jueves, 29 de enero de 2009

Mis Peores Accidentes

En mi vida tuve tres accidentes que podrían llamarse "fuertes", el primero y el último pudieron tener consecuencias muy graves. El otro solamente fue algo doloroso. Cuando tenía 5 o 6 años, en el cuarto de mi abuela había una mecedora que me gustaba mucho utilizar, me agradaba la sensación de vacío que me producía el mecerme cada vez más rápido mientras miraba la televisión. Precisamente uno de los puntos de reunión para ver películas en familia, era muchas veces este cuarto debido a su estratégica situación. Mi abuela tenía dos mesas de noche, en una de ellas tenía un radio antiguo el cual se encontraba detrás de la mecedora.

Una noche en que mis padres nos dejaron solos a mis dos hermanos y a mí, nos juntamos a ver una película en el cuarto de la abuela. El tema central ésta era el posible choque de dos trenes, que era lo que llamaba la atención en ese tiempo y al parecer el suspenso nos había atrapado a mis hermanos y sobre todo a mí ya que mi movimiento en la mecedora se hacía cada vez más veloz. Y cuando se acercaba la colisión de los trenes... colisioné yo: me mecí tan fuerte que la mecedora en lugar de regresar, se volteó para atrás, lanzándome contra el vidrio de la mesa de noche que había detrás y haciéndome un pequeño forado en la frente. Mis hermanos fueron muy rápidos, me llevaron al baño a tratar de curarme, llamaron al papá de uno de mis vecinos quien se encargó de llamar a mis padres. Pero cuando ya casi habían limpiado la herida de la frente y no sabían porqué no paraba la sangre, se dieron cuenta que tenía otro pequeño huequito al lado del ojo izquierdo. Cuando llegaron mis padres me llevaron a la clínica a emergencia a que me cosieran. Nunca supe si me pusieron o no anestesia, pero si recuerdo la especie de tela que me pusieron en la frente y el dolor de la aguja entrando y saliendo mientras me cosían la cabeza. Y de pronto no tengo más recuerdo, mis padres dicen que me desmayé. El resultado: dos pequeños huecos, uno en la frente y uno al lado del ojo. Son imperceptibles para quien no sepa que los tengo pero son mi recuerdo de que las mecedoras son peligrosas...

Cerca de los 12 o 13 años ya sabía montar bicicleta, me costó mucho pero lo logré. Lo que no sabía era usar las que eran muy altas. Siempre necesitaba que mis pies llegaran al piso para sentirme seguro. Un día, estando con los amigos del barrio, alguien me pidió prestada mi bicicleta y como me dio ganas de usar una, pedí prestada la que vi apoyada en una pared, que era de un chico un poco más alto que yo. El utilizar una bicicleta de carrera me llamaba la atención, tenía un forma diferente y parecía muy liviana. Pensé que por ello, para bajarme podría ladearme un poco y poner un pie en el piso, y estar a salvo en tierra firme, así que no dudé en treparme en ella. Anduve un par de cuadras y me regresé, llegando a la esquina quise bajarme así que frené, esperé que la bicicleta se ladeara, pero con el peso se me soltó de las manos y al tratar de esquivarla dejé que cayera sola al piso, quedando yo de pie. Cuando miré hacia abajo me dí cuenta que la bici tenía pedales dentados y uno de ellos estaba ligeramente teñido de rojo. Cuando subí algo la vista me di cuenta que mi rodilla tenía una especie de boca, de la cual no salía sangre pero si se veía rojo y algo de blanco por dentro. Automáticamente caí al piso y me arrastré a la vereda mientras uno de mis amigos corría a casa a avisar del accidente y otros dos me cargaban hacia un sitio más cómodo y más seguro. En la clínica el doctor se divirtió cosiéndome, yo vi toda la operación sin sentir nada pues esta vez si me pusieron anestesia (local). Durante los días que pasé sin salir de casa (eran vacaciones de verano) se inició mi vicio por los crucigramas hasta que lo único que quedó fue una gran cicatriz sobre la rodilla izquierda, que con el paso de los años no se nota tanto ya.

