miércoles, 4 de noviembre de 2009

El Arquero (2da parte)

Como dice en "El Arquero" (primera parte) esa fue la historia en mi propio barrio, el que describo al final fue uno de los últimos partidos que recuerdo ya que pronto dejaría de frecuentar a esos amigos. En el colegio la historia fue muy diferente: era malísimo y nadie me escogía nunca para jugar. Y era un alivio, tampoco quería yo hacer el ridículo. El problema era educación física, todos tenían que jugar cuando tocaba fulbito, así tuvieran dos pies izquierdos como yo. Recuerdo que el profesor hacía los equipos y así me encontré jugando uno de mis primeros partidos. En algún momento, en que jugaba en no se qué posición, pateé la pelota no sé en qué forma y la pasé a no sé quien. Resultó que el balón pasó entre uno y otro rival y uno de nuestros delanteros metió un golaso. Una jugada maestra, un pase gol, una revelación. El único que no sabía que había pasado era el autor de semejante pase "magistral" según el más emocionado de mis compañeros de equipo.

La escena se volvió a repetir en el partido siguiente, por lo que el profesor me empezó a decir "el capitán", en otro momento me decía que daba pases como Chumpitaz. Yo estaba totalmente seguro de que se burlaba de mi. Mi expresión de desconcierto en el rostro debía ser muy elocuente para que nadie se diera cuenta que todo era pura cuestión de suerte. Poco después empecé a jugar como siempre: mal. No le daba a la pelota, fallaba los pases, me daba miedo marcar y que me marquen. Es decir, una nulidad. A pesar de todo, el año siguiente terminaría participando en los juegos intersecciones del colegio. En realidad yo fui a jugar tenis de mesa, pero los de mi salón estaban incompletos para el fulbito y me pidieron que los completara. Les expliqué que yo era muy malo para jugar y que si algo podía hacer, quizá podría ser como arquero. Total, en mi barrio jugaba y no lo hacía mal en esa posición. Pensé que era un sabia decisión probarme pateando al arco, y la tapé con el muslo, o mejor dicho la pelota me rebotó allí. Creo que la decisión no fue tan sabia, porque después de ello fui "aprobado" como arquero del improvisado equipo. Me comí la primera goleada de mi vida arquerística... Lo único que abona en mi favor es que teníamos un jugador menos, así que la vergüenza no fue tan fatal. Otro detalle en el que reparé poco después es que los arcos con los que jugaba en el parque de mi casa constaban del poste del aro de basket y una piedra. En el colegio teníamos arcos de fierro, es decir, normales. No estaba preparado a tapar por alto. Entonces cada disparo por allí se convertía en gol.

Los otros partidos ni me asomé por la cancha, me daba mucho miedo que pusieran de nuevo a tapar, asi que me dediqué al único deporte que según yo dominaba. Pero el orgullo quedó herido, quería reinvindicarme. Me sentía mal de no poder tapar como en mi barrio, pero no sabía lanzarme o volar, como veía hacerlo a los arqueros en los mundiales de fútbol ni tenía cómo. Como soñaba con volar como arquero y mi cuarto (que compartía con mi hermano) era muy grande, lanzaba una media por encima de la cama y me tiraba a desviarla como si fuera la pelota. Mi hermano, que sí era muy bueno con el balón empezó a jugar conmigo en el garage de mi casa, el pateaba y yo debía lanzarme como sea a atajar el balón. Pero el mejos golpe de suerte fue que un buen día, nunca sabremos porqué, vinieron un montón de jóvenes y pusieron en la cancha de nuestro parque dos arcos de fulbito. Y fue allí donde empecé a tapar mejor. Fue con esos arcos que jugamos el último partido que jugué con los amigos del barrio y fueron esos arcos los que me ayudaron a saber donde pararme y qué lado era el más fácil para lanzarme con la mano extendida o estirar el pie hacia el otro lado.
Ya me consideraba preparado para jugar mi último intersecciones del colegio en quinto de media y hacerlo de manera más digna que la última goleada. Y cuando el gran y esperado dia llegó terminé jugando el campeonato intersecciones de voley masculino... Pero esa es otra historia...