viernes, 20 de marzo de 2009

Tenis de Mesa: Los Inicios

El cambio de primaria a secundaria no fue tan chocante como me lo habían pintado. Me decían que mucha gente desaprobaba los cursos porque el nivel era distinto. Que como ya éramos mayores los profesores eran más exigentes. Nunca pude comprobar ello, la única diferencia, al menos para mi, era que el recreo se desarrollaba en un patio infinitamente más grande y que en ese mismo lugar vería más broncas de las que había visto en toda mi etapa primariosa. Se dice que esto se debe al cambio de edades, que uno empieza a pasar de la infancia a la pubertad y entonces experimenta un ansia de rebelión que se revela mediante algunas manifestaciones tales como el portarse mal o pelear con otros compañeros. En mi caso, no sentí nada de ello ni lo necesité para sentirme algo mayor.

En realidad me sentía menor, debido a mi tamaño no muy auspicioso. Seguía siendo uno de los primeros de la fila (la que se ordenaba por tamaño, del más pequeño al más alto) y seguía pareciendo de primaria. Sin embargo comencé bien los cursos. El recreo fue mejor ya que había mucho más espacio para jugar a lo que fuera. Pocas semanas después de iniciadas las clases, se nos explicó que podíamos "postular" a diferentes selecciones deportivas del colegio y que ello haría que tuviéramos mejores notas en educación física. Era una gran oportunidad para mí ya que parecía evidente que reprobaría ese curso. Me cansaba muy rápido, no tenía fuerza y era un poco descoordinado. Pero todo ello desaparecía cuando jugaba tenis de mesa. Quizá porque aprendí desde pequeño con muy buenos entrenadores en la que fue la Federación Peruana de Tenis de Mesa. Yo nunca lo supe pero me decían que estuve en la pre selección nacional. Yo aún tengo mis dudas ya que era mi hermano quien me llevaba y entrenaba al lado de él. Los dos profesores que me enseñaron fueron el Profesor Vega, hoy apodado el "Teacher" y el desaparecido Profesor Montoya. Éste último era flaco y renegón y me daba algo de miedo, pero era reconocido como muy buen entrenador. Una vez se asustó porque me hizo llorar: en un descanso se acercó donde yo estaba de espaldas y quiso hacerme cosquillas con tan mal tacto que me hizo doler las axilas hasta el llanto. El esperaba que me riera, por eso recuerdo su expresión de desconcierto al ver mi reacción. Quizá por ello nunca usó su famoso "chocolate" conmigo. Este era una barra larga de metal, de color marrón que apoyaba debajo de la net. Cuando alguien se portaba mal o fallaba demasiado un golpe o un efecto o lo que fuera, la sacaba y le pegaba en el trasero. No de forma que hiciera llorar o quedara marcada esa parte. Pero sí de forma que uno no quisiera volver a fallar nunca más.

Parte de mi infancia se convirtió en ir a entrenar al estadio. Lo único que odiaba era tener que correr la vuelta al mismo ya que nunca podía completarla sin caminar la última parte. Lo que más me gustaba era el famoso "té helado" del Señor Uribe. No eran pocos los que optaban por este refresco sobre todo en verano. En ese tiempo entrenaban también Yahir y Walter Nathan y Eliana Gonzales del Riego entre otros. Obviamente yo no entrenaba con ellos, pero siempre era un placer verlos jugar. Mi hermano sí pertenecía a la selección, o al menos eso creía yo. Sabía que había ganado un ranking importante y que se iría de viaje (si mal no recuerdo a Brasil) cuando se enfermó de hepatitis. Como era él quien me llevaba a entrenar (es bastante mayor que yo), todo el mes que duró el mal, no pude ir más. Cuando él quiso volver, ya no le dejaron entrenar como antes. No sé que sucedió pues yo era aún muy pequeño. Lo que sí recuerdo es que la última vez que fui a la Federación siendo un niño habían llevado a un entrenador chino que nos había visto jugar antes. Este nos obsequió a mi hermano y a mí un pin a cada uno. Tenían forma de rombo y mostraban una raqueta sobre una mesa al lado de una bolita. Hasta hoy conservo el mío en una cajita. Luego de ello dejé de jugar por varios años hasta que pasé a secundaria.

martes, 3 de marzo de 2009

Mi Primera Metida de Pata

Siempre he sido desconfiado, quizá por eso también era tan callado y rara vez hablaba de mi o de mis cosas. Y menos aún acerca de mis gustos. Y obviamente, nadie se enteraría jamás de qué chicas me agradaban cuando era adolescente. "Cualquiera de las chicas del barrio estaría contigo" me decía un amigo y yo no le creía. En ese tiempo no tenía como saber si tenía lo que llaman "jale" con las mujeres. Y siendo tan callado era difícil conocer a alguna de las pocas chicas que me gustaban o que ellas me conocieran más a mí. Y sí habían varias chicas que me gustaban, pero no sentía ese interés por conocerlas aún más.