El último accidente fue más reciente y más grave, así que me adelantaré varios años hasta situarme en 1998. Como eran vacaciones, se me ocurrió jugar un partido de fulbito en la universidad. Nunca he sido bueno en este deporte, sólo he tenido chispazos y mi mejor puesto es el de arquero, donde algo me defiendo. Durante este partido jugué de delantero, sin mucha suerte. En una de las jugadas sirvieron un corner contra el arco de mi equipo y dos personas saltaron a cabecear. Como yo seguía la trayectoria de la pelota con la mirada (y seguramente ellos también) no me salí del camino, siendo empujado por ellos y cayendo hacia atrás. Fue tan rápido que caí con mi casi 1.80 de espaldas directamente al piso. Según un amigo que fue testigo, mi cabeza rebotó en la loza de cemento. Luego sentí una corriente por toda la columna vertebral, la misma que uno siente en el brazo cuando se golpea la punta del codo. En mi caso, vi como mis brazos y piernas se movían sin control hasta quedarme tieso. Poco después de ello (deben haber sigo segundos) mis amigos se dieron cuenta de que no me levantaba y pararon el juego. A mí me corrían las lágrimas lentamente pensando en que me había quedado vegetal, ya que mis brazos se quedaron abiertos y ligeramente en el aire. Y me dije: "no puedo quedar así" y traté de mover los dedos de todas mis extremidades, hasta que algo debe de haberse soltado en algún lado, porque mis brazos cedieron y pude mover las manos y pies nuevamente. Podría decir ahora que esos fueron los 10 segundos más terribles de mi vida. Mis amigos trataron de levantarme ya que no podía mover la cabeza y el único resultado fue que me mareara.

Cuando llegaron con la camilla y me llevaron al Servicio Médico, me sentía como en un cortejo fúnebre, muchos amigos preguntaban quien era al que llevaban y seguían a la camilla. Me sacaron radiografías de todos lados y ángulos posibles de mi pobre cabeza para que la doctora diera su diagnóstico: "tienes la cabeza bien dura, no tienes una fractura, fisura, ni siquiera un rasguño". Pero si hubiera habido un desnivel, una piedra o cualquier cosa similar donde caí... yo ya no existiría, fue su macabra explicación acerca de mi gran suerte. El resultado: un fuerte golpe en la nuca que me obligó a usar un collarín por un mes. Eso fue todo, la única secuela es que no puedo mirar muy hacia arriba por mucho rato... aunque algunos "amigos" están seguros que sí hubo algo de daño cerebral...

miércoles, 21 de enero de 2009

Mi ¿Primera? Religión

En la entrada anterior quedó flotando la inquietud acerca de cómo entiendo la religión o como la entendía de niño. El estar en un colegio católico me marcó bastante en ese sentido: el saber de que tratan las religiones incluyendo la mía, aunque no sé si aún deba llamarla así. Aprendí los mandamientos y los pecados, aprendí de oraciones y de santos. Desde que entré al colegio y todos los años siguientes tanto en primaria como en secundaria, en el estrado que presidía el gran patio se rezaba antes de ingresar a los salones. En éstos, todas las mañanas antes de la primera clase del día se rezaba estando de pie. En el local de San Isidro estaba la gran (y ahora extrañada por muchos) capilla donde hice la Primera Comunión. En el local de Miraflores (donde está ahora la Universidad de Piura) teníamos una capilla muy pequeñita pero también muy acogedora. A ambas íbamos al menos una vez al mes si mal no recuerdo.

Pero de toda esta preparación católica, por llamarla de alguna manera, me quedaron muchas dudas, incompresiones y algunos sinsabores. Recuerdo que antes de comulgar por primera vez debía confesarme. Y debido a mi excelente conducta (siendo tan tímido era obvio que me portaba muy bien) era difícil que tuviera algún pecado que confesar. Pero mi prima me acusó una vez de jurar en vano, debido a que le dije ¡te lo juro! no recuerdo porqué y a pesar de que era cierto lo que yo decía, me convenció de que era un pecado. A los 8 años es difícil saber cuándo has cometido un pecado capital salvo que la sabiduría de alguien mayor (3 más que yo en este caso) te lo diga. Ese era mi único pecado y cuando fui a confesarme no me sentía tan culpable, y cuando el padre me preguntó "¿nada más?" pareció sorprendido así que me envió a rezar dos padrenuestros y dos avemarías. Y no sentí mucho descargo o alivio, difícil sentirlo si tampoco sentía culpa alguna. Mucho se nos repitió que al recibir la ostia nos sentiríamos diferentes, mucho mejor que antes ya que era todo un acontecimiento, pero no lo llegué a entender pues yo me sentí exactamente igual. Más adelaante no llegué a hacer la confirmación en parte por desidia, en parte porque tampoco entendía bien en qué consistía.

