sábado, 1 de mayo de 2010

Lindos Paseos, Terribles Canciones

Los fines de semana, de preferencia los domingos solíamos ir al Country Club El Bosque en chaclacayo si era invierno o nos íbamos a la playa si era verano. En este último caso nuestro destino favorito era Santa María, una de las playas del sur (ya que en la semana íbamos a La Herradura, en ese tiempo aún limpia y sin un mar pestilente).

Nuestro vehículo era un Plymouth Valiant del 68, es decir, un lanchón color verde claro en el cual cabíamos los seis integrantes de la familia: mis dos padres, mi hermano, mi hermana (ambos mayores que yo), mi abuela (si no se sentía mal de salud que era lo habitual) y por supuesto yo. Los viajes a la playa los sentía menos largos que al Bosque, quizá porque había menos tráfico o de repente por una errada percepción de tiempo. O de repente porque a Chosica era de subida y a la playa de bajada y nuestro auto (bautizado años después como "La Palta") no era muy veloz que digamos.



En cuanto a la playa, nuestra indicación era un gran pino que había al lado derecho de la carretera. Esa era la entrada a Santa María y siempre sospechábamos que el día en que ese pino no estuviera no sabríamos cuál era nuestra entrada. Varios metros de camino nos llevaban a la pequeña caseta de pago. Recuerdo que no era muy caro y que dejamos de ir cuando el costo de S/.20.00 soles nos parecía un robo tan solo por poder estacionar cerca a la playa y no tener seguridad alguna. Como difícilmente encontrábamos lugar para la "Palta" cerca a la playa, solíamos estacionar el auto arriba, cerca a los edificios en la zona residencial, cuidando de no estorbar ningún estacionamiento y bajábamos unas muy largas escaleras para poder acceder a la playa. Mientras íbamos bajando tratábamos de ver por donde había algún sitio libre, como la playa era bastante grande siempre hallábamos dónde instalarnos con sombrilla, banquito (que alguna vez papá rompió con su peso), toallas y los indispensables cooler y gran termo con los sánguches y el refresco que serían nuestro almuerzo.

El regreso sería algo tortuoso: después de un día de sol y relajo teníamos que regresar al auto. Es decir, subir por la maravillosa escalera que nos llevó a la playa. Una cosa es bajar por ella con ayuda de la gravedad y con un destino apetecible como bañarse en el mar, dormir al sol, y divertirse y algo muy diferente es estar totalmente relajado y mirar un promedio de 80 escalones con 2 descansos, cargando maletines, sombrilla, cooler, etcétera hasta llegar al auto que nos llevaría de vuelta a casa. Claro que más agotador sería para mi padre que debía manejar de regreso hasta Lima. Entonces, para evitar dormise cantaba durante el camino de regreso. Esto ocasionaba sentimientos encontrados en sus nosotros, sus tres hijos. Obviamente no nos convenía que se quedara dormido para poder llegar todos sanos y salvos a casa, pero tampoco nos dejaba dormir a nosotros durante el regreso así que terminamos odiando que cante. Lo más desesperante era que cantara siempre las mismas canciones que estaban bastante pasadas de moda. El solía decir que las canciones de nosotros sólo tenían un compás y que eran muy simples (¿facilistas?) y que eso no era música (¿me escuché a mi mismo decir lo mismo de cierta música actual?) porque la que el cantaba tenía 2 compases o más. Teniendo en cuenta mi edad y mis pobrísimos conocimientos de música (hasta ahora) sus respuestas me sonaban a una especie de spanglish mezclado con esperanto, es decir, no entendía nada.

Igual era cuando regresábamos de chosica: mi padre necesitaba cantar de regreso. Nnca escuché una sola de esas canciones en radio si no años después en algún karaoke cuando alguna persona mayor evocaba canciones "del ayer". Puedo decir que aún hoy me sé de memoria la letra de alguna de esas canciones, no sé si mi memoria privilegiada no me deja olvidarlas o las escuché tantas veces que se quedaran grabadas como cn fuego. Mi hermana y yo urdimos un plan para evitar aquellas canciones que nos parecían tan lastimeras como anticuadas: decidimos cantar nosotros. Siguiendo la máxima "si no puedes contra ellos, úneteles" empezamos a cantar nosotros durante los caminos de regreso. Nuestra canción favorita era "Me pongo a pintarte" de Guillermo Dávila. No estoy si favorita o es que era la única de la que sabíamos la letra ya que era la canción de una novela protagonizada por el mismo Guillermo Dávila. Y hay que ser sinceros, cantábamos demasiado mal. Cuando nos cansábamos era mi padre quien empezaba sus cantos. El objetivo parecía ser siempre el mismo, todos íbamos despiertos durante todo el camino. Los mejores regresos siempre fueron aquellos en que habíamos tenido tanta actividad física que despertábamos en el auto, ya guardado en el garage de la casa, donde nos habían dejado aún sospecho que para que no intentemos volver a cantar o por pena de interrumpir un sueño tan reparador.