lunes, 19 de octubre de 2009

El Silencio

Quien haya leído alguna de las anteriores entradas podría confundirse y pensar que como me decían "el mudo", esta entrada trate de los largos años de silencio de mis épocas de colegio. Tampoco es que nunca hablara, pero lo hacía muy poco (a veces más vale calidad que cantidad). Pero esta entrada no trata de ello si no de la playa "El Silencio", la cual conocí por primera vez allá por los años ochenta cuando yo todavía era bastante pequeño. Me falla la memoria, pero por la foto calculo haber tenido entre 8 y 11 años aquella primera vez.

Cuanod niño, con mi familia solíamos ir a la playa "La Herradura" de Chorrillos los días de semana. En esos años la playa era muy presentable y el mar estaba limpio, así que era uno de los puntos obligados en verano. Los fines de semana, domingos principalmente nos íbamos hasta el balneario de Santa María, varios kilómetros al sur. Mis principales recuerdos de veranos infantiles evocan ambas playas. Santa María me gustaba bastante porque aprendí a impulsarme con las mismas olas y si el mar no estaba muy movido, podía meterme bien al fondo sin mucho peligro. Sabía nadar pero no era un experto como para meterme cuando había bandera roja. Santa María fue mi campo de juegos de fines de semana, iba con mis primos, con mis amigos. Hacíamos castillos, jugábamos con camiones y carros de juguete, recoletábamos machas cuando era temporada, nos entérrabamos en la arena y todas las otras cosas que nos permitiera inventar la imaginación.

Me gustaba tanto estar en el agua, que mi papá o mamá tenían que venir a buscarme y exigirme que salga del mar. Como no me gustaba salir, la señal convenida era que apenas tuviera las manos arrugadas era hora de salir. En otras palabras, si mi madre quería que salga del agua y yo quería un ratito más, me pedía que le enseñe las manos. Y al verlas yo mismo tan arrugadas, no me quedaba lugar a discusión: era hora de salir. Lo que más odiaba eran las malaguas que aparecían por febrero. Siempre me decían que me aleje porque picaban. No le veía la lógica, al ser una especie de gelatina no lograba entender como lo picaban a uno, sospechaba que tendrían una especie de pico debajo que no se podía ver así no más. Años después me enteré que botaban cierto líquido o sustancia que causaba escozor al entrar en contacto con un cuerpo extraño, es decir, un brazo, una pierna, etcétera. Tuve la suerte de que nunca me "picó" una. Quizá fue porque cuando era época de malaguas no entraba al mar así no más. Otra cosa que odiaba eran los revolcones, al estar mal parado ante una ola que venía con más o menos fuerza, era atropellado por esta. Y terminaba siendo llevado cual saco de papas, hacia la orilla por la ola hasta que se hacía más peuqeña, mientras yo me convertía en una mezcla de arena (la que se me metía en la ropa de baño y otros lares) y de agua que tragaba y se me metía hasta por las orejas.

Llegó el día en que las playas de Lima se volvieron inutilizables y sólo íbamos a Santa María. Y llegó el día en que Santa María no estaba tan utilizable. Parecía como si hubieran rastrillado toda la playa y nos repelía un olor extraño algo desagradable. Era como si hubieran echado masilla a la arena. Y al querer quitársela se habúa vuelto pegajosa. Y lo otro es que nuestra economía bajaba y la entrada a la playa subía. Llegamos a pagar 10 soles por entrar con nuestro viejo carro, pero cuando subieron la entrada a 20 soles ya nos parecía un exceso así que empezamos a buscar nmuevos horizontes.

Y por datos de amigos dimos con la playa "El Silencio". Algunas cosas me llamaron mucho la atención: la arena era mucho más gruesa que en otras playas, lo que faclitaba el poder sacársela del cuerpo. Era mucho menos incómodo que en las otras playas. Y en toda la playa había montones de conchitas de todos los colores y tamaños, lo que se convirtió en un hobbie: coleccionar conchitas enteras de todos los colores y todos los tamaños. Podía pasar horas buscando alguna nueva en toda la playa. La arena era blanca y el mar parecía ser azul, en contraste con la misma. Habían poquísimos carros, la entrada era una rampa de afirmado (medio peligrosa pensaba ya pues en ese tiempo no había siquiera una barrera de contención para los autos). Hablando del mar, la orilla era bastante empinada y la única ola que podía verse era en la misma. Parecía una gran taza de agua, si uno superaba la ola de la orilla y sabia al menos flotar, ya que detras de la ola no había piso. Como yo ya sabía nadar, podía pasar buen rato balanceándome con los tumbitos de la ola que iría a morir en la orilla lo cual era muy relajante.




En esos años habrían dos o tres quioscos donde vendían comida marina. Y la playa era blanca, grande y limpia. Al no ser muy conocida no iba mucha gente. He sido testigo de cómo con los años y la cantidad de gente que empezó a ir, la playa ya no es la misma. Al menos, desde las últimas veces que fui hace muchos años, siempre la encontraba con restos de muchas cosas, era imposible encontrar un sitio los domingos y eran conocidos los robos a granel de objetos personales. Me da pena que una playa que marcó parte de mi niñez se haya vuelto "inhabitable" por llamarlo de alguna manera. Puede que esté siendo injusto y que ya la hayan limpiado y arreglado y sea la misma que yo conocí hace más de veinte años (creo que un poquito se aprecia en la foto). Deseo mucho estarme equivocando...

No hay comentarios:

Publicar un comentario