viernes, 27 de febrero de 2009

Toreros en Primaria

Estando ya en cuarto año de primaria y siendo de los mayores del colegio (el resto de años se cursaban en el ya famoso local de Miraflores) yo seguía pareciendo menor que los del año anterior. Mi constitución física no ayudaba mucho. Comenzaba a ver broncas más seguido, entre compañeros de diferentes secciones y era consciente que yo nunca podría aguantar semejantes peleas. Pero sabía también que era difícil que alguien discutiera o peleara conmigo pues yo hablaba muy poco. La violencia siempre me ha atemorizado, siempre he preferido alejarme o tratar de prevenirla. Durante este último año, el tal Bustamante que quería pelear conmigo desde el primer grado, había prácticamente desparecido, para alivio mío.

En este año, se hizo amigo mío A. A. quien era tildado de "maricón" por varios compañeros, sobre todo los que yo catalogaba como "matones": aquellos que sostenían broncas y que eran los que mandaban (o eso creían), eran los más grandes, rudos y los que más abusaban del resto. Afortunadamente nunca tuve problema con alguno de ellos, es más, con el tiempo me hice amigo de varios dándome cuenta que mi primera impresión, en ese tiempo, no necesariamente había sido la correcta. A mi amigo A. A. le gustaba mucho llamar la atención, razón por la cual era castigado frecuentemente. Uno de estos castigos consistía en sacar a estos "muchachos malcriados" y pararlos delante de toda la clase (éramos más de 40 por salón). Y A. A. era infaltable en estas ocasiones donde se divertía volteándose los ojos delante de todos o haciendo diferentes muecas. Cuando el profesor de turno se daba cuenta, el jalón de patillas era inevitable (mientras más lo levantaban de la patilla más se reía él). Un día A. A. me rogó que le preste un cuaderno de alguno de los cursos, pues como de costumbre, no estaba al día. Después de pensarlo bastante, se lo di, ante lo cual me dio unas efusivas gracias y prometió traerlo al día siguiente. Cuando me lo devolvió me dijo: "tú sí eres un buen amigo". Al abrir mi cuaderno me turbó el ver que las páginas estaban rayadas con tinta negra y algunas tenían palabras bastante ofensivas. En la última habían cuatro iniciales. Me miró sorprendido y asustado, explicándome casi llorando que él no había hecho eso. Y tenía lógica: siendo yo el único del salón que lo ayudara, hubiera sido más que tonto malograr lo que le prestara. Entonces recordé que no le había puesto mi nombre al cuaderno y que éste había estado en su mochila. Era evidente: el culpable creyó que el cuaderno era de él y terminó rayando el mío. Fuimos ambos donde el profesor, el que astutamente buscó en la lista del salón el nombre que coincidiera con las iniciales. ¡Bingo! Había sólo uno, así que llamó al alumno respectivo y le preguntó si él había rayado ese cuaderno. Él dijo que no... y ahí quedó el asunto. A. A. nunca más me pidió un cuaderno prestado. Al año siguiente me enteré que lo cambiaron de colegio, aunque algunos decían que lo habían botado... por mala conducta.

Cuando nos tocaba clase de arte, muchas veces teníamos que construir cajas con palitos de helados, hacer dibujos, o confeccionar tarjetas de saludo, entre las pocas cosas que recuerdo. Pero si sé que lo que más odiaba tenía que ver con lo que constara en cortar, pegar, o doblar cosas (es decir, todo lo que hacíamos en esa hora). No es que no me gustara realemente, si no que mi inhabilidad terminaba colmándome la paciencia. Nunca pude pegar los palitos de helado para formar una caja ni forma alguna. Siempre fui un desastre dibujando, salvo que se tratara de figuras geométricas (una regla puede hacer maravillas) y ni que decir del origami. Siempre me gustó el olor de la goma y del terocal, pero no podía evitar que se me quedaran pegados en los dedos durante horas en que me los lograba sacar de a poquitos. En resumen: terminé odiando todo el rubro de manualidades y mi propia torpeza a la vez. Lo único que me salió estupendo una vez fue un dibujo de un pirata que copié de un libro de Emilio Salgari. Ahí me di cuenta que era malísimo dibujando pero muy bueno copiando dibujos (el pirata suena bastante sugestivo).