Hasta que conocí a P. Ella era vecina de un amigo mío que vivía en el segundo piso de un edificio en mi misma cuadra. Ella me parecía muy agradable, muy educada, siempre nos saludaba con una sonrisa cuando nos cruzábamos. Muchas veces la veía sacar a pasear a su perro: un pekinés muy gracioso que siempre andaba con un moño en la cabeza. También me llamaba la atención lo bien que se llevaban sus padres. Para haber pasado la base cuatro como mínimo, ellos siempre salían a pasear abrazados o de la mano. Daban la impresión de ser más una pareja de enamorados adolescentes que dos esposos con una hija adolescente. Ellos fueron un ejemplo para mí de lo que me gustaría lograr en el futuro: una pareja estable y duradera con quien la pasión no se desgaste con el tiempo. Es decir, me gustaba toda la familia, pero eso nadie más lo sabía ni lo sabría.

Un día mi amigo me preguntó a quemarropa: "¿a ti te gusta P.?". Como jamás lo iba a admitir debido a mi proverbial timidez y oportuna reserva dije lo primero que se me vino a la cabeza: "es igualita a su mascota". Mi amigo sonrió y no dijo nada, pero dentro de mi sentí que había metido las cuatro patas. Se me había venido a la cabeza la frase que dice que las mascotas se parecen mucho a sus dueños, y esta mascota me parecia muy linda. Era la única forma en que se me ocurrió disfrazar semejante secreto. Temí que mi amigo se le contara mi respuesta a ella, pero siendo mi amigo, dudaba que lo hiciera. Mi duda quedó despejada cuando me invitaron a su fiesta de cumpleaños. Para no tener mucha confianza, me pareció más que agradable que me invitaran. El día de su fiesta fue muy divertido hasta que conocí a su amiga C. mejor dicho, ella me conoció a mi. Aquella noche fue el primer día en que me sentí como un juguete o como una propiedad de alguien. A pesar de que no sabía bailar ella me sacó a bailar... y prácticamente no me dejo sentarme el resto de lo que duró la fiesta. Cuando ya estaba extenuado, ella seguía jalándome y diciéndome que solo bailaría con ella. Debo ser justo y decir que era muy bonita, pero después de todo el zamaqueo, sólo pensaba en estrangularla. Pero como obviamente no lo podía hacer, salió a mi rescate la abuelita de P. con una frase algo así como "ya déjalo tranquilo", que significó mi liberación y prácticamente mi huida hacia mi casa dejando atrás a P. con una sonrisa enigmática.

Algún tiempo después otro amigo del barrio hizo una fiesta de disfraces en su casa, no recuerdo si era por carnavales o por Halloween. Llegue un poco tarde y me agradó mucho cómo habían decorado la casa donde era la fiesta. Y había bastante gente. Me di cuenta que había una chica disfrazada de payasita que no dejaba de mirarme. Y la verdad es que me gustaba mucho y me sorprendía que alguien me mirara tanto. Como nunca me acercaba mucho a una chica que no conociera, me costó una guerra interior el convencerme de acercarme y hablarle. Así que armado de valor me acerqué y le pregunté si deseaba salir, a lo que accedió inmediatamente. Lo primero que se me ocurrió fue pregntarle su nombre... y me respondió mirándome entre divertida y con cierta pena: "Christian, pero si soy P." En ese momento me sentí como el ser más idiota del mundo y no dije una sola palabra más. Solo seguimos bailando hasta que acabó la canción y me fui a buscar algo helado que tomar. De ahí vi que la sacaron a bailar y ya no me atreví a hacerlo más. "Debe creer que soy un tarado", pensé. Y poco rato después me fui a casa.

La última vez que vi a P. fue años después en el matrimonio de la hermana de un amigo común. A primera vista no la reconocí: había crecido mucho y se había convertido en toda una señorita y muy atractiva por cierto. Cuando la saludé comenté: "cómo has crecido...vyo te dejé así" haciendo una seña con la mano de cuando era más pequeña, a lo que ella respondió: "y yo también te dejé así" haciendo la misma seña; lo que me pareció una forma de hacerme entender o lo ridídulo de mi comentario o que realmente ambos habíamos crecido mucho. Esa fue la última vez que la vi. Y quizá haya sido mejor porque según me doy cuenta después de escribir todo esto, las pocas veces que hablamos, fui un desastre, así que no sé que impresión se habrá llevado de mi en el largo tiempo en que nos conocimos tan poco.

P.D.: a veces es mejor que te hablen y te pregunten sobre ti, que empezar a hacer preguntas uno mismo. A veces ello te puede traer muy gratas sorpresas...