viernes, 18 de septiembre de 2009

El Arquero

Ya he mencionado que de pequeño era una calamidad en la mayoría de deportes que practiqué, salvo el tenis de mesa que era lo único en lo cual destacaba en el colegio, aún sin ser muy bueno. Dónde peor me iba era en fulbito: veía como mis amigos del barrio sabían llevar, hacer amagues, dominar el balón... yo ni siquiera sabía darle dirección con el pie. No tenía mucha idea del juego en equipo, ni la fuerza con la que debía patear la pelota. A veces pensaba que debí decirle a mi papá que perdía el tiempo llevándome a jugar al parque... ¡nunca aprendí nada! A pesar de ello igual jugaba con mis amigos del barrio, supongo que no se molestaban mucho porque ya estaban advertidos de como jugaba yo. Al poco tiempo aparecieron los chicos "del otro barrio" con los que aprendí lo que se denominaba rivalidad. Empezamos a jugar partidos de fulbito contra ellos, pero nunca nos juntábamos: eran los enemigos, los rivales, los contrarios, sólo nos reuníamos en la cancha. Pronto mis amigos se dieron cuenta de que si me mantenían en la cancha, perderíamos las batallas futbolísticas... así que la única solución para lograr el ansiado triunfo era que yo no jugara. Como todo contratiempo, este vino acompañado de una oportunidad: nadie quería estar en el arco, para todos era el puesto monse, una ofensa que lo manden a la última línea. Los que jugaban bien no debían tapar, por lo tanto era evidente que el arco sería mío.

La cancha del parque se convirtió en mi nuevo centro de prática. Esta vez no sería crudamente lanzado por los aires en un tatami sino que sería yo quien me lanzaría hacia el balón. Debía tener reflejos muy rápidos para poder interceptar el esférico. Si podía darle a una pequeña bolita que venía a veces a más de 70 kilómetros por hora con una pequeña raqueta, sería mucho más fácil interceptar un balón mucho más grande. El tenis de mesa, el judo y el basket (de pequeño tenía muy buena puntería) me ayudaron mucho y al poco tiempo me convertí en el dueño del arco. Nadie más quería tapar, y como yo era medianamente eficaz, y obviamente quería hacerlo, me convertí en el arquero del equipo. Antes que ser un peligro para mi propio equipo si salía a jugar, era mejor que estuviera en la línea final. El último recurso para evitar la caída... claro que también a quien poder echar la culpa de alguna derrota final... ante eso y no jugar, elegí lo último.

Poco a poco se fue sumando más gente al barrio, nosotros crecíamos y crecía el grupo. Sin embargo no todo fue felicidad, hubo momentos difíciles y algunos muy desagradables. El que más recuerdo fue uno en especial, debido a que me pareció abuso y cobardía casi al mismo tiempo: algunos de los que se unieron al grupo habían sido antes "del otro barrio", por lo que quizá habría quedado cierta rivalidad. Entre ellos se encontraba F.M. que decían había sido campeón de tae kwon do y que era cumplidor en la cancha de fulbito. Me tocó jugar contra su equipo una tarde de semana. En una de las tantas jugadasm me lancé y corté uno de sus disparos, al levantarme y lanzar la bola a uno de mis defensas quedé a la espalda de F.M. quien me aplicó un artero codazo a la mandíbula. Más que el dolor sentí cólera, no le había hecho nada, ni dirigido la palabra para que me agreda. Mi indignación se trasladó a mi pierna derecha que se estiró casi automáticamente y se instaló en su cuarto trasero (que por poco no cayó en la parte más dolorosa de cualquier hombre). Ante esto el volteó furibundo, mientras yo retrocedía medio asustado. Se me acercaba diciendo algo así como "te voy a..." y no pude escuchar lo siguiente pues me aplicó un golpe en la cabeza (nunca supe si fue un puñetazo, una cachetada o fue mi imaginación). Lo cierto es que mientras esos eternos segundos se sucedían sentía como me iba llenando de cólera y poco a poco se empezaba a ir el miedo. Sentí mi mano como un puño y cuando dejé de retroceder, se acercó G.F. a "separarnos". Mi única reacción fue retirarme. Pocos se dieron cuenta de qué sucedió, y les pareció muy extraño que me fuera con los ojos rojos (de importencia y sobre todo de cólera).