Cuando iba a misa con mis padres éramos asiduos concurrentes de la Iglesia de María Reina en el Ovalo Gutiérrez. Íbamos en la mañana o en la tarde, pero hubo un tiempo en que íbamos sólo en la noche y mi mamá calculaba el tiempo para llegar después del sermón, y de paso asegurarnos la bendición (los sermones en ese tiempo eran larguísimos y aburridos). A mi abuela le molestaba mucho ello, se iba antes que nosotros para sentarse adelante y no perderse un segundo de misa. "Incompleta, no vale" solía decir. Yo, siendo algo sarcástico y metepata desde pequeño se me ocurrió, siguiendo una lógica matemática católica, que si la misa incompleta no valía, la completa debía valer algo. Y así se lo pregunté a mi abuela: "¿y acumulas puntaje o algo así por cada misa completa?"... lo que ocasionó que dejara de hablarme cerca de una semana, supongo que hasta la siguiente misa.

Hoy en día, no recuerdo cuando fue la última vez que fui, es más, no recuerdo cuál fue el último matrimonio al que asistí, por lo que estuve obligado a entrar a una iglesia. Pero ello no significa que no agradezca a Dios por las maravillosas oportunidades que me ha brindado y por ayudarme en algunas cosas que quizá, ni siquiera merecía. ¿Por qué no voy a misa todos los domingos? Las razones son varias, siendo una de las más poderosas la siguiente: me parece bastante hipócrita ver a un montón de gente que en su vida es una m... con los demás, ir a golpearse el pecho y confesarse compungidos todos los domingos para en la semana volver a ser unas m... con el prójimo o peor y volver a ir a confesarse el siguiente domingo, en un círculo vicioso (y falso) de nunca acabar. No son todos, pero son muchos y me niego a compartir ese momento de reflexión, alivio y oración con semejantes joyitas.

Por otro lado, lo que viene a ser la iglesia en el mundo me parece bastante incoherente (salvo honrosas excepciones como los maristas o los jesuitas aunque en todos lados se cuecen habas). La posición de la iglesia en cuanto a los métodos anticonceptivos me parece primitiva y cínica. Por otro lado, desde pequeño me enseñaron que Jesús dijo que una iglesia y la misa se podían hacer hasta en el tronco de un árbol (dando un mensaje de austeridad según creo entender) y la iglesia actual no me parece que de ese mensaje sino todo lo contrario. Al fin y al cabo es mi opinión personal. A pesar de tener amigos de todas las religiones y hasta ateos, no hay una que me parezca "La Religión", porque no en todas se predica con el ejemplo.

Sin embargo sí voy a la iglesia, desde hace años y muy de vez en cuando, para dar gracias por seguir vivo (han habido varios episodios en mi vida que me han asegurado que o tengo pellejo de gato o que me necesitan acá abajo aún) pero asisto callado, cuando no hay gente, cuando nadie me ve (con mi característico perfil bajo). Y no siento la necesidad de tocar el agua bendita o mirar la cruz o una imagen. Sé que Dios existe así se llame Yavhé, Bhuda, Alá o lo que sea. Y siento, en los momentos que voy, que me ayuda aún cuando creo que no lo necesito o no lo merezco. Desde hace años no ha habido una noche en que deje de rezar antes de dormir pensando en todas las personas que necesitan cuidado o ayuda, tampoco he dejado de persignarme cada vez que veo pasar un camión de bomberos o una ambulancia, deseando que lleguen a tiempo. Mi manera de entender la relación con quien esté allá muy arriba, es tratando de ayudar a los demás y tener en cuenta la existencia del prójimo para evitar hacer daño a nadie. Lastimosamente por sus actos, pareciera que son muy pocas las personas que piensan y actúan como yo.

domingo, 18 de enero de 2009

Primaria

Los recreos no me eran muy gratos los primeros años porque como no tenía con quien jugar, y como no conocía a nadie (y mi timidez también estorbaba para ello) me dedicaba a pasear por todo el patio. En tercer año conoci a los dos hermanos V. quienes tenían todo un grupo con el que jugaban a las escondidas, y como me veían solo, me invitaron a jugar con ellos. Ese fue el primer grupo que tuve en el colegio, y con los que sí hablaba y fui invitado a varios cumpleaños de varios compañeros del grupo de juego.