El profesor de este curso de Arte fue el único que me cayó muy mal en primaria ya que me pareció alguien muy injusto: cada cierto tiempo debíamos presentar nuestros cuadernos del curso, ya que eso nos daba una nota adicional si es que estábamos al día. Yo hacía poco había comprado uno nuevo (aún recuerdo la figura de torero de la portada) y había estado pasando allí los apuntes del curso que tenía en borrador. El profesor decía que si no estábamos al día mejor no presentemos nada. Como yo escribía rápido, el día anterior había pasado en limpio todo lo de su curso, razón por la cual aparecía todo con el mismo tono de tinta y en un cuaderno completamente nuevo (lo había comprado el día anterior). Al ir a presentar mi flamante cuaderno, el profesor me dijo: "acabas de pasarlo, ese no es tu cuaderno" y asumió que estaba haciendo trampa por lo que me puso me puso una linda anotación: "desaprobado por mentiroso". Regresé a mi carpeta furioso por lo injusto y por que no había podido reaccionar para reclamarle nada. Pero me prometí que ello no se quedaría así, había malogrado mi cuaderno y encima difamándome. En la siguiente presentación de cuadernos presenté el mismo, con todo lo del curso hasta entonces. Me miró entre molesto y sorprendido y yo le devolví la mirada. No sé si habría llegado a ver la furia en lo profundo de mis ojos, pero lo cierto es que me puso más nota de la que yo creía merecer. El siguiente año volví a tenerlo como profesor, y en la primera presentación de cuadernos fui con uno que tenía una portada de torero... Ese fue uno de los cursos que pasé con mayor nota ese año.

P.D.: cuando dos personas que se quieren, se comprenden, e incluso comparten la visión de un bello paisaje, ni la fuerza de un gran viento muy frío podrá hacerlos retroceder. Y ambos saben que ésta es sólo la primera vez de muchas...

sábado, 21 de febrero de 2009

"Tú Eres Diferente"

No recuerdo con exactitud cuándo fue que nos volvimos muchos en el barrio, debe haber sido entre los 12 y los 14 años. Éramos un grupo grande de amigos los cuales vivíamos en la calle Juan del Carpio en San Isidro y alrededores. Sólo recuerdo que mi primer amigo de allí fue el hermano de una amiga de mi hermana y así empezamos a jugar juntos y frecuentar nuestras respectivas casas. Y desde allí fue creciendo el círculo de amigos. Nos veíamos sobre todo en los veranos, cuando jugábamos fulbito (y yo todavía creía que jugaba bien) o a las escondidas o a lo que se nos ocurriera.

Como coincidíamos en verano, también aparecieron los carnavales en febrero y los famosos globos de agua. Al comienzo sólo nos mojábamos entre nosotros. Yo tuve la suerte de que jamás me cayera un globaso. Tenía buenos reflejos y un sexto sentido aún no muy bien desarrollado pero que me permitía defenderme de globos caídos del cielo: de algunos edificios dejaban caer éstos a quienes pasaran por la vereda colindante. La primera vez, caminaba con un amigo que era charapa (de la selva) y de improviso ambos nos lanzamos al piso hacia un costado, para sorpresa del resto de nuestro grupo. Creo que en parte, la preparación de ambos en artes marciales (tae kown do y judo respectivamente), nos permitió anticipar el estallido de los proyectiles de agua que nos habían lanzado desde una azotea. La sorpresa de nuestros amigos no fue porque nos tirarámos al piso si no por que nunca vimos los globos hasta que se estrellaron en él, prueba de que aquel extraño "sexto sentido" comenzaba a funcionar.