Ese mismo día jugaba el JAO (equipo de los mayores del barrio) en el campeonato de fulbito del Carmelitas y como siempre, los menores íbamos a verlos jugar y a hacerles barra. No quería ir aquel día porque sabía que irían todos mis amigos, sobre todo con los que jugué más temprano. Mi padre me convenció de ir, me dije a mí mismo: por un tonto abusivo no iba a perderme el ver los partidos así que decidí ir. Cuando llegué me llamaron varios de mis amigos, estaban sentados en un gran grupo en las tribunas de cemento. Cuando me acerqué y quise irme hasta arriba todos se movieron de tal forma que el único sitio para sentarse era al lado de F. M. el golpeador, quien se disculpó, aunque me pareció poco sincero. He de reconocer que al menos hizo el esfuerzo. Al medio tiempo aproveché para ir a comprar bocaditos y cambiarme de sitio. Uno de mis amigos más cercanos me contó que su hermano mayor (que era una mole) se extrañó de que me fuera y de que F.M. le había dicho que yo lo agredí primero. Ante esto se molestó, pues cualquiera que me conozca bien sabría que soy incapaz de agredir a alguien, y menos sin razón alguna. Por eso F.M. fue obligado a ir al partido de ese día y a disculparse. Ante alguien que le doblaba el tamaño era difícil negarse. A la semana siguiente, gracias mi sensible oído me enteré de algo que no me gustó nada: G.F. le comentaba a otro chico que había llegado a tiempo de detener la "casi bronca" porque se dio cuenta que mi mano se estaba convirtiendo en un puño y que ver mi expresíón en ese momento hasta le había dado miedo. Me pareció de lo más cobarde, yo era flaco, chato y por lo tanto bastante débil. ¿Acaso un ex campeón de tae kwon do, más grande y más fuerte que yo, necesitaba que lo protejan de mí? ¿Y qué expresión me habrían visto? Me quedé con la duda, pero resolví no juntarme más con ellos por lo que dejé de salir a jugar al parque.

Pasaron cerca de tres semanas en que mis amigos más cercanos me visitaban en casa y jugábamos tenis de mesa o a cualquier otra cosa. Sabían porque no quería salir a jugar, pero también sabían que no me molestaba que ellos lo hicieran. Ellos me avisaron que se había pactado un partido con la gente "del otro barrio" que tenía ahora refuerzos. Y necesitaban un arquero. Mi expresión fue elocuente, no taparía, no pensaba jugar con personas que consideraba desleales. Durante una semana no me dijeron nada sobre el tema. Pero el día del partido, en la mañana tocaron el timbre y mi madre me fue a buscar con una sonrisa pidiéndome que salga a la puerta. Mi sorpresa fue grande: ¡estaba todo el equipo, con suplentes incluidos! No podían jugar sin arquero y a pesar de que sabían que yo no era infalible harían todo lo posible por evitar que pateen a mi arco, pero sin un arquero (sin mi) no podían intentar ganar. Me necesitaban. Y me sentí necesitado, ante semejante muestra de confianza cedí. Les pedí que no me critiquen si no lo hacía bien, ante lo cual prometieron "blindar" mi arco y que tan solo me esforzara al máximo.

No recuerdo si me metieron goles o no, recuerdo que ante la primera barrida, algunas de las chicas (hermanas de mis amigos) empezaron a corear mi nombre, lo cual me sorprendió y agradó a la vez. Era un estímulo adicional al de sentirme necesitado por ser un arquero regularón. Lo que sí recuerdo es que ganamos y salí de la cancha con una sonrisa de oreja a oreja, con la vieja satisfacción del deber cumplido.