y sin embargo, no encontraba ocasión o excusa para conocerla mejor o por lo menos, estar seguro de cuál era su nombre.

Hasta que llegó la oportunidad ideal: uno de nuestros amigos comunes haría una fiesta. Alvaro se encargó de avisarme que la "chica que me gustaba" (a pesar de que yo no le había dicho nada) también iría y que entonces podría conocerla mejor. Pasé días imaginándome el sacarla a bailar, preguntarle su nombre y que seguro bailaríamos mucho más. También recordé que no sabía bailar muy bien (hasta ahora), pero no importaba, ya se vería en el momento. Pensaba que ropa debía ponerme, qué colonia usar, hasta a qué hora llegar. Y por fin el gran día llegó. Antes de entrar a la fiesta me acomodé la ropa lo mejor que pude, saludé a mis amigos y vi cómo todos comenzaban a bailar. Entonces divisé dónde estaba la chica que me interesaba: en medio de un grupo de amigas, luciendo un vestido celeste de cuerpo entero que le llegaba a las rodillas. Me pareció que estaba más linda que nunca, por lo que tuve que luchar contra mi propia timidez para acercarme. Me armé de valor y logré preguntarle: ¿quieres bailar? Y la respuesta me cayó como un mazazo. "No". Así, a secas... No sé si me dolió más el gran rompimiento de la ilusión de conocer mejor a la chica que me sonreía desde su ventana o la humillación que sentí al darme la vuelta, buscando a quién más sacar a bailar, y escuchar a sus amigas y a ella misma reírse de mi. No la volví a ver en su ventana y a las pocas semanas supe que se mudó y nunca más la vi, ni supe tampoco su nombre.

Puedo decir que esa fue la primera de muchas desilusiones en mi vida. A veces creo que yo me hago ideas y que después me desilusiono de la ilusión que yo mismo he creado. Hasta que vuelvo a darme cuenta de que las más de las veces no es así. Desde pequeño siempre preferí conocer bien a una chica antes de estar con ella. Y no es fácil conocer a una persona. Menos para alguien tan curioso como yo. Puede que sea esa la explicación de porqué llevo tanto tiempo solo. El tiempo lo dirá.

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