Cuando éramos más grandes algunos del grupo tomaron la costumbre de ir hacia las avenidas con baldes cargados de globos para lanzarnos a los buses. A mí nunca me gustó ello. Odiaba que me mojen, razón por la cual no concebía que mis amigos mojaran a quien no lo quería. Más de una vez trataron de hacérmelo a mí sin lograrlo. Una tarde en que trataba de no acercarme por donde estaban me crucé con G. C. que era un poco menor que el resto pero más travieso que todos juntos. Cargaba un balde con algunos globos e hizo ademán de querer lanzarme alguno. Le hablé, lo convencí de que me dejaría mojar pero de cerca porque el estallido del globo me haría doler. Mientras tanto me acercaba poco a poco a él hasta que le volteé el balde, derramando el agua y haciendo reventar los globos en el piso. Se rió y me dijo "me la hiciste, pero la próxima no te salvas". La siguiente vez pasó exactamente lo mismo. "No puedo creer que hayas podido hacerlo otra vez". Se sentía humillado porque lo había podido engañar dos veces ¡con el mismo discurso!

En la misma cuadra, pero cerca al colegio Alfonso Ugarte, tenía una vecina que no se juntaba con nosotros. Yo asumía que era porque ninguno la conocía ni la habían presentado. Y mis amigos, cada vez que pasaban en sus bicicletas delante de su casa (solía jugar en el jardín exterior) siempre le lanzaban globos. A mí esto no me agradaba ya que era evidente que no le gustaba. No recuerdo como me enteré que se llamaba Ofelia, y cuando pasaba en bicicleta delante de su casa no podía evitar a veces, quedarme mirándola. Me preguntaba por qué nunca había sido parte de nuestro grupo. Un día en que mis amigos se prepararon para otra excursión carnavalística, me les adelanté y le avisé: "Ofelia", le dije y su asombro se hizo evidente al abrir grandes sus ojos de por sí ya grandes y muy negros. Y es que se suponía que yo no tenía como saber su nombre. "Mejor entra a tu casa porque mis amigos ahorita vienen con globos." Se me quedó mirando y me dijo: "¡Gracias! Tú no eres como los demás, se nota. ¿Por qué te juntas con ellos?". No supe qué decirle, ya que eran los chicos con los que jugaba. "Si quieres ven a jugar un´día conmigo y mis amigas".

Un par de días después, salí con precaución de casa y no vi por el camino a ninguno de mis amigos. Pronto me crucé con G. C. que ante mi puesta en guardia me dijo: "Hoy no te voy a tratar de mojar". Y levantó ambas manos mostrándome que estaba "desarmado". Caminé entonces algo más confiado hacia la esquina de la calle, casi llegando a la avenida donde ya sabía que estaba el resto de mis amigos. Al llegar a ella G. C. se hizo rápidamente a un lado y un gran chorro de agua me cayó encima. Por el volumen, fue imposible esquivarlo como hice con los globos tantas veces. Todos los chicos se habían puesto de acuerdo para esperarme en esa esquina y B. G. uno de los mayores esperaba con el balde. Inteligentemente, decidió por un baldaso en lugar de los globos, él sabía que ante tanta agua no había escape posible, así que todos celebraron el haberme por fin atrapado. No me molestó si no que me divirtió el saber que habían tenido que ponerse todos de acuerdo para poder mojarme. Y no me molestó quedarme así el resto de la tarde.

Mientras tanto pensaba en cuánto me agradó aquella invitación de Ofelia, pero siendo tan tímido, sabía que me costaría mucho acercarme. Más aún, sabiendo que mis amigos buscarían mojarla a ella y a sus amigas. Y si me veían con ellas, lo tomarían como una especie de traición. Tras un par de semanas de indecisión, resolví acercarme pero nunca la encontré. Poco después me enteré que su familia había decidido mudarse a un distrito muy lejano. En ese entonces Surco era algo así como otro país para mi corta edad. Nunca más supe de ella. Aunque la recuerdo siempre que alguien me dice: "Tú eres diferente". Y no han sido pocas las veces que me lo han dicho. Y no siempre sé por qué. Lo bueno es que esa frase no ha venido nunca más acompañada de baldasos de agua fría... de ninguna clase.