En tercer grado fue mi primera comunión. Hubo muchos días en que se nos tuvo ensayando para hacer todo bien y no equivocarnos en cuándo ir, hacia dónde y por dónde. Se nos explicó como debíamos recibir la hostia y qué decir antes de que nos la dé el padre. "No deben masticarla" nos dijeron, y yo me pregunté días de días cómo haría para pasarla sin masticarla. Hasta que llegó el gran día. Sufrí mucho escuchando el sermón (fue uno de los más largos que creí escuchar o quizá sería la ansiedad de acabar con la ceremonia), que me concentré en cada una de las estatuas de la vieja capilla (hoy desaparecida para dar paso a... nada). Juraría que alguna hasta sonrío lo cual me hizo asustar en el primer momento. Pero luego pensé que debía ser una ilusión óptica por mirarlas tanto rato. Hace no mucho leí (en el facebook creo) un comentario sobre las estatuas que sonreían en esa capilla. Terminada la misa, vino el desayuno y el intercambio de estampitas para ya por fin poder regresar a casa.

En cuanto a clases, en cuarto de primaria ya no obtuve alguno de los primeros puestos del salón, pero tampoco era malo en los estudios. Hice algunos amigos más. Recuerdo a C., un niño que se sentaba a mi lado. Era alguien tranquilo, pero era víctima de múltiples y diarios apuntes en su Libreta de Control (que debían firmar los padres) debido a que nunca hacía las tareas. Lo extraño era que las hiciera. Una vez le pregunté porqué no las hacía, si no era mucho lo que nos dejaban para hacer. Su respuesta me dio curiosidad: "me da flojera y además como en mi casa hay muchas cosas para hacer, prefiero eso a hacer las tareas". A veces se las hacía su hermano mayor, a veces vi a algún amigo común del salón hacérsela. No recuerdo si alguna vez lo ayudé con ello. Un día me invitó a almorzar a su casa, el motivo fue que era su cumpleaños y había invitado a varios amigos. No recuerdo ni en qué distrito vivía pero si recuerdo que su casa era inmensa, que tenía piscina, y que sus padres no estaban. Sólo estaban sus empleados, ya que los papás trabajaban todo el día. Tenía muchas comodidades en casa, con lo que entendí a que se refería cuando me decía que prefería hacer otras cosas a perder tiempo con las tareas. Me preguntaba a mí mismo si estando en su lugar, me pasaría a mi lo mismo.

Estando en cuarto grado también me tocó ser uno de los que cargaran el anda de la Virgen María. En el local de San Isidro teníamos sólo los primeros 4 años de colegio. Y al ser los mayores, entonces nos correspondía ese transporte que era algo de suma importancia para los Maristas. El problema para mí fue que pese a ser ya de los "más grandes" yo no tenía el físico de alguien de mi edad. Siempre aparenté menos años y cuando llevamos el anda, yo era el más pequeño por lo cual debía hacer un esfuerzo mayor para evitar que la virgen se inclinara hacia mi lado. Podría decir que fue la primera vez que sentí el "peso de la religión". Cada vez que sentía un hincón en el hombro el anda se inclinaba y ante el pánico de terminar haciendo que se cayera, hacía más fuerza, con el resultado de un dolor de hombro que demoró cerca de dos semanas en aliviarse. Cuando acabamos el año tocaba pasar al local de Miraflores en el cual tendríamos aún más oportunidad de reafirmar nuestra fe. Pero a pesar de la importancia de la religión, de Jesús y de la Virgen María en todos los años escolares, algo había que no llegaba a entender o que quizá entendía muy bien, y por ello la religión no cobraba tanta importancia en mi vida, al menos no aún.

