martes, 5 de noviembre de 2013

Mis Bicicletas (Parte I)

La primera movilidad que recuerdo haber tenido era un triciclo de plástico color rojo. Y que me gustaba la velocidad, iba lo más rápido posible en él. A muchos les asombraba que un niño de unos 4 o 5 años pudiera avanzar una cuadra rápidamente y con un solo lado del timón ya que el otro se rompió aunque nunca recordé cómo pasó. Y bueno, el secreto para avanzar rápido y seguro eran las rodillas y el usar hasta las manos para frenar en caso de extrema necesidad.

Pocos años más tarde, heredé de mi hermana su bicicleta la cual era roja y tenía rueditas así como una canastilla blanca delante del timón Debe haber sido de marca Monark o Mister, populares en esas épocas. Igual me avergonzaba salir así a la calle. Después de haber sido el rey del triciclo no quería salir a la calle con una bici para mujer y encima con rueditas. Yo ya era un adulto (así piensas cuando tienes 13 o 14 años y con tus acciones demuestras lo muy adolescente que todavía eres) y no saldría a la calle más que con una bici para hombre y sabiendo manejarla sin necesidad de accesorios ridículos.

La realidad se encargó de probarme que este aprendizaje sería tan duro como el piso de mi patio en el que me estrellé tantas veces. Es que no me era fácil mantenerme en la bicicleta sin que mis pies toquen el suelo. Quizá el haber sido un "experto" en triciclos hizo que me acostumbrara a tener tres ruedas y estar bien asentado y por tanto no necesitar hacer malabares para evitar que mi vehículo se caiga de costado. Mi patio no ayudaba ya que era largo y angosto y yo necesitaba poder dar curvas para practicar. Entonces mi mamá que se apiadó de mi (y de mis rodillas llenas de magulladuras por tanta caída) sugirió que practicara en la terraza de la casa. Es que en nuestro segundo piso había buena parte aún sin construir y el amplio espacio se prestaba para que yo pudiera seguir maltratándome mientras trataba de resolver la incógnita de poder andar derecho en la bici y sin los pies en la tierra. Tres meses después y cuando estaba a punto de renunciar a tan difícil empresa, logré mantener el equilibrio. Fue una emoción muy intensa: después de tanto golpe aprendí por fin a montar bici.

Faltaba ahora transformarla en bicicleta masculina. Mi papá se encargó de hacerla pintar de azul y de desinstalarle la canastita delantera. Cuando mis amigos del barrio vinieron a buscarme para salir a montar bici en grupo se rieron señalando a mi nuevo, flamante y repintado vehículo: "pero si es la bici de tu hermana!". Ahora entiendo la expresión "se fue como por un tubo". Eso pasó con mi orgullo en ese instante. Pero lo recuperé pronto pues resultó que a pesar de no tener cambios ni ser de carrera como la de mi hermano mayor, era bastante rápida así que fue solo cuestión de tiempo recuperar el orgullo perdido.

Cuando vendimos la casa y tuvimos que mudarnos a una mucho más pequeña nos vimos obligados a regalar y vender muchas cosas para liberar espacio. Si no me equivoco, entre ellas estaba mi bicicleta que ya había dejado de usar buen tiempo. Algunos años después me vi en la posibilidad de comprar una bici propia. Pero esa historia será motivo de otra entrada más adelante.

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