P.D.: un abrazo inesperado de una chica muy dulce puede ser el mejor regalo para alguien que aún a veces se siente algo solo. Llegué a casa a pie a las doce, cual cenicienta, pero sin perder ninguna de mis zapatillas nuevas...

miércoles, 18 de febrero de 2009

Mis Primeros Cumpleaños

Hace un par de semanas o algo más C.Q. me preguntó: "¿por qué no escribes sobre tus cumpleaños, ya que se viene el tuyo?". Le tuve que explicar que no me es fácil escribir sobre un determinado tema si no tengo muchos recuerdos sobre él. Y eso me pasaba con mis cumpleaños, y me dio curiosidad el no recordar casi ninguno de cuando era niño. Por eso no escribí acerca de ello, pero me quedé con la espinita clavada. Y me di cuenta que sí recuerdo mis primeros cumpleaños, pero no los míos, si no a los que me invitaron cuando niño.

Tengo un vago recuerdo de un cumpleaños en un gran parque donde estaban Yola Polastri y sus burbujitas. Obviamente yo estaba parado muy lejos del escenario, evitando la posibilidad de que me hagan participar en lo que fuera. Mi miedo escénico era más poderoso que cualquier ofrecimiento de premio. Y recuerdo haberme retirado de la manera más sigilosa posible para mis 7 u 8 años. Otro cumpleaños memorable no recuerdo donde fue, si en una casa o en club o de quién, pero lo que jamás olvidaré fue la presentación de un mago. Y no me refiero a alguno de los trucos en sí, si no a lo que pasó durante uno de ellos: después de haberlo visto aparecer palomas y pañuelos de colores de la nada, cogió una olla con su tapa y con su varita empezó a preguntar qué queríamos que metiera en ella. Las sugerencias iban desde leche y mantequilla, hasta agua de mar y colonia, hasta que una voz de niño gritó ¡"P.B.C."! logrando enmudecer a todos los presentes que voltearon a mirar de dónde salió semejante sugerencia. Deben haber sido los cinco segundos más largos en la vida de aquel mago, que inteligentemente ignoró la propuesta y siguió con su truco, aunque ya no tardó mucho en retirarse. En casa me explicaron que rayos significaba P.B.C. y que era preocupante que un niño de 10 u 11 años sugiriera echarle eso a una olla...

Otro cumpleaños memorable fue el dos amigos del colegio que eran mellizos. De entrada me crucé con una gato morado que pasaba a mi lado como una flecha. Estaba de ese color porque a alguien se le había caído un vaso de chicha cerca de él y según la confusa explicación que recibí, algunos chicos más pensaron que debían terminar el decorado, así que me crucé con un gato espantado que debe haberlo temido mucho a ese color. La otra parte graciosa del cumpleaños fue a la hora de cantar el acostumbrado happy birthday: se suponía que nadie debía comer bocaditos antes de cantar. Pero mientras empezaban los preparativos, por debajo de varios sectores del mantel aparecían manos que se apoderaban raudamente de lo que encontraran en su camino. También fue el primer happy birthday que vi apagarse literalmente: "cumpleaños feli..." mientras todos bajaban el volumen a la vez hasta que quedaba inconclusa la canción, y ello pasó más de una vez lo que creó que obligó a adelantar la soplada de velitas y la partición de la torta.

Muy vago recuerdo tengo de los cumpleaños que se celebraron en el Rancho. Pero sé que fui a varios. Sobre los míos recuerdo muy poco: las tortas, pues me encantaba las de chocolate siendo la mejor la Selva Negra. Las velitas que se volvían a prender eran todo un reto, aunque el agua siempre funciona... Siendo ya mayor, no quise celebrar mi cumpleaños por mucho tiempo, no me sentía bien conmigo mismo y consideraba que no había nada que celebrar... hasta este año en que las cosas van mucho mejor. Pero esos temas ya los contaré mucho más adelante.

