sábado, 31 de octubre de 2009

Mi Primera Mascota

Si bien la primera mascota de mi propiedad fue un "pihuicho" (periquito verde del Amazonas), hubo varias mascotas en casa cuando yo era pequeño. Al primero que recuerdo es a "Yin Yin", un cocker que parece era demasiado travieso. Recuerdo cómo lo castigaban para que aprenda a hacer sus necesidades donde debía... y no en la alfombra de una las salas de la casa de San Isidro... O donde debía dormir, pero siempre me daba miedo y pena pues a veces los castigos lo hacían llorar. Siendo tan sensible también me ponía a llorar yo (de pena ajena quizá). No pasó mucho tiempo hasta que lo llevaron a casa de mi abuela en Jesus María. Se suponía que allí sería mejor cuidado y estaría feliz. Al parecer la felicidad duró pocos meses, porque en la siguiente visita ya no estaba y yo nunca más lo vi.

En el jardín de mi abuela en (la que vivía con nosotros en San Isidro), vivía una tortuga más o menos grande. Quizá por ello le tenía algo de miedo. La vi comer lechuga algunas veces y si no me equivoco también camote. Las pocas veces que jugaba en el jardín trataba de mantenerme alejado de ella. Quizá haya sido el único niño con ataque de pánico por ser perseguido por una tortuga en su propia casa. Afortunadamente nunca me pudo alcanzar... Me di cuenta que aquel tormento con caparazón no estaba, cuando por fin ya podía jugar en paz en el jardín y nunca sospeché que pudiera haberse muerto o que mi abuela la mandara mudar al parque de la esquina, por haber encontrado a la tortuga culpable de comerse y malograr sus flores. Así que la sentencia parece haber sido fue "destierro perpetuo" a un campo más grande.

Poco tiempo después, una de mis primas me regaló un sapito (tenia varios). Después de haber salido de una tortuga parece que mi abuela no estaba dspuesta a tolerar un sapo en su jardín, menos aún si el nuevo huésped tenía el atrevimiento de subirse a la terraza y estacionarse debajo de su baúl preferido. Por lo tanto, supe con acertada intuición que al pobre anfibio le quedaba poco tiempo de vida en su nuevo jardín. Aún sospecho que corrió la misma suerte que la tortuga cuando nunca más lo vi aparecer por el jardín (y menos dentro de la casa, por suerte para su propia integridad).



Luego de esas dos experiencias fallidas, poco antes de una Navidad, no recuerdo a quien se le ocurrió regalarnos dos "pihuichos". Como ya mencioné eran dos pericos verdes de la amazonía, con una coqueta raya amarilla y una línea blanca a lo largo de las alas. Uno fue adoptado por mi hermana y el otro por mí. Según mis padres ambos reflejaban la personalidad de nosotros dos: el mío era bastante tranquilo y pausado para moverse. El de mi hermana era más inquieto y solía agarrar a picotasos al otro cuando algo le molestaba... No nos agradaba mucho verlos encerrados dentro de su jaula así que la primera vez que los dejamos salir de su jaula les amarramos una pata a la misma. El verlos caminar y caerse por la tensión de la pita nos partió el corazón. No estábamos dispuestos a tener dos mascotas que parecieran presos políticos... así que la solución fue cortarles un poco las alas. Así podría saltar pero no irse volando y podían vivir fuera de su jaula. Se acostumbraron tanto que pasaban todo el día parados encima de la jaula y cuando ya se hacía de noche, ellos mismos se metían dentro de la misma y chillaban para que cerremos la puerta y los tapemos.

Un día mi hermana se encontraba cortándoles las alas a su pichuicho, pero al parecer este se retorció y la punta de tijera cortó algo más que plumas. Afortunadamente fue un cortesito pequeño, pero entre el susto, los chillidos del loro y la gran mancha roja (producto del aseptil) todo el cuadro parecía una intervención quirúrgica. Muy pronto el ave se recuperó ya que empezó a volar por toda la casa. Eran vuelos bajos aunque rápidos que terminaban cuando quería atravesar alguna puerta de vidrio que se encontraba cerrada. Nos dimos cuenta que debíamos cortarle un poco más las alas cuando este mismo se escapó con dirección hacia el parque y nunca más lo vimos. Por ello al poco tiempo compramos otro, para que mi perico no se sintiera solo. Al comienzo no lo aceptaba mucho. Nos dimos cuenta porque agarraba a picotasos al intruso. Parece que lo estaba haciendo pagar derecho de piso, porque al par de semanas ya se estaba rascando mutuamente y rara vez hubo una nueva "bronca" entre los dos.

Al menos las peleas entre ellos eran más normales que cuando estaba el que se escapó: este último a la hora que se peleaban por algo le ponía la pata en el pecho a su rival. Pero el nuevo inquilino era más pequeño que mi "protegido", así que era difícil que hiciera algo semejante. Felizmemte la fiesta se llevó en paz por muchos años. Falta espacio, memoria y tiempo para relatar todo lo que vivimos con ellos, pero en la siguiente entrada trataré de resumir los momentos más memorables.

1 comentario:

  1. muy buwno a mis pihuichos lo tengo encerrado
    lo voy a sacar
    ya k se se estresan primera vez k cuido aves ya bueno tengo k hacerlo si o si

    ResponderEliminar