jueves, 8 de enero de 2009

Los Primeros Males

Cuando estaba en primer año de colegio, me dio sarampión. No recuerdo mucho de ello, sólo que algún día amanecí rascándome y me decían que no debía hacerlo so pena de empeorar mis detestables ronchas. Así que fui fuerte y me aguanté, pensando que nunca más tendría semejantes granos y tal picazón por todo el cuerpo. Efectivamente, nunca tuve ronchas iguales sino peores que vinieron con la varisela que me atacó cuando estaba en el siguiente año de primaria. Recuerdo que me vi casi todos los capítulos de Marco, rascándome todo el cuerpo, aunque nunca vi el capítulo donde dicen que por fin encuentra a su mamá. La tercera enfermedad clásica infantil, las paperas, me dieron cuando tenía ya 30 años, lo cual fue motivo de burla de muchos de mis amigos.

El siguiente año de primaria, ya en tercer grado, me diagnosticaron comienzos de anemia. Aparentemente comía muy poco y asimilaba menos, lo cual explicaría mi poco desarrollo físico. El doctor me recetó entre otras cosas, un jarabe para abrir el apetito. Jamás olvidaré el nombre: se llamaba Rarical y sabía a rayos. Y no me abrió el apetito, me lo agigantó. Empecé a comer como por cuatro, y no engordaba nunca. Seguí siendo chato y flaco, pero no me cansaba así no más. Podía jugar tenis de mesa o fulbito horas de horas y me cansaba después de mucho rato. Comía de todo y a todas horas, todo lo que hoy me engorda, en ese tiempo podía combinarlo y mezclarlo. Hoy subiría 10 kilos en una semana si comiera como en ese entonces. El fin de esos días llegó un verano, ya a los ventitantos años cuando me dio gastroenterocolitis severa, lo que originó los tres días más aburridos de mi vida, conectado a suero intravenoso y un selecciones como única cmpañía en mi cama de la clínica. Bajé 7 kilos en 3 días y a partir de entonces recuperé peso, mucho más del que ya tenía.

Cuando estaba ya en la adolescencia, mi hermano y yo fuimos atacados por el Botulismo, una infección con síntomas similares a los del cólera o la salmonella: náuseas, diarrea, fiebre, dolor de cabeza, deshidratación. No podíamos salir de casa y no podiamos hacer mucho pues nos agotábamos rápido. Lo único ¿bueno? es que fue un verano mientras estábamos de vacaciones, así que no perdimos clases. Tomábamos agua mezclada con un polvo extraño similar al milo, pero que sabía como tierra. Eso nos mantenía en el día, mientras no teníamos fiebre. Llegó un día en que ésta empezó a subir, de 37 en la mañana subió hasta 39.5 en la noche. Mis padres asustados llamaron a la enfermera de mi abuela quien nos puso una inyección de antalgina, pues la fiebre estaba por llegar a 41 (debo confesar que es lo único que me baja la fiebre alta hasta hoy en día a pesar de que creo que está prohibida). Ello según dicen las malas lenguas nos salvó de que "se nos queme el cerebro".

Lo último serio que tuve fue un cuadro de stress severo, aunque eso fue alrededor de los 20 años en que trabajaba ya como entrenador de tenis de mesa de mi colegio, en una sociedad agente de bolsa como asistente del Gerente de Operaciones, llevaba clases de programación en Cibertec, entrenaba como parte del equipo de Tenis de Mesa del Lawn Tennis y dictaba clases particulares de inglés, todo a la vez. Siempre estuve acostumbrado a hacer varias cosas, pero nunca había sufrido antes de stress. El doctor fue determinante: o dejas de hacer una o dos de tus actividades o te dará un "surmenage" en una o dos semanas.