P.D.: Gracias M. M. por la motivación. Cuando alguien te pregunta ¿cuándo vas a poner algo en tu blog?, significa que por lo menos una persona lo lee y eso es un empuje adicional. Y las largas conversaciones también ayudan a recordar, habrá que sentarnos a tomar un helado un día y seguir conversando. Por cierto, escribí esta entrada escuchando a Andrea Bocceli, siguiendo las instrucciones que me diste... lo máximo!!!

lunes, 9 de febrero de 2009

Mi Primera Desilusión

A los 13 o 14 años, cuando ya jugaba fulbito con los amigos del barrio, empezaron a aparecer algunas chicas; la mayoría del grupo eran las hermanas de amigos, de edades cercanas a las nuestras. A veces nos acompañaban a montar bicicleta o simplemente a conversar. También había algunas que se limitaban a vernos jugar desde sus ventanas en los edificios que rodeaban el parque de la esquina de mi casa. Uno de mis amigos vivía en un edificio de cuatro pisos a mitad de la cuadra. En el segundo piso vivía una niña que me agradaba mucho, aunque nunca estuve seguro de su nombre: Paloma o Pamela o Paula... De lo que estaba seguro era de que a ella le gustaba vernos jugar a Alvaro y a mi cuando decidíamos hacerlo en el primer piso del edificio. De tanto en tanto, yo levantaba la mirada y allí estaba ella sonriéndome y mostrando unos grandes ojos negros que era lo que más me llamaba la atención.

Nunca me atreví a hablarle, ni siquiera a preguntarle su nombre. Era como si ambos hubiéramos acordado que esa sería la política entre los dos: yo jugaría y ella me miraría jugar. No le comenté a nadie que era la única chica del barrio que me gustaba (al menos en ese momento). El resto si bien eran bonitas "y cualquiera de ellas estaría contigo" decía alguno de mis amigos, no me interesaban mucho. Ya en ese tiempo pensaba que para poder tener enamorada, debía conocerla bien. No era cuestión de que sólo me gustara... pero en este caso la chica me gustaba demasiado y sin embargo, no encontraba ocasión o excusa para conocerla mejor o por lo menos, estar seguro de cuál era su nombre.

Hasta que llegó la oportunidad ideal: uno de nuestros amigos comunes haría una fiesta. Alvaro se encargó de avisarme que la "chica que me gustaba" (a pesar de que yo no le había dicho nada) también iría y que entonces podría conocerla mejor. Pasé días imaginándome el sacarla a bailar, preguntarle su nombre y que seguro bailaríamos mucho más. También recordé que no sabía bailar muy bien (hasta ahora), pero no importaba, ya se vería en el momento. Pensaba que ropa debía ponerme, qué colonia usar, hasta a qué hora llegar. Y por fin el gran día llegó. Antes de entrar a la fiesta me acomodé la ropa lo mejor que pude, saludé a mis amigos y vi cómo todos comenzaban a bailar. Entonces divisé dónde estaba la chica que me interesaba: en medio de un grupo de amigas, luciendo un vestido celeste de cuerpo entero que le llegaba a las rodillas. Me pareció que estaba más linda que nunca, por lo que tuve que luchar contra mi propia timidez para acercarme. Me armé de valor y logré preguntarle: ¿quieres bailar? Y la respuesta me cayó como un mazazo. "No". Así, a secas... No sé si me dolió más el gran rompimiento de la ilusión de conocer mejor a la chica que me sonreía desde su ventana o la humillación que sentí al darme la vuelta, buscando a quién más sacar a bailar, y escuchar a sus amigas y a ella misma reírse de mi. No la volví a ver en su ventana y a las pocas semanas supe que se mudó y nunca más la vi, ni supe tampoco su nombre.

Puedo decir que esa fue la primera de muchas desilusiones en mi vida. A veces creo que yo me hago ideas y que después me desilusiono de la ilusión que yo mismo he creado. Hasta que vuelvo a darme cuenta de que las más de las veces no es así. Desde pequeño siempre preferí conocer bien a una chica antes de estar con ella. Y no es fácil conocer a una persona. Menos para alguien tan curioso como yo. Puede que sea esa la explicación de porqué llevo tanto tiempo solo. El tiempo lo dirá.