domingo, 5 de diciembre de 2010

Caídas Memorables

En realidad el título de la entrada debería llamarse "caídas vergonzosas" si me atengo al contexto de cada una. Y eso que no recuerdo todas pero una búsqueda minuciosa en mi memoria me hizo recordar dos de cuando era niño que me hicieron llorar a moco tendido pero no por el dolor de alguna parte de mi cuerpo si por el dolor de mi orgullo.

Para la primera de ellas no logro situar el año pero sí recuerdo que estaba bastante pequeño y que habíamos ido a visitar a una tía mía por parte de mi papá. No estoy seguro si era una casa con piscina o si la casa quedaba cerca al club que tenía una. Lo que sí recuerdo claramente es la advertencia de mi madre diciéndome que tuviera cuidado al andar al borde de la piscina, no fuera a ser que me resbale y me cayera dentro porque no había mucho piso y menos aún tenía ropa de baño pues estaba con ropa de calle ya que se suponía era una visita familiar. Como desde pequeño siempre fui curioso empecé a caminar alrededor de la piscina teniendo cuidado de no acercarme al borde. Como había sido utilizada hace poco tenía varios pequeños charcos al parecer de agua salpicada cuando mis primos lejanos se lanzaban a la gran masa de agua (debido a lo inmensa que me parecía debe haber sido una piscina olímpica).
En el último de los charcos y ya a un paso de terminar mi investigación de los alrededores de la piscina uno de mis pies patinó en el agua y terminé cayendo sobre el agua, pero no de la piscina sino del charco mismo causando tal explosión de gotas que terminé empapado. Cuando me llevaron al cuarto de uno de mis primos para que me prestaran ropa seca, la empleada que me ayudó no podía creer que no me hubiera caído dentro de la piscina debido a la cantidad de agua que exprimieron de mi ropa. En esa ocasión la empapada disimulo mis lágrimas: una mezcla de susto, vergüenza y humillación por lo torpe que fui. ¿A quién se le ocurriría poner un charco traicionero en mi camino?


Otra caída que recordé fue peor que la anterior pues esta vez tuve público masivo y fui el hazmerreir de la tarde... Acabábamos de llegar de un largo paseo en el carro verde palta (ver entrada "Largos Paseos, Terribles Canciones") y mi hermano y yo decidimos ir al parque que quedaba a una cuadra y donde jugábamos partidos de fulbito. Como los que jugaban eran los grandes yo sólo iba a ver y mi hermano a jugar. Él llegó antes y yo que lo había seguido me encontré con que el parque había sido regado hacía poco y que estaba con barro por todos lados. Por ello empecé a caminar con mucho cuidado buscando partes que no fueran muy resbalosas. Lastimosamente me topé con la parte más deslizante de mi vida y aterricé de costado sobre el barro.
No sé cómo se me habrá visto pero las risas de todos los que me vieron caer fue lo que más me dolió y con lágrimas en los ojos y realmente molesto me regresé a mi casa. Como estando tan embarrado no era prudente entrar a la misma opté por irme a un bañito que había en el patio no sin antes tener que aguantar la risa de mi hermana a la que le pareció que podía hacerle competencia al monstruo del pantano... Afortunadamente pude dejar de reírse luego de un rato y me alcanzó ropa limpia pero ya no quise volver a salir de la casa y menos acercarme a ningún jardín o parque durante una semana como mínimo.

Las otras dos caídas vergonzosas fueron en bicicleta, una con la primera que compré y que fue producto del exceso de velocidad. Había salido ya casi de noche y me dirigía hacia el distrito de Miraflores por la ciclovía de la avenida Arequipa. Teniendo tantos años usando una bicicleta me había vuelto muy rápido aunque siempre cuidadoso. Pero esta vez aparecieron unos niños, serían cuatro o cinco en sus bicicletas y aparentemente haciendo carrera entre ellos. Cuando los vi acercarse decidí acelerar pensando en que quizá podían chocarse conmigo pero sospechando que en realidad lo que movía más rápido a mis piernas era mi orgullo. Como me conocía de memoria todos los huecos de la ciclovía, recordaba que por el distrito de Lince había uno bastante grande que después de pasarlo daba a una especie de grieta en la vereda por lo que normalmente bajaba la velocidad para poder pasarlo. Esta vez decidí aprovechar el impulso del hueco (era un desnivel) para pasar este y la zanja sin tener que reducir la velocidad. Y lo logré solo que al parecer la llanta trasera no salió a tiempo de la grieta y cuando seguí avanzando vi como mi timón se movía de lado a lado sin que pudiera controlarlo. Acto seguido me estampé en el piso. Todo pasó en pocos segundos y en unos segundos más pasaron los chiquillos que venían más atrás. Uno de ellos me miró burlón y preguntó socarronamente: "¿Te caíste?". Literalmente mi orgullo estaba por los suelos y el resultado fue mi mano izquierda vendada un par de semanas ya que la bicicleta y yo mismo caímos sobre ella.

La última caída que recuerdo fue hace poco más de un año. Tenía ya la bicicleta que la universidad me había reemplazado por la que me robaron y estaba acostumbrado a ir a trabajar a mi taller de tenis de mesa en Miraflores ida y vuelta en ella. El trayecto lo hacía en unos cuarenta minutos en promedio. Aquel día apenas salí del colegio empezó a llover y ya no podía regresarme y como estaba en short y con una casaca delgada e impermeable preferí seguir camino.

Consideraba peligroso manejar bicicleta bajo la lluvia pero afortunadamente la mayoría de las pistas son porosas y absorben el agua. De todas formas manejé más lento y con mucho cuidado ya que los carros también patinan con la humedad. Demoré casi una hora y entré por la puerta grande de mi universidad sin contratiempo. Recorrí la avenida principal lentamente, di vuelta hacia la derecha y en el último recodo al voltear hacia la izquierda ya para llegar a mi oficina olvidé que no debía presionar el freno al girar el timón. La bicicleta patinó, se fue de costado y la gravedad hizo lo suyo causando que cayera sobre mi brazo izquierdo. Antes de moverme repasé mentalmente todo mi cuerpo para estar seguro que no tenía nada serio mientras pasaba una secretaria de la universidad (suelen estar uniformadas) y cuando la miré me dijo "disculpe joven, yo no puedo levantarlo" y siguió su camino con paso aún más rápido. Un "¿estás bien?" habría sido suficiente. Cuando logré levantarme me di cuenta que estaba lleno de barro debido a la lluvia en el piso que acababa de visitar de muy cerca. Mi mano izquierda me dolía así que llegué a la puerta de la oficina, despeinado, embarrado y con el brazo izquierdo sujeto por el derecho. Los ojos de la chica que trabajaba conmigo entonces se abrieron a su máximo expresión y preguntó: "¿te han atropellado"?? Creo que esa era la mejor descripción de cómo me veía en ese momento después chocado directo y sin escalas con el cemento del piso. Me acompañó al servicio médico donde me vendaron el brazo y me dieron pastillas para el dolor. Cuando alcancé a mi amiga en la oficina que compartíamos me confesó que después de ayudarme a que me atiendan y cuando ya estuvo segura de que no tenía nada grave no pudo evitar reírse...