No sabía que significaba esa palabrita pero me dio algo de miedo así que dejé de dar las clases de inglés. Aún así, uno de los días que regresaba a casa en una combi por la arequipa, realmente me asusté. Por unos 30 segundos no recordaba donde estaba ni donde era que estaba yendo. No era amnesia, simplemente no estaba seguro hacia donde me dirigía. Eso es el comienzo del "surmenage" me dijeron, "se te van a revolver las ideas", me amenazaron. Cuando empecé a olvidar donde ponía cosas o buscar algún objeto por todos lados hasta darme cuenta que lo tenía en la mano, me dio pánico. Fue entonces que decidí recortar mis actividades o al menos estar preparado para semejante horario. Siendo deportista, debía ser capaz de organizarme, lo cual hace que algunas personas se sorprendan cuando se ven mi horario de trabajo... digo, de trabajos...

sábado, 3 de enero de 2009

Negado para el Deporte

En los primeros años de colegio no me llamaba la atención el fútbol o fulbito. Yo sabía que era muy malo pateando una pelota y mi físico, bajo de estatura y flaco hasta más no poder, no me ayudaba. Cuando en los recreos los compañeros de salón jugaban fulbito, todos se amontonaban tras la pelota en lo que para mí parecía ser una masa de piernas, brazos y zapatos o zapatillas que se aglutinaban alrededor de un balón. Mi instinto de conservación me llamaba a alejarme de semejante revoltijo.

Voley en ese tiempo no era una opción, eso sólo lo jugaban las niñas (jamás imaginaría que años más tarde hasta jugaría campeonatos de voley). Me quedaba el básket en el cual no destacaba mucho. Estuve en la academia del colegio y el profesor opinaba que yo no era malo, aunque yo creía que lo único que hacía bien era encestar, tenía bastante buena puntería (que aún mantengo pero en un inexplicable estilo propio y totalmente anti técnico). La prueba de fuego llegó en el famoso campeonato de intersecciones, ahí pude demostrar... lo malo que era. Así que no me quedaron muchas ganas de seguir con el basket. Para correr era muy lento, para los ejercicios de fuerza... yo no tenía fuerza. Las clases de educación física fueron para mí un suplicio durante toda la época escolar. Era mi más bajo promedio hasta que llegué a un acuerdo (¿o chantaje?) con el profesor de educación física que a la vez era el coordinador de deportes: "o juegas tenis de mesa por el colegio o te jalo en el curso". Y merecía estar jalado, y como nada me llenaría de más orgullo que competir por un equipo, acepté el trato.

Poga gente sabe que aprendí a jugar tenis de mesa en la Federación, y en casa donde tenìamos una mesa que armábamos en el garage y jugábamos con mi hermano hasta la madrugada o hasta que el vecino nos mande a la mismísima, porque el ruidito de la pelotita le era desesperante, más si era cerca de las 2 de la mañana. Mejoré bastante rápido para mi edad, pero era muy malo para competir. Cuando mi hermano enfermó, dejé de entrenar por años, hasta que llegó el trato en el colegio y volví a mi deporte preferido. También pasé por una academia de judo, en la cual aprendí a caer, a tumbar al contrincante, pero sobre todo, a no pelear. Nunca he estado envuelto a una bronca y hasta ahora siempre he podido solucionar las cosas hablando. Claro, a veces mi tamaño actual y mi expresión de super asado pueden ser elementos disuasivos muy convenientes. El judo acabó cuando perdimos una clase y mi hermano y yo no entramos a la siguiente porque practicaban cosas que no sabíamos y dejamos de ir.

Estuve también en la academia de natación del colegio donde me enseñaron a flotar, a nadar, a bucear, etcétera. Lo único que no aprendí fue a lanzarme al agua. Pero eso tiene su explicación: en la clase en que tocaba lanzarse del podio hacíamos fila y delante de mí había una chica algo mayor, de las más experimentadas. Cuando se lanzó y demoraba en salir del agua el profesor se tiró al agua con ropa y todo, lo que hizo que mirara al agua y observara como esta chica empezaba a salir a flote con los brazos estirados, debido a que estaba inconsciente. Se había golpeado la cabeza contra el piso de la piscina. La clase fue suspendida y mis clases fueron suspendidas debido a que no volví a ir. Así que si alguien me ve dándome un panzazo en una piscina, ya saben a que se debe.

En la siguiente entrada explicaré como es posible que hoy juegue futsal, voley, tenis de mesa y use la bicicleta, todas las semanas o casi todo el tiempo. Después de recordar todo lo anterior ¡hasta yo mismo me sorprendo!